Empieza a procuparme que hayamos pasado del referentismo al mimetismo en esto de llevar al cine obras originales de otros medios. Y me preocupa porque ya no se pretende hacer adaptación, ni traducción, sino simplemente traslación, calcando de un lado a otro elementos que funcionan en un medio y que no tienen por qué funcionar (y de hecho no funcionan) en otro. ¿Libros de mil páginas? Películas de doce horas. ¿Subtramas que sólo pueden conducir a descondensar la síntesis tan necesaria a la imagen en movimiento? Allá que las metemos todas. Les confieso que lo que más me ha dolido de los muchos comentarios que he hecho de ayer a hoy con quienes se confiesan encantados con esta película, es la respuesta típica: "Claro, es que es un cómic".
Y verán ustedes, no. No es un cómic. El cómic de 300 es una cosa en papel, con lomo y colorines que en España publica Norma y en los USA Dark Horse. Una película es otra cosa. Y tendría que ser, en cualquier caso, una visión que completara el cómic, incluso que lo mejorara, que lo magnificara, que lo reinterpretara en otra luz y en otro medio. No una sucesión absurda de imágenes mal calcadas que a veces hasta remiten a portalitos de Belén algo anfetaminados y que no hace sino, ay, exagerar hasta lo insoportable todo eso que quienes leemos tebeos desde que sabemos leer tenemos que soportar cuando nos refriegan por la cara las carencias graves (que las tiene) de nuestro medio. Dicho de otra manera: si ya es doloroso que en los tebeos sólo pasen las cosas que pasan en los tebeos, peor me lo pintáis cuando llevamos los tebeos al cine y en el cine los tebeos quedan todavía más ridículos de lo que puedan parecernos.
300, el comic, fue y es un intento perfectamente válido de contar una historia de otra forma, con colores salvajes, en apaisado, como decía el propio Frank Miller en su charla con Will Eisner. Un capricho estético que corregía muy bien la paleta de Lynn Varley. Un tebeo de superhéroes (¿sabe Miller hacer otra cosa que no sean superhéroes?) donde no había antifaces pero sí capas, y donde el uso del montaje y la parquedad servía para contar una historia que otra gente, en el mismo medio, y en otros, había contado de otras formas quizá mejores.
Trasladar un delirio esteticista a la pantalla grande, y pretender hacerlo con imagen real, en una película de más de dos horas, aparte de un atentado contra la vista, reduce buena parte del salvajismo intrínseco de la historia original, respetándola demasiado y a la vez hinchándola con elementos innecesarios (todas las escenas intercaladas de la reina imitando -mal- a Penélope de Itaca). Se pretende un travase plano a plano (y se consigue muchas veces), y al final lo que nos queda es un enorme hueco. Las escenas, exageradas, fotoshopeadas, con los colores virados y haciendo unos movimientos con la cámara que recuerdan más que al cómic a troquelados de falsa tridimensionalidad, al final acaban por hacer no una película, sino un juego de videoconsola, y es hasta significativo que antes de la proyección pasen la publicidad de uno de ellos cuya estética es clavadita a ésta.
La película es torpe, excesivamente efectista, fría. La épica hay que contarla, además, en planos generales, con paisajes, contraponiendo calor y frío. Haciendo de la abusio una terrible arma, sin ser capaz siquiera de dotar de contenido ideológico a su película (por no ser, no es ni siquiera fascismo lo que nos está enseñando, sólo fantasía masculina rebotada), Zack Snyder (que no es ni será nunca John Ford, ni Howard Hawks, ni Akira Kurosawa, ni Sam Peckinpah, ni Elia Kazan, por citar a algunos autores que han tratado temas similares desde posiciones políticas cuanto menos matizables) no es capaz en ningún momento de mostrar ni empatía hacia sus "héroes" ni comprensión ninguna hacia el enemigo: todos son deformes, purulentos, hiperbólicos, mientras que los espartanos, que se apoderan del término "griego" y a los que me atrevería a decir que aquí el baranda atribuye la creación de los conceptos filosóficos, políticos y artísticos por los que la cultura helénica es famosa, no dejan de ser unos niños orgullosos que juegan a la guerra y se ríen cuando van ganando pero lloran como nenazas cuando les matan a los hijos (además, la espartaneidad se pierde con los años, según parece, y ahi tenemos al consejo de ancianos). Jode sobremanera que la palabra "libertad" esté tantas veces en la boca de semejantes brutos.
La reflexión sobre la gesta heroica es inexistente. O el director es demasiado consciente de que sus personajes mueren al final o no es capaz de comunicar las contradiciones del heroismo más allá del por los santos cojones del rey de Esparta. El secundario Héctor en Troya explicaba mejor esa dimensión heroica de quien defiende a la familia a costa de su propia muerte (y qué les voy a decir de la claridad expositiva del desembarco de Aquiles comparado con las exageraciones visuales de este engendro). Hasta John Wayne lo contó mejor en ese plomo que fue El Alamo.
Parece que a la chavalería lo que le mola es la sangre y las vísceras. No conocen, claro, la terrible soledad del Grupo Salvaje. Ni la culpa redentora de Lord Jim. Paciencia.
Cada vez tengo más claro que no, no pienso ir a ver Watchmen.
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