Me permiten ustedes que me ponga melancólico cada vez que uno de esos locales donde uno ha sido brevemente feliz las horas de sus días pega el carpetazo y cierra. Ya sea una librería, o un bar pequeño y apetecido, un freidor, una heladería, o, como ahora, un multicine. El de Bahía Sur, lo saben ya, en San Fernando, ahí a la vera.
“Economía, Horacio, economía”, que decía el príncipe loco a su amigo dubitativo y algo pelota. Como no tenemos término medio, en unos años hemos pasado de no tener cines en nuestro entorno a vivir en la sobreabundancia: no hay centro comercial donde no se levante la inevitable firma de modas, la hamburguesería, la franquicia de montaditos reciclados y, como guinda, el mini-complejo de cines. O de lo que ahora pasa por cines: salitas poco más grandes que el salón de alguna casa que yo me sé donde, con suerte, se reúnen cuatro gatos a ver películas algo estridentes en una pantalla que hay quien tiene ya, más grande y extraplana, en su vivienda. Así, claro, no hay quien pueda llevar adelante ningún negocio medio en serio: pasamos de no tener videoclubes a tener que ir esquivándolos por las esquinas; luego ocurrió algo parecido con los Sarais; después con los todo a cien; ahora con las inmobiliarias.
Ya han quedado atrás, en todas partes, aquellos cines regios y majestuosos de telones de terciopelo polvoriento y localidades algo incómodas donde se podía elegir sillón, butaca o gallinero, y con ellos ha desaparecido esa parte del rito que todo cinéfilo siempre añora y que las generaciones más jóvenes ni conocen ni comprenden, empeñados en la carrera de ver quién se baja más pronto la película de Internet, no importa que las condiciones visuales sean escasas. La abundancia de pantallitas donde poder ver cine, por desgracia, parece que sólo conlleva el cierre apresurado de sitios como éste, donde, cuando no había cines en Cádiz, íbamos de aventuras sabiendo que en poco menos de siete minutos te encajabas en Bahía Sur, sin problemas de aparcamiento, con el primer sonido decente que se escuchaba en la provincia y hasta, cáspita, con hueco para depositar un vaso de papel de refresco y un cartucho de palomitas.
Fue una novedad, hasta que pronto se descubrió que además podía ser un chollo: el cine hoy ya no es sólo el rito de sábanas blancas y retorno al útero materno del que tanto han hablado poetas y especialistas, sino además un centro de golosinas que comer a oscuras. Ya no es sólo el precio de la entrada (cara, por demás), sino todo lo extra-cinematográfico que acompaña a esa entrada y que resulta, más que la película, lo que da más beneficios a la empresa. Hoy ya no hay acomodadores de linterna imprudente, sino vendedores de palomitas que se agobian ante el estrés de tener que servir a toda la chavalería mientras se apagan las luces y los trailers resuenan.
A la chita callando, ese sitio donde se nos encogió el corazón ante los judíos perseguidos de Steven Spielberg, donde pudimos llevar a nuestros hijos a disfrutar como nosotros de la magia de ver por primera vez y en pantalla grande el reestreno de La Guerra de las Galaxias, o donde comprobamos algo atónitos cómo toda la fila lloraba a moco tendido cuando el guapo Leo di Caprio se hundía con el Titanic, como si fuera una sorpresa, pliega velas, sus trabajadores se van al paro y pronto habrá en su lugar no un centro de sueños, sino de modas. Dentro de un par de años nadie recordará que ahí hubo otra empresa.
Quedan, claro, muchos otros cines, muchas otras pantallas, muchos otros dispensadores de palomitas y refrescos en vasos de litro y medio con su pajita. Pero nos sigue faltando variedad en los títulos, más cine en versión original, aunque sea en horas de madrugada, para que no tengamos que esperar al lanzamiento en DVD de esos muchos films que, por una cosa o por otra, aquí no nos llegan nunca.
Rafael Alberti nació con el cine, decía, y a muchos de nosotros el cine nos acompaña casi desde la cuna. Adiós, pues, Multicine Bahía Sur, y gracias. No serás como el Roxy de Marsé y Serrat, me temo: es precisamente en el otro multicine cañaílla superviviente donde ahora dicen que ven fantasmas.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 16-04-07)
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