Convendrán conmigo en que no hay vacaciones que no cansen casi más que el trabajo cotidiano, y que las vacaciones que más cansan las acabamos de dejar atrás ayer mismito. O sea, las vacaciones de Semana Santa, si es que las han podido disfrutar ustedes, manque lloviera, bien fuese procesionando (palabro que por cierto no me gusta nada), cargando a paso de horquilla, intentando echarle un primer tiento a la temporada de playas o, como fue mi caso, haciendo de improvisado cicerone gaditano.

Así, mientras por todas partes se inauguraba contra reloj todo lo inaugurable antes del toque de queda de la propaganda electoral y nuestros nunca lo suficientemente aburridos representantes se peleaban de nuevo por un quítame allá este nombre (lean, por favor, la escena del balcón de Romeo y Julieta: “¿Qué hay en un nombre? ¿Acaso la rosa si se llamara de otro modo no tendría su mismo olor?”) y casi todos estábamos con la mirada puesta en el cielo, la familia en pleno nos hemos dedicado a la agradable tarea de servir de guías de la ciudad y la bahía, que nunca viene mal volver a visitar esos sitios que, precisamente por vivir donde vivimos, ya no nos llaman la atención como se la llaman a un foráneo. También, de paso, nos ha servido para ver esas otras cosas que ni siquiera siendo de aquí habíamos visto por aquello del mañana será otro día.

El cicerone, antes que nada, ronea de lo suyo. Lo más parecido del mundo a un nacionalista benévolo que acepta el quid pro quo de compartir bellezas y asombros cuando le llegue el turno de invertir los papeles. Quiere estar en diez sitios al mismo tiempo, lleva a sus víctimas con la lengua fuera de una punta a otra de la ciudad, se nutre de datos históricos o se inventa anécdotas sobre la marcha y recibe como recompensa las expresiones de admiración de sus invitados, bien ante las maravillas naturales que va mostrando, bien ante las curiosidades arquitectónicas, bien ante la ruta del tapeo que todos maldecirán cuando lleguen a casa y noten que les huye la báscula. En Cádiz, desde luego, es fácil fardar de lo que tenemos, y yo diría que casi más fácil aún ocultar lo que no tenemos, que sigue siendo bastante.

Porque, verán, uno comprende perfectamente los convenios colectivos, las características de los trabajos de cada cual, las normas, las reglas, las leyes transitorias, lo que ustedes quieran. Los museos cierran los lunes, vale. Pero lo mismo en época de vacaciones tan marcadas como la Semana Santa no tendrían que cerrar ningún día. Y vale que los museos en todo el mundo, desde que comprendieron que no podían cerrar los domingos, lo hagan ese día señalado e internacionalmente aceptado, ¿pero por qué nuestro Museo Arqueológico abre a las dos y media de la tarde los martes? ¿Cuánto tiempo lleva cerrado por obras el Museo de las Cortes (el de la maqueta, para entendernos), que parece que tiene el sangui y cuesta más trabajo encontrarlo abierto que al Cádiz marcando a puerta? ¿No se puede echar una manita en subvenciones al museo de la Catedral o a la Cámara Oscura de la Torre Tavira para que no sean tan caros? Ahora que todo el mundo anda lampando por un ascensor para su vivienda antigua, ¿no haría falta que en esa misma y bella torre alguna de nuestras instituciones colaborara con la colocación de uno que permita a los ciudadanos que jamás podrán subir los tropecientos escalones ver la ciudad a vista de vigía? (Pueden ustedes firmar allí mismo para solicitarlo). ¿Y no es un poco tonto a estas alturas que te pregunten tu nacionalidad al entrar en los museos institucionales, como si fueran una aduana o un aeropuerto, y te dejen pasar gratis si perteneces a la Unión Europea y te hagan retratarte en caja si no lo eres? ¿No faltan carteles en inglés en nuestros museos?

Cádiz es naturaleza y también es cultura e historia. Ahora que se intenta explotar los túneles del subsuelo, tampoco vendría mal que se intentara vender la ciudad a vuelo de pájaro, recorriendo el trazado de las torres miradores. Entre contrabandistas y comerciantes. Hasta parece el nombre de un coro.

(Publicado en La Voz de Cádiz el 9-04-07)

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Comentarios

1
De: RPB Fecha: 2007-04-12 12:00

Cuando vuelvan mis padres de Cádiz, les enseñaré esta entrada para ver si les ha ocurrido algo así.



2
De: Susy Fecha: 2007-04-12 23:52

Se me acaba d poner la piel de gallina de ver mi ciudad..teneis la suerte de estar alli.Un saludo d una gaditana adoptada en valencia



3
De: Alfred Fecha: 2007-04-16 12:33

Hoy quiero ser tu guía, forastero,
vente en mi carro a pasear;
quiero que tú te sientas marinero
y que navegues nuestra ciudad.
Quiero enseñarte lo que nos limita
al norte, al este, al oeste y al sur;
toca nuestra cultura con tus manos,
siéntete gaditano
y bañate de azul.
Al norte nos recibe la Alameda,
como celestina con besos de azúcar,
ella nos lleva en su lecho de seda
al Puerto, Chipiona, a Rota y Sanlúcar;
al este un puente que dice al levante
que no se entretenga tanto en sus visitas;
al oeste, guiñándole al Hospicio,
un centinela está en San Sebastián;
y en el Campo del Sur yo te bautizo
con ecos musulmanes y fenicios,
brisas colombinas y espuma del mar.

Pasodoble de "Los Carreros de la Alianza", la recordada chirigota que sacaran allá por 1985 los hermanos Rosado, el Gómez, Caracol y compañía. Ya que se habla de Cicerones gaditanos y demás. Por cierto, que este mismo pasodoble lo interpretaron durante el Pregón del Carnaval de este mismo año, a dúo, Pasión Vega y Javier Ruibal. Casi ná.

Un saludo.





4
De: Valentin Fecha: 2007-04-19 18:50

Mal que pese, lo que está en manos de de la Administración, cualquiera de ellas, la mentalidad aún tipo "funcionario", geneticamente inmodificable.

Hay que liberarlos y a manos particulares. En las Oficiales no funcionan adecuadamente.