Acaba de finalizar en las pantallas internacionales la segunda entrega de Prison Break, la serie de fugas carcelarias e intrigas políticas que ha sido capaz, hasta la llegada de Héroes, de pasarle una manita por la espalda al gran éxito televisivo de anteriores temporadas.
Sin embargo, al contrario que los protagonistas de Perdidos, Michael Scofield y sus guionistas han sabido reinventar de continuo la peripecia. Es cierto que la segunda temporada no ha quedado tal vez tan redonda como la primera, al dispersar al grupo de fugados y multiplicar el número de perseguidores y otros personajes secundarios, pero no puede achacársele a la serie que se duerma en sus laureles y estire y estire un chicle narrativo sin ofrecer, al menos, soluciones a algunos de sus enigmas.
Ha habido quiebros narrativos sorpresivos e impresionantes, como la eliminación de alguno de los presos fugados junto con buena parte del casting de la primera temporada, y alguna revelación en la trama política que abre nuevas vías narrativas, como el cambio de foco en las manos en la sombra. En cierto sentido, la serie se parece cada vez más a las aventuras de Blueberry y XIII en los cómics, tanto en el arco del oro confederado que se inicia con Chihuahua Pearl como en las fintas de magnicidios y corrupciones políticas del agente secreto amnésico que crearan Van Hamme y Vance.
Cierto, han mareado la perdiz en bastantes ocasiones. Cierto, algún que otro capítulo ha abusado de estirar la subtrama con desarrollos poco interesantes (Benjamin y su hija enferma, T-Bag y su pseudo-familia secuestrada), pero la peripecia de los dos hermanos, la explicación a la psicopatía del propio T-Bag o las motivaciones de Mahone siguen mostrando que se escriben buenos personajes y que estos nuevos culebrones de acción tienen, como los puramente melodramáticos, un hipnótico poder enganchante.
Después de vueltas y más vueltas, la serie cierra su segunda temporada resolviendo algunos hilos y desembocando en un nuevo arco que, dicen, volverá a reinventar la franquicia para la tercera entrega. Esa cuasi-surrealista prisión de Sona promete nuevas intrigas, nuevas ideas de fuga, nuevos presos que habrá que liberar... y nuevos proyectos por parte de la Compañía para unos planes que, estoy seguro, durante unos cuantos capítulos nos desconcertarán y acabarán por convertir a alguno de nuestros personajes fugitivos en agentes dobles a su servicio.
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