A veces las encuentras cuando no quieres y donde no quieres, gaviotas de vuelo errático que traen prendido del pico un trocito convenientemente olvidado de tu pasado. Las amaste fugazmente alguna vez, con una pasión que dices que ya no sientes pero que de pronto se reaviva como las brasas de una candela, y por un momento notas cómo se cruzan y entrecruzan las líneas del destino que no fue con las del destino de lo que pudo haber sido, y no puedes dejar de imaginar (¿o de presentir?) que en algún universo paralelo fueron de verdad tus musas, tus enamoradas o tu compañeras, que te las llevaste al huerto y construiste a su lado un presente diferente que en el fondo tampoco deseas más que en ese breve momento de recuerdo falso que ahora escuece.
Te las cruzas en la calle, las encuentras en los hipermercados, esperas de pronto ante un semáforo y un pedacito de ti se queda colgado de su mirada. Algunas ya no son sombra de lo que fueron (como tú mismo, por otra parte, tampoco eres ni sombra ya de lo que creíste que eras); otras se conservan igual de hermosas, o el tiempo ha esculpido en sus cuerpos proporciones que potencian su esplendor todavía. En ocasiones charlas con ellas dos palabras apresuradas, y queda en el aire pendiente una conversación de película de John Ford, donde se dice más con el silencio que con el habla.
El amor que nunca fue se convierte así en melancolía. Cuando tú sigues tu camino y ellas continúan con sus vidas, comprendes aquel viejo poema de los barcos que se cruzan en la noche y sabes que es tu turno de tocar la sirena.
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