A menos de una semana de nuestra fiesta por excelencia, verano aparte, el carnavalero jartible ya está en su salsa, saturado de coplas, experto en polémicas y acaparando foros internáuticos donde se pontifica, se debate y hasta se odia. Las teles, las nuestras y las que también dicen que son nuestras aunque no lo sean, han acercado hasta el empacho el concurso a todos los hogares, desplazando por un par de semanas a los presos guapetones o los médicos cojos, y restando quizá de paso un poco de interés a la Gran Final, esa que empieza siempre con fundido en negro y acaba con una lluvia de papelillos sobre los miembros del jurado que a mí al menos me causa, no sé a ustedes, una incómoda sensación de picor de espalda.
De aquí al sábado tendremos oportunidad de escuchar los topicazos de siempre en boca de los entrevistados de siempre en la retransmisión televisiva, entre tracas de anuncios y dolor de dedo pulgar de tanto darle a la tecla de pausa en nuestras grabaciones. Sería interesante que las autoridades, por una vez, no dijeran los lugares comunes de costumbre. Pero claro, para eso habría que hacerles preguntas nuevas, y a pesar de que ya llevamos tela de carnavales televisados, los presentadores y presentadoras siguen dándonos la cartilla Amiguitos a los espectadores, como si el señor que a las tres de la mañana sigue el concurso no fuera aficionado ya y no supiera distinguir perfectamente un cuplé de un pasodoble, la chirigota del Lobe del coro de Julio Pardo. Aunque esté viendo el programa vía satélite desde el quinto pino, oigan.
Llegará la Tere para vender los bocadillos que le salgan de la tartana, y se nos llenarán las calles (no sé si se han dado ustedes cuenta, pero han empezado ya) de esos estorninos humanos que pululan sin enterarse de la misa la media pero pasándoselo como si la fiesta se hiciera para ellos, que me da a mí que no se hace. Florecerá en cualquier casapuerta un improvisado puesto de tortillas caseras, se estropearán todos toditos los servicios de los bares del centro, aparecerán barras metálicas en cualquier esquina y tendremos grupos de émulos de los indios Tabajaras haciendo sonar las quenas y los tambores justo al ladito donde las ilegales lamentan no haberse traído un alicates para cortar los cables de la megafonía.
Habrá patosos, y cristales rotos, y lloverá, porque siempre llueve en Carnaval. Y la ciudad se nos quedará chiquitísima, y será fácil distinguir al que viene de los pueblos cercanos o los pueblos lejanos, porque se ríen de la rima que usted y yo ya sabemos que va rematar el chiste desde la primera cuarteta, y mucho más fácil será diferenciar a los noctámbulos del botellón por las gafas de sol y el nulo caso que hacen siempre a los que cantan desde lo alto de las bateas. Y nos preguntaremos, en una bulla, a quién fue el listo que se le ocurrió pararse con la charanga justo donde cortaba el paso de cuatro calles, y por más que nuestros hijos se empinen no podrán ver nada, que siempre se habla de la mala educación de la gente joven pero también habría que recordar lo mal que se comportan a veces nuestros mayores en situaciones como estas.
Habrá cabalgata y se desorganizará tropecientas veces, y eso que va en línea recta. Si no llueve, claro. Como siempre, tendremos que quejarnos de que nunca haya un plan be para que el carnaval se celebre en otras partes si no se puede celebrar en las calles. Nos quejaremos de que al final quedó muy frío el concurso de romanceros, por aquello del tamaño impresionante de la catedral del tango y el tamaño diminuto de las pancartas. Se nos ensuciarán las calles, todavía más que de costumbre, y es de esperar que no se espere al segundo domingo para baldear, que la ciudad debe estar en perfecto orden de revista cada mañana.
Nos clavarán de lo lindo por un bocata y una cerveza, pero un día es un día, aunque parezca que el pre-carnaval se coma con erizos y pestiños el carnaval de verdad. O sea, el que empieza el sábado, precisamente, cuando termine el carnaval que nos vende la tele y que a esas horas se estará exportando en Sevilla: el día grande de una fiesta grande, aunque todavía no hayamos solucionado cómo explotarlo (ni el carnaval, ni ese sábado) debidamente.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 12-02-07)
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