Los Estados Unidos de América tienen cosas puñeteras que sufrimos quienes andamos bajo su órbita y cosas admirables que nunca nos decidimos a importar del todo. Imitamos el baloncesto, la moda, la música (se nos da algo peor la tele y el cine), aunque no nos duelan prendas a la hora de manifestarnos ante las embajadas o las bases militares (para pedir que las cierren o para pedir que no las cierren cuando asoma el fantasma de los despidos). Más nos cuesta duplicar eso que ellos han convertido en un arte, por lo menos de puertas para adentro: el ritual de la democracia y la imposibilidad, salvo circunstancias muy de causa mayor, de que quien ocupe la Casa Blanca esté más de ocho años en la poltrona. Mientras nosotros estamos todavía que no sabemos a qué carta quedarnos con la configuración de España, ellos no tienen problemas en comprender que cada estado es único y cada estado forma parte de un todo: así, mientras nosotros celebramos elecciones sólo al poder legislativo, ellos lo hacen también para el judicial y hasta el policial. Mientras nosotros somos capaces de celebrar unas elecciones autonómicas con la idea de que se despeje un poco la tensión política y al final acabamos embarullándola un poquito más, ellos son capaces de darle a su presidente en todo el morro con la renovación parcial de las cámaras de representantes, Congreso y Senado, que es la salvaguarda que tiene su sistema para controlar los excesos de quien ocupe el cargo de presidente, justo lo que ha pasado ahora; George Bush acaba de perder el apoyo parlamentario (en abstracto, sí, porque allí no existe como aquí esa cosa atroz llamada “disciplina de partido”, como hemos aprendido todos los pocos espectadores de El Ala Oeste de la Casa Blanca), y en los dos añitos que le quedan allá en el Despacho Oval va a tener que negociar todos y cada uno de sus proyectos, no por salir adelante (ya no puede) sino para que el país no se le quede paralizado de todas-todas.
El Partido Republicano en su ala más conservadora (ésa en la que parece mirarse nuestro Partido Popular) tiene ahora que buscar un recambio a un Bush que acaba de quedarse sin red, mientras que los Demócratas parece que tienen cada vez más claro que van a ser los primeros en presentar a una mujer a la presidencia de la nación. Nada menos que Hilary Clinton, la esposa del ex –presidente Bill, el de la risa contagiosa y las aventuras extra-conyugales con señoritas becarias dignas del Aquí hay tomate. Así, es posible que dentro de un par de añitos seamos testigos del curioso hecho de que el cargo más importante del mundo pase no de padres a hijos, como el caso de los Bush (y recordemos que la familia tiene a Jeff en la recámara, el gobernador de Florida que creía que España es una república), sino de esposo a esposa.
En el fondo, todos sabemos que ya es hora. Que el país de las oportunidades, según dicen, ignore tradicionalmente el hecho de que las mujeres se han integrado como fuerza social de primer orden y sólo veamos la figura de una “señora presidenta” en el cine o en la tele (desde aquel viejo film de Fred McMurray a la reciente –y malvada— presidenta de “Prison Break”) parece ridículo en los tiempos que corren. La mucho más conservadora Inglaterra ya tuvo a Margaret Thatcher como primera ministra. En Francia se vislumbra una candidata por el partido socialista, y aquí mismo tenemos a una vicepresidenta a quienes muchos no veríamos con malos ojos como presidenta del gobierno, vistos los fuegos que apaga casi a diario.
El caso de Hilary Clinton parece a punto de caramelo para la historia. Ya se dijo que era el cerebro a la sombra de su esposo, y hasta se cuenta la anécdota (imagino que apócrifa): el matrimonio Clinton reposta en una gasolinera y resulta que el encargado es un antiguo novio de la Primera Dama. Una vez en marcha, Bill le dice aquello de “si te hubieras casado con él, ahora serías la esposa del dueño de una gasolinera”. A lo que Hilary dicen que contestó, sin inmutarse: “Si me hubiera casado con él, él sería ahora el presidente de los Estados Unidos de América”.
The times they are a´changin´, que cantaba Bob Dylan. Sí, ya sé, también los negros (los “afroamericanos”) parecen condenados a no tener un presidente más que en la ficción. El Partido Republicano, con Condolezza Rice, podría intentar matar dos pájaros de un tiro. Aunque eso nos provoque un cierto escalofrío preocupante.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 13-11-06)
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