Hacía tiempo que quería hablarles de este título. Un descubrimiento, de verdad. Nos quejamos muchísimas veces que los cómics (sección japonesa aparte) ni se hacen para mujeres ni retratan bien a las mujeres: o son tontitas o son pérfidas, o sólo son instrumentos de usar y tirar por parte del aguerrido machote o se nos venden como liberadas feministas que enseñan carne y posan con gestos imposibles para consumo de la libido de las masas de lectores en proceso de masculinización.
Entre las pícaras y las puritanas, las primeras fueron el sidekick imposible de muchos lectores y las segundas el reflejo de lo que en el fondo buscaban. Las primeras alimentaron y alimentan los sueños húmedos y las segundas, si existen, los gélidos amaneceres.
El tebeo para niñas, por otra parte, nunca nos ha interesado a los varones. Ni el tebeo femenino, entendiendo por tal el tebeo "de amores" o el "tebeo romántico" que tiene quizá su máximo exponente en The Heart of Juliet Jones, un título bastante publicado en nuestro país cuando en nuestro país se publicaban títulos más allá de los superhéroes. Un título, por cierto, que a pesar de la maestría de su puesta en escena (Stan Drake era mucho Stan Drake) siempre tuvo esa pizca de gazmoñería suficiente para espantar a quienes nos asustaba un poco aquella pasión continua y enamoradiza de la rubia Eva y la insufrible sosería de la resuelveproblemas Juliet.
Sin embargo, loco de contento estoy desde que he descubierto este título que ahora recupera en USA Classic Comic Press y que imagino que, porque siempre vamos a rueda, algún día se editará por fin en España. Porque, verán ustedes, un título de los años cincuenta protagonizado por una chica que quiere ser actriz puede dar para hacer historias soporífieras o para contar melodramas perfectos. Y Leonard Starr, su autor, nos demuestra de continuo que hace lo segundo.
No estamos ante un tebeo femenino (de hecho, la serie se llama originariamente "On Stage", sin el nombre de la protagonista), sino ante un melodrama donde hay historias de amor y desamor, pero también intrigas policíacas y hasta de terror. Starr se me descubre ahora como uno de los grandes, capaz de contar una historia en segmentos de tres viñetas aprovechando hasta lo indecible sus recursos narrativos, enganchando con los planos y contraplanos (y complementando la aventura semanal con la dominical sin que la dominical sea un refrito de los momentos álgidos de los seis días anteriores), y presentando su mundo de teatros, cines, actores y bambalinas con conocimiento del medio y en abundantes ocasiones con recursos narrativos propios de la novela negra.
Mary Perkins como personaje es la excusa para presentar una troupe de personajes mucho más interesantes que ella misma, quien actúa como catalizador, una especie de mezcla entre el físico de Audrey Hepburn y la ingenuidad de Marilyn Monroe (cuando la leo "escucho" la voz de Marilyn, cosas mías) que de buenas a primeras se ve envuelta en un mundo más grande que ella, que la supera y la absorbe y la utiliza. Hay glamour, sí, perfectamente mostrado y medido, pero también hay sordidez y rencor, gente mala en el camino y gente buena. Es un magnífico retrato del mundo del teatro, de la época del jazz y el arranque de la liberación femenina, con unas historias que oscilan entre lo puramente profesional (los esfuerzos de Mary por abrirse paso) y lo adulto, entendiendo por adulto una serie avanzadísima para su época que no vacila en mostrar conflictos padre-hijo, acosos sexuales, la connivencia entre periodistas y éxitos teatrales, los celos profesionales y sentimentales, intentos de suicidio de aspirantes a starlettes cuando comprenden su fracaso o compositores alcoholizados incapaces de escribir una sola nota. Todo esto, ya digo, a finales de los años cincuenta.
Si se ha dicho que Milton Caniff era el Rembrandt de los cómics, o Will Eisner el Orson Welles, Leonard Starr es su Douglas Sirk.
Un magnífico tebeo.
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