Repaso brevemente, como cada año, el Hamlet de Kenneth Branagh (a ver, por cierto, cuándo lo sacan en DVD en algún lugar del mundo); esa película exagerada, histrónica, ad maiorem gloria propia que, curiosamente, resulta larga y pretenciosa en la versión recortada y fluye y se disfruta con un suspiro en la versión de dos horas más.
Entre las muchas cosas que me fascinan de este Hamlet, y de Hamlet siempre, y del teatro todo, está el hecho de que Derek Jacobi (nuestro Claudio el tartamudo, nuestro astuto Cadfael), el maestro del alumno aventajado que siempre ha sido Kenneth Branagh, inteprete al ladino rey Claudio, cuando precisamente Jacobi inició su precoz carrera en las tablas haciendo de Hamlet (y ahí lo tengo, en otro DVD, interpretando al melancólico príncipe en una más que correcta adaptación para la BBC: también fuera de España existieron Estudios-1).
Por otras aventuras, ando repasando Tenorios, y encuentro el mismo juego de actores y de roles: quien ayer fue Don Juan hoy hace de Don Luis y mañana, con suerte, será el Comendador. Y pienso que debe ser hermoso, acaso con un punto de tristeza, ceder al paso del tiempo y ser contrarréplica del personaje que animaste en tiempos, del que aprendiste y te formó, sabiendo que gracias a tu apoyo desde el otro lado de ti mismo otro aprenderá y se formará y redondeará el misterio que se encarna brevemente en los actores, ese ser más grande que la vida, pese a no estar vivo, que es la máscara y el mito.
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