RAGNAROK EN LAS PLAYAS DE ITACA

Fueron subiendo la colina y cuando comprobaron que no había peligro se despojaron de rostros y disfraces y asumieron sus verdaderas identidades sabiendo que sería la última vez, que las palabras nunca más venían aliadas con las no menos terribles para siempre.

Eran apenas tres docenas. Ellos, que habían sido centenares, que habían poseído tierra y cielos, que habían creado mundos y destruido generales y resuelto batallas a su antojo. Ellos, que habían asumido formas y luces, que habían dado imagen y esencia, que lo habían significado todo y ahora comprendían que no les iba a quedar nada, ni siquiera el consuelo del recuerdo.

--¿Ninguno más? ¿Acaso Hermes no ha llevado el mensaje?

--Hermes ha caído. Como Heracles. Como Zeus --informó Apolo--. El hecho de que podamos reunirnos aquí y ahora nos indica que, aun en manos del enemigo, no nos ha delatado.

Palas posó sus dulce mirada de lechuza sobre el mar que los rodeaba, sobre las islas que sobresalían como tesoros dentados en la boca de un anciano. Solamente treinta y seis supervivientes. Solamente treinta y seis miembros de un panteón que había oscurecido el sol al volar en bandada contra el resplandor del cielo.

Era el fin de su mundo, pero no del mundo. Un hombre solo se había enfrentado a ellos y los iba eliminando con la precisión de un carpintero que hunde sus clavos en la madera y va dando forma a su trabajo sin violencia ni premura. Un hombre solo a quien la propia Palas virgen había protegido y ahora se había vuelto contra todos ellos. Tras la línea del horizonte se dibujó el resplandor de una tormenta.

--Hemos de cumplir entonces la voluntad de Zeus. Por nuestra supervivencia. Por nuestro futuro.

Dioniso escanció los odres y brindó al mar que los llevaría a los cuatro puntos cardinales, alejados del cazador, ocultos de su propia vida.

Los dioses bebieron el nepente y cuando su agridulce rastro halló fondo en sus estómagos, contemplaron las aguas como si fuera la primera vez que las hubieran visto, y se miraron unos a otros sin reconocerse, sin saber quiénes o qué eran.

Fueron bajando la colina, amnésicos de su historia y de su memoria, y el recuerdo de sí mismos se perdió entre las olas del Mediterráneo.

* * *

Nunca he encontrado evidencia médica de que la locura sea contagiosa. Hay casos de histeria colectiva, de desequilibios psíquicos que puedan ser debidos a la influencia de factores comunes y externos, pero nada parecido a un virus que provoque alucinaciones o sorba los sesos de nadie. Sólo Don Quijote se volvió loco leyendo libros de caballería.

He conocido enfermos pintorescos. Charlie Neuenmeier estaba convencido de que Hitler vivía en el entresuelo de su edificio de apartamentos. En qué estado, no podía precisarlo, a pesar de que han pasado más de noventa años desde el final de la Segunda Guerra Mundial y el incendio del búnker. El pequeño Ernesto Troy, uno de esos mendigos que no sueles ver a tu alrededor y sólo reparas en él cuando ya lo has olido y es demasiado tarde, se pasó cuarenta años de su vida, desde que se volvió tarumba, moviéndose en el radio de dos semáforos y tres bloques de pisos. Cuando suministré a mi ordenador los datos sobre esa manía obsesivo-compulsiva de mi cliente a la fuerza, resultó que había estado trazando una y otra vez el rumbo de las estrellas del Carro. O Anita Donnesbury, que acumuló en su piso tonelada y media de basura. No sé qué es más extraño, que nadie denunciara el hedor a los servicios de salud o que el techo del vecino de abajo no se desplomara con el peso.

He conocido enfermos pintorescos. El último, por el momento, es Dennis Bach. Un hombrecito inofensivo que en su vida debe de haber matado a una mosca, el único que me ha hecho sospechar que todos nosotros pudiéramos estar volviéndonos locos.

Si no fuera por el rostro colorado y la nariz redonda, y las ropas arrugadas y los cabellos enloquecidos, Dennis Bach podría haber sido cualquier cosa. Vendedor de enciclopedias, zapatero, catedrático o payaso. Ahora, no era más que un borracho con un síndrome autodestructivo que le llevaba a unir depresiones ciclotímicas con delirios de grandeza.

Pero tenía una forma interesante de concebir el mundo.

Una forma interesante. Y contagiosa.

Soy psiquiatra, pero eso no me asegura que pueda estar a salvo de la locura. No sería el primer caso.

Cierro los ojos y escucho la voz de Dennis Bach, veo el mundo tan distinto que describe, los delirios que inventa con una precisión tan absoluta que parece que lo hubiera vivido todo.

Su curación estaba fuera de mis posibilidades. Pero su caso era interesante. No tenía medios de ir más allá, de avanzar en su dolencia. Por eso decidí acudir a mis superiores. Quizás ellos podrían ayudarme a tratar a aquel pintoresco hombrecito.

Yo trabajaba para una fundación altruista, investigación y curación al cincuenta por ciento. Después de escuchar a Dennis Bach durante casi un año, acudí a ver al mecenas y presidente, el doctor Odo Noman, quien me recibió en el jardín de su edificio hueco, a pesar de que yo estaba muy por debajo en el escalafón de todos aquellos otros psiquiatras que tenían acceso al gran hombre.

Era atractivo. El traje de Isaki Otonami que vestía bien podía equivaler al producto interior bruto de la mitad de los países de la extinta Unión Europea, y las gafas de sol graduadas que le cubrían los ojos eran de una aleación de platino, las mismas que usan en las sondas espaciales que envían a Marte y Júpiter. Ancho de hombros, con barba bien cuidada, cojeaba de forma tan leve que el balanceo de su cuerpo para contrarrestarla incluso le daba más encanto.

Me presenté en dos palabras, nerviosa por su magnetismo, atropellada por mis dudas. Él dijo que se acordaba de mí.

--¿Cómo no olvidar unos ojos como los suyos, doctora Autillo? ¿A qué debo el placer de su visita?

--Uno de nuestros internos --expliqué--. Dennis Bach. Un esquizofrénico con delirios compulsivos.

Él asintió.

--Me pareció que tal vez usted consideraría que es un caso interesante.

* * *

Su despacho era tan grande como la mitad del pabellón oeste donde yo hacía las guardias. Había una mesa de metacrilato donde se me antojó que sería capaz de aterrizar un helicóptero de tamaño medio, y detrás una escultura de un hombre desnudo que intentaba correr a pesar de las cadenas que retenían sus piernas y sus brazos. Era mercurio, o un material que se le parecía mucho, y el efecto del sol que atravesaba las paredes transparentes hacía que la escultura pareciera un ser vivo suspendido, un corredor en el esfuerzo inútil de una carrera que no lo llevaría a ninguna parte.

Odo Noman me indicó que me sentara y pidió por el intercomunicador una botella de chianti y dos vasos. A un gesto de su cabeza, coloqué sobre la mesa mi reproductor de imágenes.

Desplegándose como una pajarita de papel, cara sobre cara, el holograma dibujó entre nosotros el rostro enrojecido de Dennis Bach. Todavía no había sonido.

--Ese es el hombre, señor Noman. Escuche.

Pulsé el botón en el mando a distancia, y las palabras del viejo decrépito inundaron la habitación, arrasando mi alma.

* * *

--El titán fenicio escogió la sabiduría --decía Dennis Bach, la mirada perdida en la invención de sus recuerdos--. Le pareció un buen premio. Pero él... él prefirió la inmortalidad. Bebió la pócima ardiente que le entregó Hefesto, sabiendo como no sabía su compañero de aventuras que el tiempo podría ayudarle a comprarlo todo, sabiduría y venganza.

"Porque venganza quiso. Venganza, tras veinte o más años de navegar a capricho de los vientos. Venganza contra una mujer infiel, a la que llenó de flechas en el mismo salón donde acabó con las ínfulas de sus pretendientes. Venganza contra el mar que lo había tenido prisionero, contra la propia vida que se le había ido gastando año tras año.

"Se había hecho inmortal, ¿comprende? Se sabía eterno. Y nada lo ataba al pasado, sólo él podría configurar el futuro. Eliminó primero al fenicio noble, el de la frente de piedra, y lo enterró allá donde el mar se multiplica y se asoma a un gigante contra el que no puede compararse. Luego, acompañado por la pequeña ninfa que no era más que una bruja, se rebeló contra aquellos que se habían asomado a contemplar cómo vivía.

"Y harto de haber sido una marioneta en el juego de los dioses, se convirtió en cazador de cazadores, doctora Neus. Uno por uno les fue dando muerte. Tan grande era su odio. Tan fuerte era su ansia.

* * *

No sé si Odo Noman veía como yo veía la descripción que hacía el viejo loco. No sé si Odo Noman entendía como yo entendía lo que estaba haciéndole ver el borracho en su delirio. Sin parpadear, sin apartar la mirada del holograma, el magnate continuó escuchando el relato, la suma y montaje de tantas sesiones de terapia en que Dennis Bach me había manchado de su sueño y su locura.


* * *

--Había sido un hombre astuto y ahora su astucia se había visto centuplicada por la rabia. Ya no volvería a ser peón de luchas y caprichos. Ahora estaba a nuestra altura, nos podía tratar como a iguales, era capaz de darnos muerte. Y muerte nos dio. Con su espada, con su arco, con sus manos.

"Nos fue localizando por las tierras de la Hélade. Escaló al Olimpo y desafió al mismo padre de los cielos. ¿Qué era sino una insignificante mota de polvo, un campesino convertido en rey, un rey disfrazado de marinero? Pero se enfrentó al Gran Padre como antes, bajo disfraces, se había enfrentado a sus hijos.

"Y ese día la leyenda se apagó. Ese día se cerró el cielo. Ya no era un campesino. Ya no era un estratega capaz de inventar caballos huecos y desafiar luego al mar que no había podido descubrir su juego. Ya no era un rey de islas, dueño de cerdos y adorado por viejos poetas ciegos. Ya no era un marinero orgulloso, capaz de dar mil vueltas a un mar que cambiaba de forma con cada ola, diestro en mutilar cíclopes y seducir doncellas. Ya no era un náufrago cansado, un buscador de tesoros, el héroe o el villano que necesita una recompensa al final de su viaje.

"Porque ya había conseguido esa recompensa, Neus. Ya tenía lo que los hombres han querido siempre. Ya era igual a los dioses. Ya se había trascendido. Ya era más que humano. Más que ángel. Más que demonio y más que avatar. Ahora era un vengador, un ser único, y sólo podía seguir siéndolo si eliminaba a los que se parecían en algo a él.

"Nunca fue humilde. Siempre creyó que podría superarlo todo. El mar, los troyanos, los pretendientes borrachos, su infiel esposa. Adelantó su esencia una casilla, se puso al ras con quienes eran los dioses y los eliminó uno tras otro. Y se cansó pronto del juego.

"¿Cuántos eran? ¿Cuántos quedaban? ¿Qué le decía que no estaba siguiendo otra vez el capricho de dos, de tres, de cien de ellos? ¿Qué le aseguraba que no era Zeus Magnífico quien estaba detrás de su ordalía, utilizándolo para barrer sin sus rayos a todos aquellos hijos y parientes molestos que soñaban en secreto con arrebatarle un día el trono de mármol y oro?

"Contra Zeus fue. Ante ese mismo trono de mármol y oro se plantó con su lanza. Ni siquiera el padre de todos dejó de tomarlo en serio. Era un titán engalanado, un hombre transformado, un dios de otro signo incomprensible.

"Le decía que las leyendas murieron ese día, doctora. O tal vez lo hicieron antes, cuando él regresó a su casa y eliminó todo aquello que le podía recordar lo poco que había sido, la insignificancia de su cuna y de sus sueños. Murieron las leyendas cuando murió Zeus, cuando el Gran Padre cayó por su mano, en un charco de sangre en el que luego se ahogó Hera, en la catarata roja que sepultó el Monte Olimpo bajo un vino granate que ni siquiera yo mismo sería capaz de catar.

"Ese día transformó la historia, cegó leyendas y mitos, dio comienzo a un mundo diferente, un mundo sucio, un mundo nuevo.

* * *

Noman me miró a través del rostro congelado del enloquecido borracho. Arqueó una ceja.

--Todavía hay más --dije.

Pulsé un nuevo botón y otra imagen de Dennis Bach sustituyó a las anteriores. Recordé esa sesión. El pasado mes de mayo.

* * *

--Sin la guía del padre, ¿qué podía ser de nosotros? Fue como si el planeta empezara a girar a toda velocidad, vuelta tras vuelta tras vuelta, y pudiera deshacerse de nuestra existencia como un perro se libra de las pulgas que lo molestan.

"Fuimos como niños en una habitación oscura, como pupilos que tienen para ellos solos las aulas vacías del colegio. No supimos qué hacer. No supimos a quién volvernos. Porque en la habitación oscura había un hombre que respiraba y afilaba sus flechas. Porque en el colegio deshabitado una sombra vengadora cerraba puertas y corría candados.

"Cuando eliminó a Zeus, nos quedamos sin cabeza. Fuimos un ejército sin general, una iglesia sin sumo sacerdote. Nos reunimos, lloramos, hicimos preguntas, imploramos. No se podía negociar con él. Era un virus irracional, un terrorista que no atiende razones y se niega a admitir ninguna de las reglas de juego del estado. No lo podíamos seducir. No lo podíamos eliminar. Se escondía entre los hombres. Hoy aquí, mañana allí. Las leyendas que él mismo había encargado lo suponían feliz de regreso a su isla, con su esposa fiel y amada, justo final completo a una vida de vagabundeo y sufrimientos. En ninguna parte se decía que ahora era un cazador cruel que eliminaba a sus creadores, un hijo enloquecido que mataba a sus padres.
Él se ocultaba
"Él se ocultaba de nosotros, doctora Autillo. Podía ser alto. Podía ser bajo. Podía ser viejo o podía ser joven. Era maestro en argucias, capataz de inventivas, domador de palabras.

"Y entonces quisimos devolverle la misma moneda. No matarlo, pues si el propio Zeus no había podido con la fuerza de su lanza, ¿qué podríamos hacer los demás, acostumbrados a miles de años de vagancia y ocio? No matarlo, pero sí eludirlo. Escondernos de él para siempre. Escondernos de nosotros mismos.

"Bebimos nepente, el néctar que proporciona el olvido. Si nosotros no sabíamos quiénes éramos, tampoco podría localizarnos él. Si nosotros olvidábamos lo que fuimos, él buscaría en vano nuestros cuerpos para saciar su venganza.

"Bebimos nepente y ya no fuimos dioses. O si lo seguimos siendo, como ya no teníamos memoria, nos dio lo mismo.

* * *

--Fue más listo que nosotros --continuó Dennis Bach--. Como antes. Como siempre. Fue más listo que todos. A fin de cuentas, había tenido la sabiduría de Palas Atenea por protectora durante años.

"Fue más listo. Cuando no nos pudo localizar, cuando supo que nos habíamos convertido en puro mito, en recuerdo y superstición en la mente de los hombres, dio la vuelta a la situación y se aseguró de que eso fueramos: un chiste, una imaginación, un cuento.

"Aunque era como un dios, no quiso ser dios. No quiso para sí una religión. Pero creó una. Tras sus correrías con el fenicio, supo que en Galilea adoraban a un solo dios. Forzó un poco las profecías y le dio un hijo. Contrató a un actor. Rodeó su estrategia de detalles capaces de alumbrar un nuevo mito. Un mesías. Y después lo crucificó. Hizo creer que había vuelto a la vida tres días más tarde.

"Y mandó a sus seguidores a Roma, donde nuestro culto sobrevivía confundido con el de otros dioses falsos de Mesopotamia o de Egipto. Los envió a Roma, donde sus palabras y su visión del mundo crearon una nueva filosofía, una nueva forma de pensar, un nuevo orden.

"Nosotros nos habíamos ocultado de él. Pero él nos había ocultado de nuestros seguidores.

"Nos cerró las puertas del regreso. Acabó con nuestra religión. Un dios sin creyentes no es nada, menos que nada. Un dios sin creyentes ni siquiera es un hombre. Y por eso hemos vagado por la historia, sonámbulos de nosotros mismos, ajenos a lo que somos y lo que fuimos, dormidos al despertar de lo que podríamos ser.

"Ganó la partida. Nos anuló del todo.

"Y todavía, de vez en cuando, si descubre a alguno de nosotros, se entretiene en darnos caza. Es inmortal, ¿recuerda, doctora Autillo? Tiene todo el tiempo del mundo. Tiene poder. Tiene sabiduría. Tiene paciencia. Y todavía le queda odio.

"Estamos acorralados. He pasado por la historia sin saber quién soy. Sin reconocerme como dios hijo de dioses, como creador y destructor de cielos y limbos, sin reconocer a mis iguales hasta que he despertado. Han pasado miles de años. Hay dioses desperdigados que ni siquiera saben ya que son dioses. Pero cada día somos menos. Y él sigue por ahí suelto, esperando como una zorra ante la madriguera del topo.

* * *

Apagué la reproducción con un dedo firme.

--El resto no es más que el mismo galimatías de quejas y exigencias, súplicas por un vaso de bourbon, amenazas a los enfermeros, y una curiosa mezcla de su historia con la Revolución Francesa.

--¿Qué tiene que ver eso con el resto del delirio?

--Según el señor Bach, ese misterioso cazador de dioses ha ido además configurando los acontecimientos de la historia.

--¿No se detuvo en la creación de Cristo? --sonrió Odo Noman.

--Parece que no. Es más, dice que lo reconoció en 1789, en plena Revolución Francesa. Al parecer, lo vio conspirando con Dantón, o quizás fuera Robespierre, para convencerlos de que había que decapitar al rey Luis.

--¿Tiene sentido eso?

--No más que todo lo demás. Supongo que, desde su punto de vista, la Revolución marcó el inicio del mundo contemporáneo, igual que el "asesinato" de Zeus y la desaparición de los dioses griegos fue el final del mundo clásico.

--Entonces, ese cazador...

--Creo que podemos llamarlo por su nombre. Sabe usted quién es, naturalmente.

Odo Noman asintió. En sus labios brillaba una gota de chianti.

--Ulises --hizo una pausa--. Un Ulises algo diferente al que nos ha legado Homero, por cierto.

--Un Ulises que ha manipulado la historia, a los dioses y a los hombres, falseando su propia leyenda para ocultarse, como se ocultan los dioses.

--¿El señor Bach sigue pensando que Ulises lo persigue? ¿Tiene fobia a todos los pelirrojos que se parecen a Kirk Douglas?

--El señor Bach... --tomé aliento--. No se llama así.

Odo Noman inclinó la cabeza. El sol arrancó un destello hiriente en el armazón de sus gafas.

--No comprendo.

--Verá, señor Noman. Dennis Bach no es más que un sobrenombre. Mi paciente dice ser... Dioniso.

--¿El dios del vino? Muy apropiado para un borracho.

--Dennis, Dioniso. Bach, Baco.

--No lo había pensado. Pero tiene lógica. La lógica del delirio, por supuesto. Ya he advertido en la grabación que él mismo se consideraba un dios. Dioniso nada menos, qué apropiado.

--No creo que sea un delirio, señor Noman --musité, mirando al suelo--. La mitad de las sesiones que ha visto se realizaron bajo terapia de hipnosis.

Odo Noman frunció el ceño. Se inclinó hacia adelante y apoyó la barbilla sobre sus manos cruzadas. La preocupación de su mirada me obligó otra vez a bajar la vista al suelo.

--Sé que no tiene sentido --murmuré--. Sé que a veces la psyche es tan revuelta que el delirio puede afectar al inconsciente y forjar pasados falsos que el paciente considera verdaderos.

--¿Entonces?

--Llevo un año tratando a ese hombre. Tres sesiones por semana. Casi cuarenta horas al mes. Conozco su patología. Conozco todos sus síndromes. Y he llegado a considerar que no está enfermo. O mejor dicho, he llegado a pensar que no me miente.

Odo Noman me contempló en silencio. Como buen psiquiatra, sabía que hay momentos en que es mejor que el terapeuta calle para que así hable la enfermedad por boca del enfermo.

--He tenido sueños, señor Noman --confesé--. He visto pájaros dorados, barcos de vela roja y ojos pintados en la proa, remos batiendo las aguas, ejércitos batallando a las puertas de ciudades amuralladas, prados de maravilla, lluvias de magia. Y hombres y mujeres tan hermosos que no podían serlo. Hombres y mujeres tan perfectos que sólo podían ser dioses.

Odo Noman asintió.

--No tengo constancia médica de que esa patología sea contagiosa --dije, mirándome las rodillas, cualquier cosa por no enfrentarme a su mirada--. Y hasta he llegado a pensar si la hipnosis sobre Dioniso, sobre Dennis Bach, no habrá tenido un efecto de rebote que habrá acabado por hipnotizarme. Los sueños se repiten cada noche, doctor Noman. A veces me quedo ensimismada durante el día, y veo caballos y guerreros de casco de bronce, y cisnes que aman a mujeres dispuestas, y águilas que picotean el vientre de hombres desnudos, encadenados a la cima de una montaña.

En silencio, Odo Noman conectó el ordenador que se desplegó transparente sobre su mesa.

--¿Algún delirio paranoide?

Tragué saliva.

--Sí. Las palabras de Dennis Bach... Está aterrado. Ha recordado quién es, quién cree ser, disculpe, y sólo vive pendiente de que la puerta de su pabellón se abra y entre ese hombre para matarlo.

--Ulises.

--Ulises, sí, señor Noman. El hombre inmortal. El rey de Itaca. El poseedor de la historia.

Noman guardó silencio. Sabía que yo no había terminado. Cerré los ojos, viendo bailar hoplitas tras mis párpados, templos de mármol y oro, pebeteros de incienso. Escupí la palabra.

--Usted.

Noman no se inmutó. El ordenador sin duda nos estaba grabando, pero pensé que ya no me importaba.

--He creado un delirio, señor Noman --dije, humedeciéndome los labios con la lengua, notando el agrio sabor del chianti en mis papilas--. He forjado un mundo aparte, como Dennis Bach.

--¿Y en ese mundo yo soy... Ulises?

--En ese mundo usted es Ulises, señor Noman. Ulises, también llamado Odiseo. Odo. Ulises, que engañó a Polifemo diciendo ser Nadie. Noman. No Man. Nemo. Nadie. Odo Noman. Ulises Nadie.

--Y el problema, claro, es que ese mundo es éste.

--Ese es el problema. Dennis Bach me ha contagiado de su miedo. Si hay un hombre inmortal agazapado por la historia, ¿qué sería hoy sino un magnate como lo es usted? Lo tendría todo, como usted lo tiene. Contactos, dinero, poder, presencia. Cojea usted de una pierna, doctor Noman, como Ulises cojeaba. Dicen que eso significa Odiseo: Cicatriz en la rodilla. Habla usted griego, entre otros muchos idiomas.

--Pero no me parezco a Kirk Douglas.
No

--No, ni tampoco a Armand Assante --sonreí, forzada--. Sé que fue usted varias veces campeón olímpico en tiro con arco.

--Y tengo media docena de yates.

--Sé lo que puede significar todo esto. O lo que cuenta Dennis Bach es la pura verdad --sonreí como una tonta--. O he desplazado hacia usted una psicopatía de temor. Si fuera secretaria, lo entendería. Pero mis contactos con usted no son directos. Es la segunda vez que nos vemos en persona...

--La tercera.

--La tercera, cierto. En otras circunstancias podría estar canalizando un miedo o una relación de atracción-repulsión de índole sexual, pero...

Los dos guardamos silencio. La estatua de mercurio brilló desconsolada, como si el esfuerzo atrapado en su interior tratara todavía de continuar la carrera.

--Mi delirio no termina en todo esto, señor Noman. Si Dennis Bach se cree Dioniso, si usted es Ulises redivivo... ¿por qué esos recuerdos que me asaltan? ¿Por qué esas imágenes que son más reales que cualquier película, más emotivas que cualquier libro? Soy una mujer racional e inteligente. Demasiado inteligente, tal vez. Por eso sufro. He forjado la ilusión de que soy una de ellos, señor Noman.

--¿Una diosa, quiere decir?

Asentí, mordiéndome los labios de vergüenza.

--Creo que soy Palas --hice una pausa para tomar aire--. Atenea. Debe ser porque los hombres siempre dicen que tengo unos ojos muy bonitos.

--Yo mismo se lo he recordado al entrar.

--Y mi nombre... Neus Autillo. Ate-Neus. Y el apellido de una especie de lechuza. Como se representa a Atenea con una encaramada al hombro, o en la mano. Y mi profesión, especialista en la mente, el motor de la sabiduría, aunque no me sirva para nada.

Él se quitó las gafas y me miró por primera vez sin la protección del cristal ante sus ojos. No le había dicho, pero quedaba implícito en mis palabras, que yo jamás me había acostado con ningún hombre.

--Ayúdeme, doctor Noman --sollocé--. No quiero seguir volviéndome loca.

* * *

La medicación no me ha ofrecido ninguna mejora. Al contrario, ahora vivo sumergida en un mundo perdido de cicones y lotófagos, faunos y cíclopes, lestrígones, caballos alados, quimeras escupiendo fuego, aurigas y vellocinos de oro, ninfas y amazonas y dioses que un día todo lo tuvieron, menos un final en forma de epopeya. En mi delirio, no dejo de comprender que los dioses griegos de los que me sueño parte tuvieron su ocaso sin un Ragnarok, sin Gotterdammerung. La suya fue una teogonía sin conclusión, apenas el relato de un origen y unas vidas, sin tiempo de forjar leyendas de muerte, porque los dioses olvidaron, como los hombres, lo que eran.

El doctor Noman viene a veces y me habla, me escucha y me consuela. A veces fantaseo con que me hace el amor, o es verdad que así me trata: ya no distingo sueño de sustancia. Una vez, si soy Atenea, fui su protectora, igual que Posidón le amargó la existencia, y quizás esa es su forma de pagármelo, o su desquite, no podría estar segura.

Porque entre parnasos y recuerdos imposibles, entre lanzas de bronce y carros de fuego, a veces tengo arrebatos de razón, y sospecho si todo lo que sueño no sería verdad, si en efecto no soy quien aborrezco ser, si él no será el Ulises que temo que sea y esté ahora viviendo su venganza, reducida mi inteligencia al castigo supremo, la locura que me enajena y me descarga, como Dioniso halló el desquite hinchado de palabrería y vino.

Duermo y sueño, y en las paredes acolchadas de mi cuarto recuerdo el Mediterráneo lleno de olivos, plagado de velas rojas, y pienso en cuántos dioses quedarán, si es verdad que queda alguno, si de cierto alguna vez existieron, vagando como muertos sin mente por el mundo y por la historia, despertando un amanecer para no recordar otra vez quiénes fueron ayer, para adoptar gracias a la magia del nepente otra personalidad sin darse cuenta, siglo tras siglo tras siglo, en el vano intento de escapar al hombre prudente que tiene la sabiduría que da la inmortalidad, la paciencia que presta saber que su venganza alguna vez será colmada.

Si fuera verdad, ¿quién podría reprocharle nada? Ha creado un mundo nuevo. Un mundo igual de injusto. Pero suyo, no del capricho de nadie. Ahora ya no hay dioses. O al menos pronto no quedará más que él solo.

* * *

El doctor Odo Noman cerró la puerta y se volvió despacio hacia su despacho, cabizbajo, mientras los enfermeros retiraban del hospital el cuerpo reventado de alcohol de Dennis Bach.

Contempló el arco colgado tras la mesa transparente, la estatua de Hermes vencido que intentaba dar un nuevo, inútil paso en su carrera, y se sirvió un vaso de vino con resina. Aunque ya no tenía prisa, quizá algún día retornaría a Itaca.

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Comentarios

1
De: Callaghan Fecha: 2006-12-29 09:49

BUENISSIMO RELATO! ME HA ENCANTADO! ENHORABUENA



2
De: Eduardo Rodríguez Fecha: 2006-12-29 10:13

¡fantástico!



3
De: Cripto Fecha: 2006-12-29 13:55

Demasiado texto, pero al menos fomentas la lectura

Un saludo

http://cripto.blogspot.com/



4
De: Lukar Fecha: 2006-12-29 14:16


Grandisimo como siempre, Sr Marin...
Este tipo de relatos cortos son geniales... todos acaban emocionandome...



5
De: Zifra Fecha: 2006-12-29 20:38

:)

gracias



6
De: dvd Fecha: 2006-12-30 13:11

Muy bueno y a lo mejor un poco largo para leerlo en pantalla pero imprimido en papel es el tamaño ideal para un trayecto de Metro :);)



7
De: Tehanu Fecha: 2006-12-30 15:16

Todavía tengo los vellos de punta. Increíble. De lo mejor que he leído suyo. Gracias por este rato maravilloso (y eso que no me gusta leer en el ordenador).



8
De: God of Habichuelas Fecha: 2007-01-02 14:34

Cojonudo el relato, con muchos guiños a los aficionados a la mitología griega. Un par de cositas: ¿Quién es el fenicio? Al principio pensé en Gilgamesh aunque después caí que éste es sumerio y no fenicio o ¿es un guiño a los que nos leímos el Iberia INC?

Desde luego, hay que ver que has contado más en este breve relato que Neil Gayman en todo el tochazo que es American Gods.



9
De: RM Fecha: 2007-01-02 15:05

Es Melkart, de Iberia Inc, sí.



10
De: sonia Fecha: 2007-04-22 17:52

super bueno el texto ayuda muchisimo para las investigaciones



11
De: Evo Fecha: 2008-10-28 21:50

Como amante de la cultura helénica he disfrutado mucho de su lectura.

Pobre apolo...



12
De: Evo Fecha: 2008-10-28 21:51

Como amante de la cultura helénica he disfrutado mucho de su lectura.

Pobre Apolo...