Lo confieso: en mi sociedad ideal, los políticos tendrían por convenio colectivo vinculante que dedicar menos tiempo a intentar estar en cuatro actos públicos a la vez y más a leer libros y ver cine, que eso entretiene, relaja y encima se aprende un mazo. En vez de la foto de la toma de posesión, mejor un fotograma enmarcado de la escena final de El planeta de los simios, ese prodigio de síntesis que nos da la lección bien mascadita, sobre todo ahora que con lo de las bombas nucleares de Corea uno comprueba que las guerras no se terminan nunca, sino que se cierran en falso para convertirse en la misma guerra en otro sitio, o en el mismo, años más tarde. Seguro que recuerdan ustedes, un Charlton Heston cuando todos lo apreciábamos arrodillado y sollozante (y con un cabreo de dos pares) cuando descubre que el planeta condenado donde ha ido a caer es la misma Tierra de donde partió, y así lo atestigua esa simbólica Estatua de la Libertad destruida y enterrada en la nada.
También tendrían, al menos una vez al año, que repasar aquella otra película, El candidato, el retrato lúcido de la campaña electoral de una joven promesa liberal, interpretada por Robert Redford, al Congreso de los Estados Unidos. Ahí vemos cómo se fabrica un líder, cuál es la servidumbre de la alta política, dónde van quedando los ideales y dónde empiezan los trapicheos y terminan los acuerdos.
Viene esto a cuento porque a estas alturas de la película real de nuestras vidas, parece que el Partido Socialista no encuentra un candidato para la alcaldía de Madrid tras la negativa de José Bono. Impensable se me antoja que el principal partido del país no encuentre una cara que tenga tirón y pedigrí e ideas claras para intentar endilgarle la vara de mando de la capital del reino, aunque un vistazo a la historia nos recuerda que su máximo hito en ese cargo, el admirado Tierno Galván, no era precisamente miembro histórico del partido. Pero echa uno la vista alrededor y ve que ese mismo problema que tienen en Madrid existe también en otras partes: entre nosotros, mismamente, y no creo que se deba a que haya o no haya gente válida dentro y fuera de los partidos (no olvidemos nunca la opción independiente), sino que esa gente válida no se da a conocer lo suficiente entre quien, a fin de cuentas, tiene en su voto la posibilidad de elegir: los ciudadanos.
Los candidatos están tan lejos de nosotros que nos da lo mismo ver la foto de un político local en la marquesina de los autobuses como verlos en los cartelones grandes cuando son candidatos al Congreso o al Senado o al Parlamento Europeo. Los criterios de selección dentro de los partidos, ¿corresponden a cualidades que nosotros ignoramos, a inevitables pulsos de poder, a arcanos motivos que están fuera de las entendederas de los paganinis que les mantenemos una carrera que tendría que ser de servicio? Dicho más claro, y en Cádiz, desde aquel providencial Carlos Díaz que luego se apulgaró en los despachos, los socialistas gaditanos parece que no encuentran una persona que, desde la formación, tenga tirón popular y conecte con el electorado y sea capaz de arrebatarle el puesto a Teófila Martínez. Creo que el bueno de Rafael Román sabe que lo tiene crudo. Y no hablemos de los posibles candidatos de los otros partidos.
Pero, ojo, lo mismo pasa en el PP, y habría que ver quién está hoy por hoy capacitado para sustituir a la alcaldesa, que sigue siendo su máximo activo y cuyo éxito electoral, me parece, se debe única y exclusivamente a su carisma. En las autonómicas, ya ven ustedes, de nuevo irán a enfrentarse Manuel Chaves y Javier Arenas, derrotado un par de veces y sustituido para tal menester precisamente por doña Teo. ¿Habrá algún día cercano repuesto entre los socialistas para el propio Chaves? Nos quejamos de que los políticos se apoltronan en el poder eternamente, pero tampoco los partidos parecen tener muy claro que tendrían que ir reciclando de continuo sus caras y sus programas y estar, siempre, más cerca del electorado. A veces parece que se confunden a posta elecciones con referéndums.
En la película citada, Robert Redford, claro, ganaba las elecciones. Y la escena final lo mostraba, solo y agotado, sentado tras una puerta cerrada mientras todos los demás festejaban el éxito, pensando claramente: “¿Y ahora qué hago?”.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 16-10-06)
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