El boom hizo crack y las revistas acabaron por ir desapareciendo una a una del mercado. Sigue habiendo de vez en cuando algún conato de resurgimiento, como es Gran Aventurero (1989), el algo alocado intento de Ediciones B por presentar en común armonía álbumes realizados por autores europeos y españoles más o menos contemporáneos junto con tiras clásicas como Mandrake el mago o Jim de la Jungla, y que basa su primer tirón editorial en el regalo conjunto del primer número en reedición facsímil de colecciones históricas del tebeo apaisado, como El cosaco verde, Aventuras del FBI, El inspector Dan, etcétera. La propuesta apenas sobrevive doce números, pues el cóctel entre la nostalgia y la modernidad pasada de moda no combina demasiado bien.
Otros títulos de la década de los noventa siguen empestillados en la potenciación de las historias cortas de ocho páginas cuando el público que ahora compra los tebeos ha probado ya las delicias de aventuras continuadas de comic-books donde el límite de las veintidós páginas se supera en sagas-río de muchos cuadernos. Naturalmente, jamás sobreviven. Es el caso de Top Comics (1994), o Viñetas (1994), intento de resucitar el equivalente posmoderno de la línea clara y la experimentación que, dado el contenido puramente estético de muchos nuevos autores, no consigue enganchar con un público entretenido en otras sagas.
Se intenta volver, con poco énfasis, a la recuperación de un tebeo popular, y se recurre de nuevo al material italiano de Bonelli: el sobrevalorado Nathan Never (Forum, 1991), y el divertido y algo hueco Dylan Dog (Ediciones B, 1994, aunque existe un intento por parte de Zinco en 1988). Pero se comete el error de vender productos que de entrada son populares y asequibles en formato álbum, con mejor presentación tal vez que en la edición original, pero creando una barrera insoslayable que da al traste con esta propuesta.
La recesión que atraviesan los comics españoles pronto se extiende a los comics en España. El socorrido grifo de la reedición, que en manos de editoriales pequeñas como Eseuve ha ofrecido desde 1988 un variado y exigüo muestrario de personajes clásicos como Steve Canyon, Johnny Hazard, Cisco Kid, Agente Secreto Corrigan, Li´l Abner, Popeye, Julieta Jones o Jim de la Jungla se seca también y alcanza a una gran editorial como Ediciones B, que debe interumpir las enésimas reediciones en color de El hombre enmascarado y Flash Gordon y sólo logra llevar a buen término la de Príncipe Valiente, cuando se alcanzan las planchas dominicales de su país de origen ahora realizadas por un deficiente John Cullen Murphy cada día más alejado del modelo de Harold Foster.
Y es que hasta los superhéroes americanos han dejado de tener tirón entre un público cada vez más escaso. El material DC, después de que Zinco intentara todo tipo de sistemas de edición, prefiriendo la recopilación en álbumes de ciertos títulos escogidos a la mensualización de los tebeos, acaba por desaparecer de la escena editorial, y la competencia marveliana tiene, desde principios de la década de los noventa, dos duros adversarios, dentro y fuera de nuestras fronteras: la deserción de sus dibujantes estrella para fundar el nefasto sello Image y la aparición de los tebeos japoneses, los manga, que irrumpen al asalto y, de la mano de un título como Akira (1990, Ediciones B), ponen de moda la estética de los ojos rasgados y las bocas muy abiertas que apenas veinte años antes había sido exclusiva de los infumables Heidi y Marco.
La moda de los manga parece, durante unos meses, que va ahogar todo intento de publicación que sea distinto. Resulta de lo más moderno estudiar japonés, leer tebeos de atrás hacia adelante, pronunciar como favoritos a autores-en-cadena de nombre complicadísimo o copiar en el estilo a todo aquello que suene a nipón. Los jóvenes aficionados de los años noventa ya no imitan a Alex Raymond o Dan Barry como en el pasado remoto, ni siquiera a Moebius o Druillet como en el boom de las revistas, sino a una estética que sigue una tradición ajena que en seguida se asimila como propia.
Da lo mismo. El manga, cuyos títulos proliferan en los primeros años de la década, se apaga también, flor de un día, continuando sólo el tirón de Bola de Dragón (1992), un fenómeno de masas al que no es ajena cierta estulticia nacionalista que bordea la manipulación política. No son escasos los agoreros que señalan que el comic, al cumplir el centenario de su nacimiento, tiene las horas contadas.
Desaparecidos de la escena activa los autores del boom, hay una generación más joven que, como ellos, emigra y trabaja para el extranjero. Es el caso de Carlos Pacheco, Salvador Larroca, Pascual Ferry, Oscar Jiménez o Rafa Fontériz, que desde principios de 1993 inician su colaboración con la filial inglesa de Marvel Comics, la fugaz Marvel UK dirigida por el ex-dibujante Paul Neary, y donde publican unos tebeos de segunda categoría cuyos excelentes resultados gráficos consiguen que, una vez cerrada la efímera sucursal británica, varios de ellos pasen a la editorial madre americana y la competencia de DC, donde realizan comic-books comerciales, un sueño impensable años antes. Títulos como Bishop, Starjammers, X-Men, Excalibur, Ghost Rider, Fantastic Four o Flash se traducen pronto al español y hasta se produce un cierto revuelo por parte de los fans, aunque se escamotea el hecho de que ninguno de estos autores está haciendo comic español, ni lo pretenden, por lo que resulta inútil echarse flores propias ante lo que, con entrega y devoción y un alto grado de calidad, no deja de ser un trabajo industrial en ocasiones poco personal.
De fronteras para adentro, aunque los álbumes en tapa blanda parecen gozar de relativa buena salud, la creación propia es cada vez más escasa. Cerradas las grandes editoriales del pasado, o dedicadas como Norma a la publicación de mangas o de tebeos "alternativos" americanos, cuyos derechos y fotolitos son mucho más baratos que lo que habría que pagar por material autóctono, parece que se inicia el turno de la auto-publicación, de las ediciones casi fanzinescas de autores que, de otro modo, poco podrían hacer para demostrar que existen. Es una pescadilla que se muerde la cola y que, en su estulticia, se potencia incluso como algo positivo: los dibujantes son el centro del mundo y siguen repitiendo los errores de los comics vacíos del pasado, sin darse cuenta de que hacen falta lectores para que todo el tinglado no se vaya al garete. Falsamente se vende la idea de la contraculturalidad o la marginalidad para ocultar la verdad pura y simple: son ediciones limitadas porque no llegan a nadie.
El más interesante material de la década lo presenta la editorial Glénat con los tres álbumes de Eva Medusa, el mejor trabajo del guionista Antonio Segura dibujado por Ana Miralles, una historia de amor y magia que no tiene ningún precedente en el comic y cuyas raíces habría que buscar en la literatura del realismo mágico sudamericano. También Glénat recupera la obra más ácida del maestro By Vázquez (1995), en la colección de comic-books que lleva su nombre y en los álbumes Gente peligrosa, un homenaje a uno de los autores punteros del tebeo español que al menos no llegó demasiado tarde. Los otros intentos loables de la empresa, como la recuperación de los álbumes de Barbarroja o la edición en tapa dura y lujosa presentación de Watchmen se han visto condenados al más estrepitoso de los fracasos.
El último intento por el momento de recuperar o lanzar a nuevos valores del tebeo español se produce dentro de Planeta-De Agostini con el sello editorial Laberinto, la edición en formato comic-book en blanco y negro de tebeos que, al menos de entrada, huyen de las sempiternas historietas de ocho páginas y pretenden una aventura editorial tan apasionante como dificultosa. Aunque muchos han querido ver esta andadura como una maniobra de freno a la labor de otra editorial alternativa, Camaleón, no puede dejar de reconocerse la valía que supone en los tiempos que corren. Cierto es que la incursión de Planeta-De Agostini en la producción propia es demasiado tardía, tras el amargo descalabro que pudiera suponer su revival Trueno o la delirante presentación de El Coyote (1983), y que la calidad de las series presentadas hasta el momento es cuanto menos variopinta, pero el intento debería contar, al menos, con el apoyo de quienes confían en que el enorme bache en que ahora se encuentra la historieta hispánica pueda remontarse algún día.
De la mano de Antoni Guiral, quien desempeñara labores de guionista y redactor para Norma, la línea Laberinto presenta desde 1995 diversos títulos y autores, generalmente jóvenes, que tienen así la posibilidad de velar sus armas y enfrentarse al ceñido calendario de trabajo que marca una aparición mensual. De la primera hornada destacan los títulos Mentat, del veterano Pérez Navarro y un aún indeciso Javier Pulido, una rapidísima incursión en los temas de la década: zonas de investigación restringidas y encuentros secretos con naves extraterrestres; Aníbal Gris, de Jesús Merino, ciencia ficción y novela negra con reminiscencias de superhéroes en su puesta en escena; Las guerras del purgatorio, guionizada por Juan Carlos Cereza y dibujada por Isaac del Rivero, violenta mezcla de terror y superhéroes con un cierto toque feísta algo italianizante; o Neck & Cold, de la estrella en alza Cels Piñol y Angel Unzueta, un desenfrenado tebeo moderno con todos los tics y recursos de la época, mientras que el éxito acompaña más tarde a la reedición para el mercado "mainstream" de los fanzines Fanhunter, hasta aupar a Piñol al puesto de autor-fetiche de los tiempos que corren.
Ninguna de esas series llega a tener continuidad, como si Laberinto pretendiera ir tocando diversos palos antes de zambullirse a exploraciones más serias. Es el caso de Iberia Inc, el primer ejemplo de superhéroes españoles no satíricos, una serie cuya creación ya quedara en suspenso a finales de 1992 y que se presenta ahora con argumentos conjuntos de Carlos Pacheco y Rafael Marín, guión de Rafael Marín y dibujos de Rafa Fontériz, con alguna ayuda en las tintas de Jesús Yugo y Jesús Merino. Siendo un intento quizá demasiado tardío de hacer tebeos de superhéroes donde se mezclen las estéticas americanas y abundantes homenajes al tebeo español, el aparente favor del público no asegura su continuidad en el mercado, dadas las escasas retribuciones económicas que no permiten que un autor como Fontériz pueda dedicarse a tiempo completo a la continuación de la obra. Dentro de este mismo "universo", se presenta Triada Vértice, esta vez con impactantes dibujos de Jesús Merino.
Otras series de la misma línea suscitaron cierto interés coyuntural, como Jaque Mate, de Cereza y Merino, o El baile del vampiro, de Sergio Bleda. En cualquier caso, la decisión de Planeta-De Agostini de reeditar material de los ochenta como Ditier Lumpen y la recuperación de obras como Sarvan, Andrax, Taar el rebelde o El último recreo indican ya que, como de costumbre, la industria (?) del tebeo español de un paso atrás y se decanta de nuevo hacia el pasado en vez de apostar por el futuro: la marcha de Toni Guiral de la poderosa empresa y su sustitución por el tándem Pérez Navarro-Cels Piñol no logra llevar a buen puerto la continuación de la línea Laberinto, que ve cerrada su producción en agosto de 1999. Un revival del comic de superhéroes sesentero, en la acertada nueva línea Excelsior, dirigida por Alejandro Viturtia, recupera unas ediciones imposibles ya de encontrar por otros medios y recuerda al propietario de Planeta-de Agostini dónde están los beneficios. Encontrar tebeos españoles hechos por autores españoles y para el público español queda reducido a la fanedición o a nuevas empresas menores como la asturiana Dude. De cualquier forma, el sueño de emigrar aunque sea laboralmente a Estados Unidos y ofrecer los servicios a una industria más despersonalizada pero mejor remunerada es el lastre y el signo de las nuevas generaciones de autores de comics para el futuro.
Comentarios (31)
Categorías: Historieta Comic Tebeo Novela grafica