Pasaron unos minutos y el bebé se aburría. Como estaba solo y el perro se había echado a dormir en la alfombra, como siempre, Pis-Pis empezó a hacer las barbaridades que hacen los niños pequeños cuando están así, solos en su cuarto: en un dos por tres, se escapó de la cuna a riesgo de romperse el cuello, realizando una maniobra de funambulista que a lo mejor, cuando fuera mayor, le vendría de perlas para presentarse a alguno de esos concursos de la tele. Luego pisó sin querer uno de los coches de Danki que se habían quedado en el suelo y resbaló por toda la habitación y a puntito estuvo de partirse la crisma contra los muebles, se subió en una silla y le faltó el canto de un euro para volcarla, intentó imitar lo que había visto hacer a Lala y apiló unos cuantos juguetes y se subió encima...

Pis-Pis estaba dando sus primeros pasos y entre ajós y soniditos infantiles no paraba de darle enormes chupadas a su pipo. Claro, como que se lo estaba pasando pipa.

Volcó el biberón, se manchó las rodillas, destrozó un libro de recortes, regó de Clicks y Action Men toda la cama, acabó haciendo malabarismos por la mesa.

Y entonces se fijó en el tebeo.

Pis-Pis recordó a Danki diciendo Y ni te acerques a mi tebeo nuevo, pero ni por esas. Sin hacer caso a la advertencia de su hermano mayor, cosa que por otra parte se dan muy buena maña para no hacer todos los hermanos pequeños, el temerario Pis-Pis se acercó al tebeo. Lo cogió, le echó una ojeada, vio al tipo vestido de negro que aparecía en la portada.

--Gu, qué feo feo... --dijo Pis-Pis, o al menos dijo algo parecido, con su media lengua de trapo. No sabía hablar muy bien todavía, pero el tipo del tebeo era tan espantoso que no había que tener doscientos trece años para darse cuenta de que era más feo que Godzilla una tarde de de dolor de muelas.

Pis-Pis sacó el tebeo de la bolsa de plástico, por poquito no lo rompe cuando se le quedó pegado en los dedos un trozo de fixo, y lo colocó sobre la mesa y después de mirarlo un rato boca abajo, lo abrió como había visto que papá abría el periódico durante el desayuno.

Pis-Pis fue pasando las hojas del tebeo... Como era pequeñito y no sabía leer ni nada, no pudo darse cuenta de que el tebeo era algo especial. Tan especial tan especial, que estaba en blanco, sin dibujos. Y es que el tebeo que el hombre misterioso de la librería le había regalado a Danki no tenía dibujados más que los recuadros en blanco de las viñetas.

Pis-Pis se volvió hacia un cubilete donde sus hermanos mayores almacenaban un puñado de lápices, los que Danki utiliza para hacer garabatos que consideraba obras de arte y Lala para morder mientras se comía el coco intentando solucionar los problemas de mates. Cogió uno.

--Gu. A pintá, a pintá...

O algo así fue lo que dijo. La intención, por lo menos, estaba clara: Pis-Pis creyó que era un libro para colorear y no un tebeo un tanto... extraño.

Abrió el tebeo por una página al azar. Le dio la vuelta, porque en el último momento le dio la impresión de que estaba boca abajo. Pasó un par de páginas, eligió una porque le dio la gana que fuera esa, y alzó el lápiz que era rojo y tenía ya sacada la punta. Acercó la mano a la hoja blanca.

Y entonces, antes de que Pis-Pis tuviera tiempo de emborronar nada, unas manos alargadas salieron del tebeo, finas y brillantes, y agarraron al bebé por los hombros, zas. Pis-Pis estuvo a punto de tragarse el pipo, menudo susto.

Pis-Pis desapareció dentro del tebeo, y sólo quedó de él un rastro de lucecitas o estrellitas, como los efectos especiales esos que salen en las películas, pero sin sonido.

El tebeo se quedó abierto sobre la mesa, y se cerró solo.

El perro Monko levantó entonces la cabeza y se puso a ladrar la mar de triste al ver que el pequeño Pis-Pis había desaparecido.

(CONTINUARÁ)

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