Me temo que todos los propósitos de enmienda acaban de igual manera. Tengo aquí el cuartito donde escribo, vulgo leonera, hecho una auténtica jaula de grillos y leones sin domesticar (no sé si son más peligrosos los leones o los grillos, por cierto). Rodeado de libros por todas partes menos por una (llamada techo) y un poquito (llamadas ventana y puerta). Hay tebeos, miles de tebeos; libros, unos cuantos cientos; dividíes que pretendo ubicar con el resto de los dividíes que se comen el salón; muñecajos de Star Wars todavía en su cajita, folios, clips, grapadoras, grapas (aunque nunca las encuentro cuando hacen falta), un taburete, un calefactor que no calefacta más que dos días al año, un aparato de aire más temible en invierno que en verano (porque el aire caliente marea), disquetes de tres y medio y de cinco y un cuarto y cedés de música y de datos, un San Pancracio que ha perdido la corona y al que ya no le pongo perejil porque se me olvida, el tomaco de Little Nemo gigante apoyado contra una pared, porque no cabe en ninguna parte, diccionarios que sueltan páginas cada vez que los consulto, tornillos, folletos, lapiceros, facturas amarillas del Corte Inglés, extractos de los cajeros automáticos, un teléfono que se cae cada vez que lo atiendo, muchas pilas, el portátil, el otro portátil viejo, folios usados con mis novelas encuadernadas o sin encuadernar, diapositivas de alguna charla, un original de Carlos Pacheco, fotos de mis niños con o sin marcos, bolsas de plástico que no sé qué tienen dentro...
Decidí ponerme manos a la obra y aclarar un poco la cosa. Lo hice anteayer (eso que leen es cómo está la habitación hoy, imagínense last week). Ya creía que casi iba a respirar. Ja. Empezaba a pensar que iba a poder ponerme a ordenar el pasillo, donde las tres estanterías están desordenadas por aquello de ir colocando libros al tuntún donde no caben. Una mieda pa mí. Encuentro un disquette sobre la mesita aquí delante, lo cojo, lo coloco con cuidadín sobre la caja de disquettes que ordené el otro día.
Un segundo después, para que vean ustedes lo que es el peso, todo todito todo se ha estampado contra el suelo: disquetes y cajas, folios, libros, tebeos, álbumes, lápices, memorabilia de Star Wars, el teléfono, los lapiceros, las pilas, la caja donde guardo mis últimos ejemplares de Juglar, un joystick de cuando Bill Gates aún no tenía gafas, todo a rodar, en el espacio entre la ventana y las dos mesas.
O sea, que más me hubiera valido dejar el desorden como estaba. Anda que no es difícir darle una manita de sistema al mundo.
Comentarios (22)
Categorías: Reflexiones