Anteayer volví de Barcelona con una compañía que no conocía, porque está empezando, de esas que ahora llaman de vuelos económicos.
Y, oigan, no había que remar como galeotos de Ben Hur (los de Alatriste ya vimos que no hacían gran esfuerzo), ni te atiborraban de Red Bull antes del embarque, ni los auxiliares de vuelo tenían loros al hombro y pata de palo. Antes al contrario, las azafatas eran monísimas y hasta llevaban sus reglamentarios guantes y todo. Y el avión era nuevo, seis filas, no cinco.
La única diferencia que noté fue que la bella afatatrice, cuando nos hablaba por megafonía, nos tuteaba.
O sea, que ahí va a estar, me parece, el secreto de su éxito.
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