Me viene a la memoria la tira de Mafalda: la nena porteña está leyendo el periódico y encuentra la cita: "Siempre se tienen veinte años en algún lugar del corazón". Y se pregunta, con ese desparpajo suyo que tanto nos divierte desde fuera y que, sin duda, la haría algo insoportable desde dentro, para qué demontres quiere uno todo ese stock ahí acumulado.
Mafalda, claro, no tuvo el honor ni la suerte de conocer a Luis Castro. Al cura Luis, al genuino, al inconfundible, al inimitable, que hoy precisamente, y como no podía ser en otra fecha, cumple nada menos que ochenta años. Es decir, cuadruplica ese stock acumulado de veinte años que tiene en el corazón. No cumple ochenta; cumple cuatro veces veinte, para envidia de quienes tenemos ese stock algo más gastado ya.
Muchos de los lectores de estas letras electrónicas conocen a Luis Castro; han sido sus alumnos, sus compañeros. Otros no han tenido esa fortuna y sería temerario por mi parte tratar de hacerles a ustedes un resumen, porque Luis es leyenda de sí mismo, puro nervio, vitalidad eterna. Si en vez de ser cura, y de los buenos, hubiese sido, no sé, actor o locutor de radio, o presentador de televisión, o director de cine, estoy seguro de que ya habría docenas de libros dedicados a su persona. Porque Luis es un torbellino que no para quieto, que estremece con sus largas bufandas, con su amor a la Real Sociedad que ha mezclado, por su larga estancia entre nosotros, con su amor al Cádiz C.F. Sin dejar de ser muy de su tierra, creo que Luis es, de todos los marianistas que han venido de fuera, quien más nos ha comprendido a los gaditanos y quién más pronto se ha hecho gaditano para darnos lecciones de gaditanismo: no en vano tiene la medalla de plata de la ciudad; no en vano el colegio sería diferente sin el trofeo que lleva su nombre y que es, para muchas generaciones de gaditanos, tan importante en sus prioridades como el Trofeo Carranza.
Luis es un seductor nato, capaz de comunicar su mensaje con una sonrisa las más de las veces, arrancando carcajadas cuando se lo propone. Esto, lo confieso, me dejó fuera de juego la primera vez, hace ya veintitrés años, que lo vi recitar el romance de La Pepa (que atribuimos, sin certeza, a Muñoz Seca). Con su punto de venerable jefe indio o bandolero patilludo de Sierra Morena, pequeño pero de estatura gigantesca, su última fechoría buena fue sacarnos a todos las lágrimas de risa en la boda de una compañera, cuando se nos metió a todos en el bolsillo contando, desde el púlpito y con poesía, el romance de los novios.
Ochenta años, que se dice pronto y que en realidad son mentira. No es día de felicitar a Luis: somos nosotros quienes tenemos que felicitarnos de que Luis exista.
Comentarios (13)
Categorías: Educacion