Spiderman tiene su particular y oportuno instinto arácnido. Dan Defensor, sentido del radar, porque el personaje es ciego. Los gaditanos debemos tener un quinto sentido y medio que nos avisa de la mierda de perro en las aceras, porque si no es que no se explica que no vayamos por la calle dando zancadas como el monstruo de Sáncheztein para esquivarla, pasito pacá, pasito pallá, alto, ya, sin pisarla ni resbalarnos. O que no protestemos y lo aceptemos como una de las cosas naturales de la vida, residuo de los tiempos del “¡Agua va!”. Dicen que en los últimos años los españoles hemos crecido en altura y anchura (la próxima cruzada del gobierno, como si lo viera, seremos los gordos y después los pequeños), pero también el estado de bienestar ha alcanzado a nuestros animales de compañía, porque hay que ver el tamaño de las cagarrutas que salpican, nunca mejor dicho, nuestras aceras: no sé qué le echarán últimamente al Purina o el Dog Chow, pero ya pocas son las cagarrutillas esas secas de antaño (y no es que las eche de menos), sino que ahora lo que se ve y se huele son bostas cuasi vacunas y semisólidas que parecen servidas con pala de helado. Un asco.
A veces parece que cuando hablamos del estado de la limpieza en nuestra ciudad nos estamos refiriendo solamente a que se recojan más o menos puntualmente las basuras y que no dejemos el suelo chorreadito de envoltorios o cigarros. Ya nos volvía a insistir aquí Juanjo Téllez sobre la calamitosa imagen post-botellón que deja la ciudad como los chorros y no del oro, una culpa que nada más que puede achacarse a quien es guarro por naturaleza y le importa una mierda, con perdón, dónde desagua o se libra del apretón. El problema de las caquitas de perro es endémico en Cádiz, como dicen que en tiempos lo fueron las enfermedades y epidemias que nos traían en barco. Y no se soluciona nunca del todo, como si no nos importara o ya estuviéramos hechos a todo, a pesar de la concienciación ciudadana en otras muchas cosas y que la situación es diferente a como fuera en el pasado.
Porque, no sé ustedes, pero yo hace mucho tiempo que no veo aquellas manadas de tres o cuatro perros callejeros vagabundos que parecían sacados de películas de Walt Disney, pero en cerquita, y que resultaban tan difíciles de controlar, precisamente porque eran espíritus libres y sin amo. Ahora quien más o quien menos tiene perro y en teoría es responsable de ese perro, y lo vacuna, y lo limpia, y lo saca de paseo y sabe que, por ejemplo, no lo puede llevar a la playa ni entrar con él en la panadería ni dejarlo abandonado cuando se marcha de veraneo. Sin embargo, contados son, y a la vista está por como quedan nuestras aceras, los que realizan la salida o salidas diarias de paseo con el chucho y llevan su plastiquito o su recogedor. Al parecer, en la educación de los esfínteres del can no cuenta la higiene de los otros, que somos los demás que, por desgracia, no tenemos la dicha de disfrutar de la compañía de un perro. Desde el amo o el ama que va parándose en todas las esquinas y todas las casapuertas para que el animalito levante la patita justo donde usted va a abrir la puerta, al que mira para otro lado como si con él no fuera la cosa cuando el perrito se acuclilla y nos deja para la posteridad el regalo.
Porque para la posteridad queda. Dicen que lo más difícil de limpiar son los chicles pegados en las aceras, pero la mierda de perro parece que no se queda atrás. Los empleados de la limpieza, vulgo basureros, ¿necesitan un artículo más en el convenio colectivo que les diga que también hay que retirar los detritos sólidos de nuestros bichos allá donde los encuentren cada día? ¿O eso entra dentro de la letra pequeña? ¿Sólo desaparece la mierda de perro cuando llueve? ¿O cuando ya ha sido repartida por medio centenar de zapatos? ¿O cuando se seca y se reduce como el sueldo este mes de enero? ¿Habrá que hacer como en las películas y crear una brigada especial canina ( K-9 que se llama) que se dedique única y exclusivamente a recoger caquitas de perro? ¿Habría que patentar servicios caninos? ¿Dodotis para perros? Y, sobre todo, la gran pregunta: ¿Pero cuántos perros hay en Cádiz para que la tengamos como la tenemos, por Dios?
Seguro que más que en el censo canino, si es que existe. Me temo que no sólo en número de habitantes estamos como hace cuarenta años.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 8-01-07)
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