En su santa inopia. Con la que está cayendo en Alcorcón estos fines de semana, va en la tele la anónima reportera de calle y le planta el micro allí delante a dos energúmenos de pañuelo enmascarado y pelos al cepillo. Como imaginando, no sé, que había alguna razón en las reacciones de los vándalos o que los iba a convertir cual misionera cantarina reciclada a lo catódico moderno, o como aquella escena terrible de La guerra de los mundos, cuando el pastor anglicano avanza cruz en alto todo convencido de que podrá entablar contacto místico-social con el trípode y desde el trípode lo fríen con el rayo calorífico que ahora mismito acaban de patentar los americanos.
Y claro, con los pañuelitos tapándoles la cara, un chicarrón alto que se veía convertido en Göebbels por un día y otro más bajito que daba media cara a la cámara nada más (para mí que el verdadero Führer de los dos) el discurso de los notas se redujo a una frase lapidariamente simple: “Es que no mola”. Toma propaganda política, toma declaración de intenciones, toma justicia social resumida en el Non-reader´s digest de nuestros días. Se lía una algarada racista como nunca habíamos tenido en este sacrosanto país nuestro (kale borrica aparte) y el mensaje mascadito de todo es que, cáspita, hay algo (no sabemos qué) que no les mola.
Lo malo no es que haya descerebrados queriéndose tomar la justicia por su mano y acogotando al primero que pasa porque es morenito y habla con acento. Lo malo no es que haya periodistas en prácticas que tienen que presentar equis segundos de noticia porque hay que rellenar el telediario y no todo van a ser realesmadriles o fernandoalonsos. Lo malo es que, desde los despachos de los mandamases y la cabeza pensante de los regidores de los programas, todavía no se den cuenta de que no se puede dejar los micrófonos en manos de cualquier mindundi capaz de subvertir el orden social y provocar una masacre.
No comprendo la moda estúpida de darle voz a quien no tiene nada que decir y sí mucho que berrear. La policía detiene a un supuesto asesino y allí está la cámara, entrevistando al primero que pasa y que ni ha visto lo que ha ocurrido ni sabe de qué va el rollo, pero intenta explicar a su modo y manera, con faltas de ortografía hasta en el habla, el modus operandi del interfecto y los detalles más escabrosos de la anécdota. Nunca falta una última toma donde sale alguien amenazando o increpando con el más florido de los vocabularios, envidia de don Camilo José Cela, al señor o la señora que acaban de enchironar (y que es inocente hasta que no se demuestre lo contrario, no lo olvidemos), y ese cierre parece resumir casi siempre el mensaje de la noticia. Increpa, véngate, chilla, insulta, ay, si a nosotros nos dejaran...
Así nos va, y por desgracia esta tendencia no sólo es privativa de España. En el Reino Unido ya van dos veces seguidas que se rasgan las vestiduras, Tony Blair en el Parlamento y todo (pero eso sí, él no ve la tele), por causa de las soflamas racistas de dos sendas concursantes de esas que se quedan encerradas a perpetuidad con una cámara delante para tirarse en el sofá durante muchas horas y demostrar que puedes llegar a la fama sin dar un palo al agua: pero eso sí, si por ellas y ellos dependiera, los palos se los darían a los pakis y a los sudacas, porque no molan. Hasta un incidente internacional ha provocado el programita de marras con el gobierno de La India. Somos lo que comemos, por suerte o por desgracia, y la cantidad de lerdos, aprovechados, lumis, semianalfabetos, pseudofachas y pilinguis que toman la palabra en antena al final nos acaba por pasar factura a todos. El sentido de la decencia debería ir más allá de enseñar o no las vergüenzas y vender tu intimidad por salir en los papeles. También habría que hacer valer el tesoro que supone estarse calladito y no soltar pamplinas que puedan hacer pupa a terceros.
Parafraseando a Hamlet, la tele es un palacio donde nos hemos olvidado de meter a gente noble. Porque ya no mola.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 29-01-07)
Comentarios (23)
Categorías: La Voz de Cadiz