Quizá le haya llegado a ustedes, como a mí, a través de esa caja de bombones con sorpresa no siempre agradable que es el correo electrónico vía internet, un mensaje con su presentación en Power Point (las filminas modernas, para entendernos) lleno de fotos del Cádiz antiguo. Bueno, no del Cádiz antiguo-antiguo, ese que sólo existe en blanco y negro y (antes) en fotos pilladas casi de estraperlo en los baratillos de la plaza y que parece leyenda pura ya, a la altura del Gades romano o el Gadir fenicio, tan lejos nos queda y tan poco existe, sino del Cádiz de hace relativamente poco tiempo, el Cádiz de los años sesenta y setenta. O sea, prácticamente el Cádiz que gran parte de los gaditanos todavía tenemos en la memoria y que, en esa presentación anónima (que me reenvía el amigo del amigo de un amigo, cualquiera sabe quién se ha entretenido en hacerla) se compone de fotografías y postales donde uno puede ver calles, monumentos, la playa y hasta el Carranza como fueron un día cercano, aunque tampoco existan ya.
Uno se mira en esas fotos y hay cosas, claro, que no sitúa. Hay otras cosas que el recuerdo embellece y hasta imagina de otra manera distinta a como aquí, gracias a la ciencia, estamos viendo ahora. Desde las fotos de la Plaza de las Flores, de las diversas encarnaciones del muelle, o de Canalejas, o de la avenida y los cuarteles de Varela asoma una ciudad más pura, indudablemente más ingenua, aunque la duda que me queda es si en efecto fue una ciudad más bella. El tiempo avanza y el viejo Carranza se ve desfasado y anacrónico; choca el contraste de la armonía de los árboles de la Alameda con los pocos coches sobre la acera y aquella cruz de los caídos tan rematadamente fea; poco se ve en cambio del paso de las décadas en el parque Genovés, aunque uno mira con atención y ve los árboles más pequeños y el suelo de un albero descuidado que no es el albero de ahora. La avenida era un desierto donde sólo echa uno de menos la cervecería del Barril que ahora es el McDonald’s, choca la estampa árabe del antiguo Atlántico, te devuelve el nombre el recuerdo del olvidado Hotel San Remo y todavía sorprende más que la plaza de toros fuera más hermosa y más señorial de lo que luego aparcamos en la memoria.
Queda la duda de qué hemos perdido o hemos ganado con los cambios, qué parte de nosotros se quedó inmortalizada en esas fotos que ahora rescata la informática. El Cádiz de la infancia y la adolescencia de muchos nosotros, lo vemos ahora, era indudablemente kitsch, tan desordenado o más que el Cádiz de ahora, un paraíso nuestro y solamente nuestro, aglutinado en torno a una industria que en esas fotos no parece encaminada al desguace y el derribo. Hay niños en bañador pescando en los bloques, y sorprende la enorme cantidad de espacio que hay en las calles. No se incluye en ninguna de las dos presentaciones (porque, como las películas de éxito, hay primera y segunda parte y se anuncia una tercera que ahondará en el pasado remoto) ninguna foto del Falla cuando era de verdad casa de ladrillos coloraos y no como ahora, que sigue pareciendo recubierta del exterior de los pastelitos de la Pantera Rosa. O será, quizá, que sin la prueba técnica de la fotografía, a mí también me falla la memoria.
Se hace ese recuento sentimental por lo que fuimos y lo que tuvimos, y se compara y piensa que ahora la ciudad es más moderna, algo más deshumanizada, menos hortera (¡aquel reloj de flores, siempre parado, en la Plaza de España!), y al instante te llega la duda de cómo verán este Cádiz de ahora dentro de otros quince o veinte años, qué edificios que hoy nos espantan parecerán hermosos en el recuerdo, dónde se reconocerán nuestros hijos en fotos de alta definición, qué incomodidades de ahora quedarán embellecidas por la nostalgia del futuro, y de quién depende, sino de todos, que esa nostalgia se proyecte hacia adelante y no nos marque en la memoria haber pedido sin saber por qué un paraíso que lo mismo tampoco fue para tanto nunca, precisamente porque no supimos distinguir, ni entonces ni ahora, qué estaba aquí de paso y qué habría que haber conservado para la historia.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 30-10-06)
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