Me lanzan el guante amable (el meme, que en la red le llaman) para que les cuente sobre mis ventanas, lo que veo desde mi ventana, las cosas que se me ocurren asomado a mi ventana.
Sólo tengo un patio interior, ahora, en la ventana a mi derecha: vigas blancas, el ruido intempestivo de los arrullos y aleteos de esas ratas voladoras que, de haber sido así hace ciento y pico años, jamás habrían inspirado a los poetas cursis. Les hablo, claro, de las palomas. El ventanal del salón da a una calle en cuesta, estrecha y superpoblada de coches y un edificio lleno de ventanitas más chicas y unos cuantos balcones donde, a veces, hace años, asomaba una mata hari de la que nunca más se supo. Si tuerzo el cuello y miro a la izquierda, puedo ver, tras la plazoleta y el hotel, un centímetro cuadrado de mar azul.
Hubo otras ventanas, en otros tiempos: la de la cocina de la casa de mis padres, desde donde me asomé muchas veces a los juegos y la vida, y donde tendimos, cuando no había internet, un walkie talkie con el que llamar a los amigos a la hora del almuerzo. El patio era cuadrado y había árboles, aunque ya no los recuerdo. Era de tierra y pedruscos que se te clavaban con puntería endiablada cuando te caías jugando al fútbol. Llovía y se convertía en una piscina de barro. En algún momento alguien construyó una arqueta bajo mi ventana y allí, en verano, tendidos mirando el cielo, pasamos muchas horas adolescentes conversando con la noche y con el viento.
Me gustaba más la ventana del otro lado, el balcón donde también me asomaba de continuo. Un tercer piso que hoy, curiosamente, me da algo de vértigo. Desde esa ventana se veía la vía del tren, un algo de frontera de lejano oeste, con sus máquinas varadas y una vegetación donde no era difícil localizar el correteo de las ratas en verano. Al fondo, más allá, se veía la bahía y los puertos, los barcos que botaban en los Astilleros. Luego, fueron edificando y ya sólo se vio, durante muchos años, la muralla gris fea de esos edificios prefabricados que componen la barriada de Guillén Moreno. Me fui de casa y hace unos años remodelaron la zona, enterrando la vía y levantando una carretera doble y un parquecito algo coqueto que tiene un punto de vegetación falsa, como de portal de Belén. Ya les digo que me da algo de vértigo asomarme, quizá porque he perdido la perspectiva o porque ahora todo parece, en un extraño juego óptico, que te va a saltar a la cara.
Y están las ventas del colegio. Desde algunas se ve un patio grande y gris, y más allá un edificio alto y feo que interrumpe brevemente, porque no puede más, la gran presencia del mar que todo lo rodea. El mar, siempre.
Comentarios (3)
Categorías: Reflexiones