Vengo de ver con mis chavales en el cine-club La gran evasión, o sea, la peli de John Sturges del año 63, que es en el fondo la madre de todas las películas de evasión que en el mundo han sido y están siendo, ya sea en dibujitos animados o en series televisivas.
Una gozada de película, como ustedes saben. Fascinante cómo fluye la historia, desde una concepción absolutamente clásica de la narración, y cómo se consigue una película coral donde no parece destacar ningún actor sobre los demás, pese a la aparición de primeras figuras como Steve McQueen, que ya era un grande del cine, o Richard Attenborough, que lo sería luego. Un plantel de secundarios de lujo con gente como James Garner, Donald Pleasance, James Coburn, Charles Bronson (o sea, en total, tres de los Siete Magníficos), David McCallum (nuestro Iria Kuriaki de El agente de CIPOL), en un batiburrillo de acentos y nacionalidades (que se pierde en el doblaje, naturalmente), enfrentados al campo de prisioneros especialmente construido para reincidentes de las fugas.
El carácter forzosamente episódico de la fuga (que fue real, por cierto), se soslaya a la perfección, jugando con la simpatía de los personajes: en realidad, es una película picaresca de prisoneros con mucha caradura y carceleros algo bobos, aunque terriblemente letales cuando viene al caso o aparece la Gestapo. A destacar la magnífica banda sonora de Elmer Bernstein, otro de los grandes, donde sin duda se inspiró John Williams para algunos acordes de Indiana Jones: también la persecución en moto en las inmediaciones de la frontera con Suiza remite al tercer título de nuestro arqueólogo.
Me ha llamado la atención (es la primera vez que la veo en pantalla grande) la riqueza de la fotografía y lo cálido del paisaje. No sé ustedes, pero con esta película me pasa como con Casablanca: por muchas veces que la veo, nunca sé cómo van a ir siendo capturados los reclusos, quién va a salvarse o quien va a escapar. A pesar de lo poco que sale en todo el metraje, la peripecia de Coburn en su bicicletita tan tranquilo por la campiña es absolutamente impagable.
Y es que hay que tener mucho arte para rematar un final que podía haber sido pesimista, con una nota de alegría y rebelión.
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