Aunque fueron el sueño húmedo de nuestra continua tardoadolescencia como lectores de historieta, las librerías especializadas han demostrado no ser la jauja que todos creíamos, sino un nuevo ghetto donde sólo se aventura aquel que ya ha sido convenientemente vampirizado por sus tendencias. Si a eso le sumamos que compartimos escenario del crimen con otro tipo de friqueces exquisitas, desde la venta de cartas, dados, muñecajos, merchandising diverso, máscaras, posters, camisetas, disfraces, maquetas y hasta barbies de actrices porno, poco podemos hacer, desde nuestra parcela, por reivindicar una historieta seria, adulta y a tener en cuenta más allá de lo que, me temo, siempre ha sido y siempre seguirá siendo, pese a alguna sana excepción: bantha fudu.
Es curioso que en Francia, por ejemplo, donde más se están vendiendo los tebeos sea en las cajas de los hipermercados, o sea, allá donde están las chocolatinas, las pilas y los chicles, las cuchillas de afeitar y los cartoncitos para dar limosna a los pobres: los poyaques de última hora que no has incluido en la lista o la memoria, la mala conciencia del consumista que te asalta cuando te encuentras el vale para dar un litro de leche al tercer mundo o, caso de los tebeos, la manera de que el niño se esté calladadito y no te de mucho la lata porque no le has comprado antes el videojuego, que vale mucho más caro y además lo embrutece. Como vamos con unos diez años con retraso, imagino que allá por el 2017 será el momento de comprar tebeos no en la librería especializada, ni en el viejo quiosco de la esquina ni en la FNAC, sino en la cola para pagar de cualquier Carrefour (si conserva todavía el nombre a esas alturas). Habrá que hacer una buena inversión, desde luego, pero por ahí irán los tiros.
Porque, verán, me temo que hemos llegado a un punto (en el mundo mundial, no sólo en España) en que sólo compran tebeos quienes leen tebeos. O sea, que hacemos tebeos sólo para iniciados, con todo lo malo y todo lo bueno que eso lleva consigo. Las tiradas se ajustan con tiralíneas, rozando la ridiculez más absoluta (mil ejemplares ya son un éxito; en los EE.UU. de A., vender cien mil hace que se lancen las campanas al vuelo: cien mil personas en un país de ciento y pico millones de habitantes, y encima el tebeo que más vende es nipón, chúpate esa, Manoliño), y uno comprende que los tebeos se siguen vendiendo más por su valor como activo futuro (dicen que Marvel hipotecó sus personajes, ¿no?) en pelis, videojuegos y otras chuminaditas que como tebeos per se. Mucha más gente irá a ver 300 (o está viendo 300 ya) que los que compraron o comprarán la "novela gráfica" (inciso aquí, plis, para descojonarnos todos por el término). Con lo cual, claro, lo que hay que hacer es abrir las ventanas y gritarle al mundo que sigue habiendo tebeos (¡cuánta gente cree que ya no hay!), y que se juegue a la carta de la reedición por sorpresa. O sea, potenciar que haya sleepers y luego volver a imprimir los tebeos que llaman la atención a la gente.
Desde que los tebeos se publicitan en Previews, se sabe perfectamente cuántos se van a vender, cuántos van a devolverse y, por desgracia, prácticamente lo que va a pasar en cada título mes a mes, cuatro meses antes de que se publiquen. Lo que se hace es seguir la cadena, virgencita que me quede como estoy.
O hay otra táctica, le pese a quien le pese. La táctica de hacer ruido. O sea, se anuncia en prensa a bombo y platillo que Supermán la diña, que Supermán ahora son cuatro, que Supermán regresa o que se cambia de uniforme y de corte de pelo. Se anuncia en prensa que Spider-Man sale del armario o, como ahora, que han matado al Capitán América. Como los periodistas no leen tebeos, pican. Y como la gente tampoco lee tebeos, pica también. Los que leen tebeos, se molestan por el spoiler, cuando no es más que una técnica (lícita o no) de poner el producto a la venta: la semana fantástica de Joe Quesada, pongamos por caso. No importa que usted y yo sepamos que los "para siempre" de los mundos de los tebeos duren menos que el matrimonio de una top model. La gente se lo cree, y pica. O no pica, pero pican las productoras cinematográfias, los diseñadores de videojuegos, los vendedores de juguetes.
Me imagino que sí, que les hará un poco la puñeta también a los vendedores de las librerías especializadas, puesto que son productos que no se anuncian con los cuatro meses de rigor, sino de sopetón. Estrategia de nocturnidad y alevosía, con despliegue en la tele y la prensa. Luego no habrá tebeos para todos: al menos, de ese tebeo concreto. Venderá algo más el siguiente, o la reimpresión, y en dos o tres meses las aguas volverán a su cauce, se habrán firmado unos cuantos contratos extra-tebeísticos y, bueno, siempre se puede buscar otro personaje al que matar, o resucitar, o volver alcohólico, o abanderarlo en su salida del armario.
Es la naturaleza del espectáculo, amigos. El nombre del juego. Si tienen ustedes memoria, háganse a la idea de que los tebeos, desde hace mucho, ya no se hacen teniéndolos como objetivos de mercado. En el fondo, es lo mismo que hacía el Yellow Kid. Ya saben, aquel niño chino de bata chillona y orejas de soplillo que dio nombre al periodismo amarillo.
Comentarios (16)
Categorías: Historieta Comic Tebeo Novela grafica