La democracia marca el aldabonazo de salida de títulos de toda índole, junto con la presentación o la recuperación de autores españoles que acceden por primera vez a un público que se había ensanchado enormemente con respecto a unos pocos años atrás. La proliferación de revistas y estilos casi propicia el estudio pormenorizado e individualizado de cada uno de ellos, como apuntábamos ya con el caso de Trinca, por lo que preferiremos centrarnos en un capítulo posterior en los autores españoles y en las series más sobresalientes de éstos, obviándolos así la sucesión cronológica seguida hasta el momento.
Si bien TOTEM es el título que abre camino, es Toutain Editor con sus revistas quien apuntala "definitivamente" el resurgir del tebeo en España. Ya desde mediados de la década, con un servicio de venta por correo y la edición en álbumes de lujosa (y cara) presentación bilingüe el director de la agencia Selecciones Ilustradas hizo un testimonial acto de presencia en el mundo editorial español. La colección "Cuando el comic es arte" sirvió en su momento para presentar o recopilar material de los autores españoles que estaban trabajando directamente para el mercado anglosajón o francés, cubriendo el istmo existente entre su proliferación en los títulos Vampus, Rufus y Vampirella y su resurgir posterior. Esteban Maroto, José Ortiz, Fernando Fernández, José González o Victor de la Fuente se ofrecen así a un público minoritario que tiene la oportunidad de ver sus trabajos sin cortapisas censoras.
Pero el gran momento de Toutain Editor está por llegar. El resurgir de la ciencia ficción en cine y comic propiciado por el estreno de "La guerra de las galaxias" y rubricado por títulos inmediatamente posteriores como "Encuentros en la tercera fase" o "Alien" hace que en Estados Unidos se prepare un título de resonancias literarias, 1984, cuya versión en español recae en quien, a fin de cuentas, ha proporcionado a Jim Warren autores y material de sobra durante años. Ya Creepy, Eerie o Vampirella utilizaban el reclamo de un terror que venía a la baja tras una década de explotación, y el nuevo título cubría aquí y allá el campo de la ciencia ficción y la fantasía en alza.
Pese al tono adulto de su referente novelístico, 1984 no pasa de ser en su origen la típica revista de historietas cortas de ciencia ficción con final sorpresa (1), llena de los recursos y los tics viciados del sello Warren, y amenazada con quedarse anticuada, al menos en su título, en menos de seis años (en España se empieza a publicar en 1978). La gran virtud de Toutain es ir separándose poco a poco del producto americano original y dar cabida a autores, historietas y series autóctonas que le confieren un tono más atractivo, aunque no por ello carente de tópicos, tics y manierismos propios.
Recuperando material ya publicado anteriormente, y con la excusa de estar por fin a salvo de la censura o la mejor calidad de impresión (2), Toutain pronto recrea, con cierta timidez inicial, el comic de terror con Creepy (1979), aunque la excusa del género se supera pronto con la inclusión de series que poco o nada tienen de terrorífico (Torpedo 1936, Señal de otro planeta), y en seguida redondea su trinca de títulos propios con la más completa e interesante Comix Internacional (1980), revista más cara y en apariencia más seria donde se da cierta importancia a la publicitación y recuperación de antiguos dibujantes españoles en su mayoría reconvertidos a la ilustración, junto con la imprescindible inclusión de Spirit, la repesca de los mejores personajes clásicos o la abusiva explotación, marchamo de la casa, del material de un autor americano claramente menor y en exceso mitificado, Richard Corben, cuyos momentos de gloria underground, sin duda lo mejor de su extensa producción, ya habían quedado atrás, y que los alucinados españolitos encuentran (como a Moebius en las revistas de Nueva Frontera), hasta en la sopa.
En 1979 aparece otra revista de título algo simplista, CIMOC, publicada por Riego, que no sobrevive a los diez números dado el poco interés del material que incluye y la enorme batalla que se produce por copar el mercado entre las ya existentes. Norma, hasta entonces una agencia de dibujantes como Selecciones Ilustradas, recoge la antorcha del título y lo relanza poco después, con mucha más fortuna y criterio seleccionador, hasta lograr fundamentar una editorial especializada en álbumes (y, desde hace poco, en comic-books americanos "independientes") que ha sabido sobrevivir a la competencia hasta nuestros días, aunque el título emblema de la casa causara baja en los kioscos hace relativamente pocos meses, incapaz ya de sostenerse frente a los tebeos japoneses y los superhéroes de Image, pero superando con creces la permanencia de la competencia. CIMOC tiene la habilidad de recuperar las series de "continuará" al estilo Pilote, o de potenciar personajes que en historias cortas pueden luego reagruparse sin traumas en álbum, frente a la invasión de historietitas sin ton ni son que pronto se reproducen con molesto desparpajo por todas partes. CIMOC, además, no pone pegas al material español y toma a varios autores hispanos como abanderados, como veremos en capítulos siguientes.
Básicamente configurado el panorama editorial de los próximos años, se descubre que hay gustos para todo y que por tanto hay que explotar cualquier tendencia. Pronto el underground y la contestación tienen cabida en El Víbora (1979), revista que, con el espaldarazo inicial de Toutain, recupera la bandera enarbolada por Star o Vibraciones en los primeros setenta y donde se potencia una estética feista y anti- establishment que, pasito a paso, ha sabido ir adaptándose al correr de los tiempos y sobrevivir a otros títulos más legibles, prolongándose así luego con títulos comos Makoki (1982) y su divertida propuesta de la llamada "línea chunga" y, ya descaradamente en su vertiente pornográfica, con Kiss Comix (1992).
Y de las vomitonas controladas del underground hispano a la recuperación de cierto tono decadente y retro, la infancia reinventada y pasada por el tamiz de la ironía, la línea clara que tiene su máximo exponente en Cairo (1981), publicación de Norma dirigida en principio por Joan Navarro y que quizás porque casi todo el material existente en el mundo está ya ocupado por otros títulos se centra en la escuela franco-belga y sus epígonos españoles, potenciando consciente o inconscientemente un cierto tono beligerante hacia todo aquello que no cuadre en esta forma de entender la historieta. Si hasta entonces los alucinados lectores de comics que son testigos mes sí mes no de un carrusel de títulos y autores no habían dicho esta boca es mía, aceptando lo que hubiera y sin más freno que la barrera puramente económica (porque las revistas suelen ser caras), desde la aparición de esta nueva vía las posiciones se decantan y la defensa a ultranza de unos gustos siempre subjetivos y discutibles acaba salpicando a tirios y troyanos. Podríamos decir que con el revival, a veces desaforado, de los tardoherederos de Hergé el consenso se rompe y ya nunca nada volverá a ser lo mismo, en detrimento de la riqueza temática y estilística de la historieta. Autores como Mique Beltrán, Sento, Daniel Torres, Montesol, el guionista Ramón de España, Tha, el siempre eficaz Max merecen, igual que en el caso de Trinca ya comentado en esta crónica, un análisis más pormenorizado de sus propuestas y de las estéticas presentadas en este estilo que, arrancando de cierta consideración art nouveau, y dando gran importancia al ambiente donde se desarrollan las historias, deriva hacia un estilismo y un grafismo de sobresaliente factura donde, en ocasiones, pesa el lastre de unas historias desconcertantes, en tanto que el lector queda en la duda de si se trata de una parodia de un género o del propio comic como medio.
No acaba aquí el desfile de títulos. La algo olvidada Pilote es presentada en 1981 por Nueva Frontera con el poco afortunado logotipo Vértigo, pero apenas sobrevive una docena de números. A pesar de haber expoliado a fondo el material del que se nutre, Nueva Frontera también decide tardíamente explotar Métal Hurlant con su título original, aunque ya los días y autores de gloria de los humanoides galos habían pasado a la historia. La versión hispana de la muy interesante Epic Illustrated (1982) sólo alcanzaría tres números.
Títulos como Senda del comic se basan en autores recién llegados, y aunque los creadores españoles habían visto publicadas sin problemas sus obras en las revistas de Toutain, Nueva Frontera y Norma por igual, el sueño de la autogestión reaparece en 1982 con Rambla, a la que acompaña en 1984 Rampa Rambla, dedicada con poco éxito a la aparición de nuevos valores duraderos. Otros autores hispanos se aglutinan en torno a títulos como Metropol (1982), interesante tebeo de universos compartidos que no supera la docena de números publicados, o Mocambo (1983), que no sobrepasa los dos.
Después de mucho autobombo y concursos Toutain decide reconvertir su 1984 a un título que no quede desfasado por el calendario. La torpe elección, Zona 84, no deja de anunciar en sí misma que algo se estaba agotando. La vela de la imaginación empezaba a apagarse.
Pero no sólo son las revistas de historietas las que marcan ese breve intervalo que fue el mundo del comic español entre las elecciones del 77 y la mitad de la década de los ochenta. También se produce un fuerte revival del álbum, tanto en tapa dura como en rústica. Ediciones Junior/Grijalbo recupera Astérix y convierte en un best-seller a Lieutenant Blueberry, y presenta asímismo a Lucky Luke, Iznogud, Valerian, MacCoy o Jeremiah, con algunos batacazos importantes en su ya larga andadura como Julie Wood o Buck Danny (3).
Prácticamente todas las revistas reeditan el material serializado en ellas, y alguna editorial menor, Ediciones de la Torre en su colección Papel Vivo, se especializa en recopilar los trabajos de autores españoles, sobre todo de Carlos Giménez (aunque sin hacer ascos a clásicos importantes como Es que van como locos de Ventura y Nieto, el Géminis de Echevarría y Font o la irregular y coyuntural Tequila Bang).
Ikusager publica en álbumes de sobresaliente factura la última obra de Antonio Hernández Palacios, Eloy, crónica de la guerra civil española narrada con un estilo frío y distante que en nada recuerda a su obra anterior, una especie de no-do tebeístico donde las acciones de guerra pesan demasiado sobre una trama que bordea lo inexistente. Más interesante es la continuación de El Cid, y sobre todo Roncesvalles, del mismo autor, en el terreno medieval que le es único. La sesuda editorial Lumen, sin dejar de explotar el filón Quino en álbumes, presenta algunos álbumes de Valentina, Historia de O y la completa recopilación de Mort Cinder.
Son tiempos de euforia. Prácticamente, no hay ciudad que no tenga su semana dedicada al comic, sufragada siempre por los ayuntamientos más progresistas en su camino hacia el poder, o su concurso para fabricar genios adolescentes, o incluso su revista de tirada reducida y papel carísimo que más de una vez levanta las iras de la sociedad burguesa bien pensante por sus contenidos. Comienzan a prolifear las librerías especializadas, muchas de ellas bautizadas "Totem". El comic se pone de moda, y Toutain hasta logra lo impensable, la publicación de una enciclopedia en fascículos (Historia de los Comics, 1984). Son comunes los libros y análisis dedicados al tema, en especial los del siempre erudito e interesante Javier Coma, aunque sólo una revista de estudios de la historieta sobreviva cíclicamente y sin la ayuda de las grandes editoriales desde 1977, Sunday, dirigida por Mariano Ayuso (4). Pero el boom tiene los días contados, y aunque las causas son múltiples el alejamiento de autores y lectores podría ser la más importante de todas. Quizá unos y otros no saben evolucionar a la par. Quizá la moda del diseño sustituye al resurgir de los tebeos, como después ocurrirá con la música pop y las movidas juveniles.
Cuando uno de los publicitados concursos de guiones de Toutain Editor lo gana la sobadísima idea de la canica destruida por el niño pequeño que en realidad es un planeta (idea repetida millones de veces, desde Steve Ditko a Moebius y copiada por todo fanzinero de pro en sus primeros escarceos en el medio) a muchos nos quedó claro que las ideas se habían acabado, precisamente en aquellos encargados de ir buscando savia nueva que tomara el relevo para el futuro.
NOTAS
(1) A este respecto, no deja de ser mucho más valido el planteamiento realmente adulto y los hallazgos y adaptaciones de la serie Mundos Desconocidos, de Ediciones Vértice dentro de Relatos Salvajes unos años antes, siempre a partir de la original americana Unknown Worlds of Science Fiction, a pesar de que no le acompañara la suerte.
(2) A Toutain Editor se debe el hecho de incluir la reedición de páginas de historietas invertidas por error, subanándolo en un gesto sin precedentes. Cuando en uno de los álbumes de Torpedo 1936 se equivocó asímismo el orden de algunas páginas de relatos, la editorial se comprometió a devolver el dinero a los compradores o a descontar un 25% sobre el precio de un futuro álbum donde aparecerían las mismas historias ya ordenadas.
(3) Resulta extraño que, tras el éxito de Blueberry la editorial no estuviera interesada en explotar las otras series importantes del guionista, máxime cuando una de ellas (Michel Tanguy) estaba además dibujada en sus primeros álbumes por el co-creador de Astérix. En cualquier caso, las buenas críticas y ventas de las últimas series presentadas, XII o Largo Winch, tras el empacho de explotar las series señeras en retapados cuasi-enciclopédicos, no han podido evitar el cierre de la línea dentro de la empresa, cuyos títulos más apetecibles han sido oportunamente rescatados por Planeta y Norma.
(4) Sin abandonar nunca el formato fanzine, resulta muy interesante el siempre combativo El Wendigo o la Comic-Guía que desde Valencia edita desde hace más de veinte años Francisco Tadeo Juan, en una cruzada personal por reivindicar a los maestros olvidados del tebeo español que tampoco descuida palabras de ánimo para aquellos que empiezan.
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