Justo antes de entrar en Roma cruzando de manera algo estrafalaria el Rubicón, un comerciante árabe al que Valiente ha salvado la vida regala a nuestro príncipe un burdo collar de hierro con los bordes serrados; una lima, en realidad, aunque luego en el devenir de la saga, muchos años después, se nos haga creer (¿por olvido?) que es un collar de oro. Quien posea semejante collar, nos dice, nunca podrá ser cargado de cadenas.
Justo antes de entrar en Thule tras haber cruzado con bastante mala suerte todo el mar del Norte y haber sobrevivido a encallamientos, naufragios, tormentas, terremotos, monstruos marinos y ataques burlados de piratas, un comerciante también, de Túnez, aunque llamado Ahab, le regala a nuestro príncipe un jubón de brocado de seda donde hay, debajo, una cota de malla ligerísima forjada en Damasco que no puede ser penetrada por espada ni daga, lanza ni cuchillo (y, sí, está muy claro que el viejo J. R. R. Tolkien era seguidor de Prince Valiant). Aunque no se menciona explícitamente, el viejo Ahab es despreciado por su raza, con lo que no es aventurado suponer que es judío.
O sea, dos de los elementos característicos que van a componer la figura del personaje, los elementos por los que va a ser reconocido durante mucho tiempo, son regalos por acciones no necesariamente bélicas hechos por un árabe y un judío.
¿Nos estaba diciendo algo Foster?
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