Es otra de esas escenas que me emocionan, y que me siguen emocionando cada año, cuando las veo en clase una y otra vez, porque forman parte del temario que yo mismo me he confeccionado para explicar algunas de esas cosas que me importan.
La Odisea, con Armand Assante, el gran relato televisivo que se ajusta lo justo a la obra de Homero, aunque se salte cosas que uno echa en falta. Vuelve el viejo náufrago a su Itaca después de veinte años de aventuras y miserias, resucitado del mar y de sí mismo, con aspecto idéntico a un Cristo recién surgido del Gólgota, y se entretiene en la choza del pastor y allí toma un trozo de queso, un sorbo de vino, una pizca de pan ázimo. Y eso es lo que dice, con voz entrecortada, un nudo en la garganta y las lágrimas en los ojos: "Mi queso, mi vino, mi pan".
Me emociona ese regreso, esa síntesis tan hermosa de la recuperación de lo perdido, del reencuentro con la esencia de lo que eres y lo que amas.
Siempre hay algún chaval (sin duda por cosa del doblaje) que se ríe en esa escena. Yo me encojo de hombros y comprendo que no sólo no han vuelto, sino que jamás han ido todavía a ninguna parte.
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