Parece que por fin vamos en buen camino. A la reciente edición americana de Gasoline Alley, Krazy Kat, Little Nemo o Peanuts acaba de sumársele, en formato apaisado, la edición de Dick Tracy, y a tamaño gigantesco y enormemente apetecible, la de Popeye.
Dick Tracy, lo saben ustedes, fue el primer tebeo policíaco de la historia, un título famoso por lo excéntrico de sus villanos y lo implacable de sus persecuciones. Su autor, Chester Gould, nunca fue tal vez uno de esos dibujantes que encandilan por lo acabado de su dibujo, pero hay que ver cómo es capaz de contar sus historias, arrebatando al lector desde el comienzo y arrastrándolo hacia donde quiere (y donde quiere, claro, es al final feliz donde Tracy vence y el malvado muere). Este primer tomo sorprende por lo tosquísimo del trazo y, al mismo tiempo, por lo trabajado de la narración. No esperen ustedes un estilo elegante como el que luego impuso su inmediato competidor en lo policial (X-9 Agente Secreto de Alex Raymond y con guiones, dicen, de Dashiell Hammett), pero la puesta en escena es soberbia, enormemente moderna y yo diría que ahora puede leerse con la perspectiva histórica que revalida ese tonillo políticamente incorrecto que hace que, desde los créditos, el editor pida disculpas por los tópicos aplicados a los afroamericanos y otras minorías.
Un tebeo directo como un gancho a la barbilla, que le da mil vueltas a X-9 a pesar de Raymond y Hammett, donde uno perdona la precipitación de las primeras páginas (cuando Tracy, un pollopera aparente en las primeras tiras pasa de pronto a ser detective de paisano... y de los muy buenos) y se extasia ante los personajes que van apareciendo, los gangsters inspirados en Al Capone, la mezcolanza de acentos de emigrantes, las torturas y las flappers... y hasta lo mal que dibuja el bueno de Gould los coches de la época. Sorprende el tono adulto de un tebeo de 1931, muy por delante de casi todo lo que se ha hecho luego en el género negro. Un tomo indispensable que sorprende por la nitidez de la reproducción y que presenta también las planchas dominicales con ese color rancio que tenían los tebeos entonces: color meramente decorativo y no narrativo por el momento. La única pega (el precio es incluso moderadamente barato) es que cuando las tiras diarias y las dominicales vienen seguidas, la dominical va ya en blanco y negro y se pasa de dos tiras por página a tres, desluciendo un tanto la gracia de la dominical (que suele ser, por cierto, un chiste para que la trama no avance).
El otro gran título, Popeye, viene de la mano de Fantagraphics, que ya lo editó hace un par de décadas y que ahora, por fin, vuelve a hacerlo. En tomo gigantesco de atractiva presentación, gran calidad de papel y, por fin, presentando seis tiras por página y, de momento, las dominicales (incluyendo su complemento Sappo) al final, en color. Serán seis tomos, uno al año.
Imagino que, como nuestros editores suelen recurrir cada vez más a productos rescatados en el extranjero (¿serían entonces re-editores?), ambos verán la luz en nuestro país en un futuro más o menos cercano. A pesar de que Tracy sea un ilustre semidesconocido en España, es un grande de los cómics, y estos tres años que estoy disfrutando como un crío son un avance de lo que vaya a venir luego.
Popeye, lo saben también ustedes, es una obra maestra absoluta y sin paliativos, uno de los cómics más grandes que se han hecho jamás. Publicarlo de esta forma es un acto de justicia para con el medio. Traducirlo será una temeridad, pero en todo caso, si alguien se anima, buena suerte.
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