¿Tebeo barato o tebeo caro?
Uf, la madre del cordero.
Tebeo popular, en cualquier caso.
Hubo una época en que lo fue, créanme, en que el tebeo fue dueño y señor de los sueños de los niños (se puede ver, incluso con los gazapos históricos, en el kiosco de Tony Leblanc en Cuéntame). Puede que no tuviera mucho mérito. A fin de cuentas, casi no existía otra competencia (sólo la radio y las chapas y la calle y el fútbol) y tampoco los niveles de exigencia eran muy altos. En España hasta muy tarde no aparecen los tebeos sofisticados.
Hoy el tebeo ya no es popular. La juventud ya no lee (eso sí, como ventaja, sospecho que follan cada vez antes) y si lo hace es lo justo para aprender a descargarse un MP3, instalar el DVD o enviarse galimatías al móvil con palabras sin vocales y simbolitos icónicos que necesitarán, dentro de unos años, al equivalente a Henry Jones Junior para que los descifre (porque también eso se perderá, ¿verdad, Roy Beatty?).
Hoy el tebeo es una cosa de nostálgicos y de frikis. No me extraña que John Byrne suela decir que es ginecólogo antes que autor de historietas venido a mucho menos.
Porque si sumamos que el personal lee poco o nada (ya hasta el Marca ha cambiado de nombre y se llama solo «M», como el vampiro de Düsseldorf, oigan), además cuesta Dios y ayuda que un chaval más o menos normal sepa leer y descifrar y desentrañar las claves de una historieta (sobre los tebeos infantiles que nunca han sido, una futura columna, palabrita). Recuerdo que en el examen oral que tuve sobre Literatura Infantil hace un montón de años, la conversación con la catedrática se desvió, como yo ya había preparado, hacia los cómics en vez de hacia los hermanos Grimm, los tíos filólogos de la Cosa. La catedrática, doña Carmen, se mostró muy interesada en todo lo que yo entonces sabía ya (hace más de veinte años, ay) sobre tebeos.
Y entonces soltó la frase lapidaria: «Claro, es que tú ves más de lo que hay».
Y naturalmente no me mordí la lengua: «No, señora, yo veo justo lo que hay. Es usted, y los lectores de a pie, los que no desentrañan toda la información y narración que hay en una viñeta».
A leer tebeos se aprende leyendo tebeos, mirando tebeos, estudiando tebeos (y comparando con el cine y los libros y todo eso). ¿Pero quién tiene hoy tiempo para eso?
Como el tebeo ya no es popular, no tiene un público lector en abanico. Tiene un grupo lector reducido y peleón, marginado por sí mismo, un porcentaje de población ridículo que, por mucho que proteste que Spider-Man es mejor en los cómics que en las pantallas, está en franca minoría contra todos los demás que jamás han leído un tebeo pero que se conocen de memoria los dibujitos animados y las pelis de Tobey McGuire, y ya se sabe que los números y las mayorías cantan en democracia.
Los tebeos se hacen para los fans (y ese es otro problema), que imponen sus gustos y sus modas y manipulan el proceso como buenos observadores del experimento. Como somos tan pocos, hemos ido perdiendo los baluartes clásicos de venta: los kioscos. Y nos hemos atrincherado y arrinconado en las librerías especializadas, en las suscripciones al extranjero y en la compra vía internet (que se lo digan, ay, a mis tarjetas de crédito, que parecen ya tranchetes).
Un tebeo barato es hoy por hoy una entelequia que se consigue sólo de tarde en tarde. Porque el librero tiene que comer. Y el distribuidor. Y todos los miembros de la redacción de las editoriales. Y, de vez en cuando, los autores del tebeo. Y si un tebeo vale pongamos un euro y el librero se lleva el treinta por ciento y el distribuidor el cinco y los autores el ocho y el editor el resto, díganme ustedes qué pueden ganar todos si se tiran tres mil ejemplares escasos. Pues migajas, claro.
La única vía de escape es publicar tebeos caros. Un tebeo a treinta euros con la misma tirada tiene el mismo público comprador (y si además se publica todo en tropel para que coincida con los salones de la cosa, el editor se salta los pasos del distribuidor y del librero... y a veces el de los autores), así que la inversión está garantizada. Se apuesta a caballo ganador, la ratio de beneficios es más alta y aquí paz y luego gloria.
En el fondo (y ahora empezarán a lloverme los palos, como si lo viera) no parece mala política. Nadie está en esto para perder dinero. Cierto que la población compradora tendrá más difícil el acceso a los tebeos caros, pero también la población compradora tendría que empezar a ser algo más selectiva y decidir qué merece la pena y qué no.
El problema es cuestión de continente y contenido, no sé si me explico. Si compro ropa de mercadillo, sé que será barata, y que no será demasiado buena, pero me hará el apaño. Si me tomo una cerveza con tapa en la tasca de la esquina sé que serán más baratas que el plato especial del chef en un restaurante de cinco tenedores con música de violines y camareros vestidos de Mandrake el mago. Todos sabemos que un Max es más barato que un Ferrari Testarrosa, y que el Ferrari Testarrosa es mejor coche. El precio marca una diferencia de calidad y sirve de guía.
En los tebeos no pasa eso.
Lo ideal sería que si un lector va a gastarse una burrada en un tebeo, ese tebeo fuera, de entrada, bueno. Por tres mil pelas, la calidad del producto tendría que estar garantizada, tanto en lo formal de la edición como en la categoría del contenido.
Ya puestos a elegir, tendríamos que tener la indicación del precio y la presentación como una especie de «denominación de origen». No es de recibo, creo, agrupar tres o cuatro tebeos de esos que se hacen cada mes entre treinta tíos más la abuela del editor y cascar veinte euros por una tapa blanda y las faltas de ortografía y los fallos de traducción de regalo. Ese tipo de tebeo está hecho de una manera y se debería vender de esa manera. O no venderse, que tampoco se perdería gran cosa y sólo se quejarían los completistas. No todos los tebeos merecen una edición de lujo como Little Nemo. Ya lo decía Serrat en su canción: no hay que confundir valor y precio.
Porque, verán, yo puedo partirme la cara con quienes desprecian los tebeos plantándoles por delante, y hasta explicándoles viñeta a viñeta, el Mort Cinder o el Maus o From Hell (a los esnobs la presencia les puede mucho, y si no entienden de qué va la cosa, entonces flipan).
Lo que no puedo es defender a capa y espada un producto que no está hecho para perdurar en el tiempo y ser mostrado en forma de libro. Ejemplos hay a puñados en lo que se edita hoy día, y eso que no menciono lo que se edita caro y además se edita con descuido.
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