La Ilíada, La Odisea, Beowulf, Las mil y una noches, Morte d´Arthur, La Chanson de Roland, Los Nibelungos, Gargantúa y Pantagruel, El sueño de una noche de verano, Paraíso Perdido, Cien años de soledad, Poe, Múgica Laínez, Bécquer, Lovecraft, Robert E. Howard, Borges, el propio Tolkien...
Les confieso que me quedé muy pillado el otro día cuando, en una entrevista para la radio, celebraban mi último libro como una "original" novela de fantasía para adultos. Y me quedé muy pillado y no me pude morder la lengua (cosa que suelo hacer, curiosamente, cuando me preguntan tonterías en antena, no vaya a ser que luego la entrevista ni la emitan), y les tuve que citar a los (por otra parte muy amables) entrevistadores algunos de esos títulos y autores que se mencionan en el párrafo de arriba.
Es el signo de los tiempos: que parece que no hay otro tiempo que haya dejado señal y signo. Ni siquiera se trata de incultura, sino de falta de curiosidad, de ganas de poner apellido y etiqueta a todo, y es muy fácil confundir literatura fantástica con literatura juvenil fantástica, igual que es todavía más fácil confundir mucha de esa literatura juvenil fantástica simplemente con literatura.
Hemos ido estrechando la horca del género. Primero nos cargamos a la ciencia ficción que, desprestigiada, ignorada, arrinconada, nos sumó al carro de los buscadores de ovnis y demás gromenauers de lo parafísico. Todavía hay quien hoy se queja de que no se escribe buena ciencia ficción en nuestro país (cuando se ha escrito, y se escribe, y se escribirá), y hay quien se da cuenta de que el mal no sólo es nuestro, sino que se reproduce en otros países de donde partimos. El cambio de tendencias puede deberse a muchos factores: el futuro que nos alcanza, la maldita manía de escribir segundas, terceras e infinitas partes de libros de más o menos éxito, el filón que descubrió Hollywood no en libros de ciencia fición, sino en la fantasía... y en la fantasía adolescente o en la fantasía traducida al cine para las legiones de espectadores adolescentes.
Muchos escritores que empezamos haciendo ciencia ficción en España, por no decir todos, hemos ido abandonando tarde o temprano ese género para buscar otros pastos literarios. No creo que se trate tanto de una búsqueda de comercialidad como de una necesidad de expresión interna. Hay quien se ha decantado, y con éxito, hacia la novela juvenil en todas sus vertientes, fantástica o no; quien se zambulle en la novela histórica o quien urde historias donde historia y fantasía (y a veces historia y ciencia ficción) se entremezclan y sin estridencias. A veces, lo que hacemos no tiene etiqueta fácil más allá de que escribimos libros. En todo caso, algunos, hacemos algo que podría llamarse "fantasía oscura". Dejémoslo ahí.
La fantasía oscura mezcla lo cotidiano, la fantasía, el terror. Mezcla los miedos y los sueños. Lo conocido y lo temido, lo explorado y lo recordado, el sexo, la vida y la muerte. No es precisamente un género juvenil. Si buscan ustedes referentes fuera de nuestro idioma, me temo que nadie se atrevería a juzgar a Clive Baker como autor para adolescentes.
Pero ahí estamos, en las estanterías de las librerías (o en las estanterías de las librerías que se toman la molestia de reponer su stock, que ésa es otra) confundidos en el montón de historias para chavales donde lo literario brilla por su ausencia, donde la originalidad se mide por las haches y las uvedobles que tienen los personajes en sus nombres, donde los arquetipos se hacen pasar por personajes y donde la Edad Media se reduce a casas de adobe como único escenario, los ideales políticos acaban siendo una apología del sistema de castas, filosofía de todo a cien y, ay, lo más chusco de los cuentos de hadas para niñas (un inciso: ¿por qué ese tipo de fantasía es tan blandita?), y donde vende más quien más continuaciones es capaz de colocar en el plazo de seis meses. Confundidos esta vez no con los buscadores de ovnis o los gromenauers, sino con los grialeros y desentierratemplarios: hartito estoy, por ejemplo, de que me pregunten si es verdad que El Cid resucitó gracias a un hechizo de Estebanillo y que luego siempre quieran saber si Estebanillo existió o no. Lo peor del "síndrome Da Vinci" es que ahora todo el mundo cree que ficción y realidad son la misma cosa.
Una diferencia notable entre el (antiguo) lector de ciencia ficción y el lector (contemporáneo) de fantasía y ciencia ficción es que el primero sabía que cada libro es un universo, y las puertas de su percepción eran más amplias. Puede que sólo tuviera y siga teniendo cierto reparo obtuso contra lo literario (como si el estilo fuera un añadido en la literatura, y no la raíz, el tronco y las ramas de la obra literaria), pero era consciente de que había otros mundos y otras historias que buscaban sorprenderte con enfoques diferentes sobre esta realidad o sobre las realidades que nos temíamos o las que añorábamos.
Hemos hecho esa reflexión ya muchas veces, y me temo que todavía es pronto para encontrar una respuesta. ¿Sólo lee un tipo concreto de fantasía el lector de fantasía adolescente? ¿Es un adolescente todavía? ¿Seguirá siendo un adolescente toda la vida? ¿O cambiará de libros y de autores, de registros y de géneros? ¿O desaparecerá como lector y, si acaso, se convertirá dentro de equis años en buscador de añoranzas?
¿Hay una puerta a Itaca desde Hogwarts?
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Categorías: Ciencia ficcion y fantasia