Estaba invitado, como yo, a los VII Encuentros del Cómic de Sevilla, y allí estaba, un poco menos que como yo, despistado por la situación: cincuenta personas alrededor de una mesa, bebiendo y comiendo el delicioso pulpo a feira y la tortilla de patatas. Servidor de ustedes, que es de natural tímido aunque no se lo crea nadie, dudaba si acercarme a él o no, entre otras cosas porque me temía que, siendo capaz de entenderlo y entenderme con él en inglés, iba a tener que servir de cicerone toda la noche... y el pulpo era el pulpo, oigan.
Total, que cuando ya las reservas de primordiales lovecraftianos empezaban a menguar y las barriguitas empezaban a decirle al cinturón échate pallá un agujerito, picha, entra un chaval que era clavadito, pero igualito, de verdad, a Roy Thomas cuando Roy Thomas tenía veinte años y era el boy wonder de esto de los cómics. Entonces fue cuando le dije a Tom: "¿No se parece este tío a Roy Thomas?", y Tom lo miró, se echó a reír y dijo: "Sí, hace veinte o treinta años". Sin solución de continuidad, porque me imagino que él estaba esperando saber quién era yo entre todos aquellos tragapulpos, me preguntó: "¿Tú has trabajado para Marvel?", a lo que yo le contesté: "Sí, soy Rafael". Y entonces ya estuvimos charlando de tebeos un rato largo, cosa que agradecí infinito porque no todos los días tiene uno la oportunidad de hablar con uno de los ex-editores en jefe de la (ex)Casa de las Ideas, e imagino que él lo agradeció también, por aquello de sentirse guiri a pesar de la amabilidad infinita de la gente de Veleta.
Hablamos de tebeos y, sobre todo, hablamos de nuestro paso por Fantastic Four. Me sorprendió que Tom hubiera sabido leer entre líneas lo que pasó en ese tebeo cuando lo estuvimos haciendo, cómo me reveló que veía perfectamente el tira y afloja entre las tres fuerzas que había allí en movimiento: la editora, Carlos y yo, el dialoguista. Y aunque él no parecía entender qué pintaba allí el tercero (tuve que explicarle que, pese a todas las pegas, Loeb sólo cobraba un dólar), sí que compartió la desazón de tener una editora que no iba a nuestra rueda. Me dijo, además una frase que me resultó chocante y definitoria: "Cuando estábais haciendo el título, no le gustaba a ninguno. Cuando os quitaron, todo el mundo se quejó de que os marchárais".
Hablamos también de superhéroes, y de superhéroes hoy. De superhéroes hoy en el mundo y en América. Piensa Tom, como pensamos también muchos de nosotros, que para hacer tebeos adultos mejor no hacer superhéroes, que los superhéroes son una fantasía infantil, como mucho adolescente, y que es una chorrada contar ciertas historias con un tono adulto que choca con los disfraces y todos los demás convencionalismos del género. Tuvo alguna palabra crítica con los bosses-that-are, y coincidió conmigo en que el Capitán América no era un fascista, y que interpretarlo así, como parece que se hace ahora, es no entender ni lo que significa el personaje ni lo que significa la tradición marveliana.
Creo que se quedó agradablemente sorprendido cuando le expresé mi principal queja: "No aprendo ya de América con los tebeos de superhéroes". Creo que, en el fondo, de eso se trataba entonces, y eso hemos perdido ahora.
Seguro que su conferencia, a la que no pude asistir porque estaba en la Hispacón, fue de lo más interesante. No puede ser menos para un tipo que reconoce que escribir tebeos no es fácil (y es verdad) y que tarda mucho tiempo en plantear y redactar una sola página.
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