Ya de niña, cuando jugueteaba con un perro que hacía de hembra y un niño que después sería Aurelio, tenía una belleza inquietante, anuncio de carnalidades por venir. Corrieron ríos de tinta azul sobre el azul imposible de sus ojos azules, ojos añiles como no tenía ni tuvo nadie (ni siquiera, hoy, el aguamarina de Jennifer Connelly). Fue una gata caliente, Escarlata O´Hara después de los tiempos de Escarlata, hermanita buena capaz de robarle el novio a otras mujercitas más descaradas, circunstancia que luego repitió en vida, si mal no recuerdo, birlándole el esposo a la madre de la princesa Leia. Fue musa de homosexuales reprimidos al borde del suicidio o directamente encaminados al poste mortal que los esperaba en la carretera o repudiaron quién sabe si adrede el color de su tez y sus tendencias, soportó como una dama las palizas a su texano racista en Gigante, y antes de enseñarnos a temer a Virginia Wolf, hizo que prefiriéramos para siempre a Rebeca que a Rowena, por si el libro no lo dejaba ya lo suficientemente claro, pese a lo que pudiera haber pretendido Walter Scott.
Tuvo una cintura de avispa que hoy es difícil de imaginar (estoy seguro de que ella fue, sí, el modelo para Janet Van Dyne, nuestra Avispa), y un escote enormemente generoso que despistaba a la fuerza del imán de su mirada. Hizo sufrir a Spencer Tracy, que fue gracias a ella un padre comprensivamente mosqueado, y saltó de matrimonio en matrimonio y de cama en cama, haciendo épicas sus peleas en el yate con su galés borracho del alma y los pedruscos de diamantes que lo mismo se regalaban que se tiraban a la cara. A la vez que fue la Avispa, claro, fue también, en los tebeos y en las pantallas, nada menos que Cleopatra.
Siempre tuvo algo de volcán dormido, de reverso sexual y alcoholizado de Audrey Hepburn. Hoy nos cuesta imaginar que fue una de las mujeres más hermosas y más deseadas de buena parte del siglo veinte. Cumple setenta y cinco años, esta anciana bajita y algo hortera, famosa por sus escándalos, sus perdones, sus enfermedades: fue una estrella en un firmamento cuajado de estrellas.
Nadie, nunca, ha mirado como ella miraba.
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