Acaba ahora mismito de empezar el curso escolar y la primera en toda la boca, oigan: no sólo resulta que nuestros maestros ganan más dinero que la media de los países de la OCDE, sino que encima nuestros alumnos suspenden más y dejan los libros a medio curso para dedicarse a cualquiera sabe qué otras cosas reprobables como buscarse la vida y ganarse el jornal haciendo otras cosas para las que lo mismo sirven más que para calentar el asiento y gastar el fondillo de los pantalones.
Vayamos por partes, que dijo el doctor Gull. Busca uno en la wikipedia qué países forman parte de la sigla, y cuesta un mucho pensar que los docentes de Francia, Alemania, Austria, Canadá, Reino Unido, Japón, Estados Unidos, Suecia y Suiza cobren menos que los nuestros; es de suponer que los de Portugal o Italia anden más o menos al mismo nivel que aquí, y, claro, si ya aparecen dentro de la estadística países como Turquía, México, Corea del Sur, Hungría, Polonia, República Checa o Eslovaquia entonces ya queda claro que tenemos un profesorado rico pero en comparación por abajo, porque sin duda no estará el horno para más bollos allá donde el mapa pierde sus colores y las estadísticas siempre son como son: repartir para que nadie se lleve ninguna parte y quien hace las cuentas quede como el listo que es, que para eso se dedica a explicar las cosas con números y sin matices.
Es, desde luego, lo que le faltaba a este colectivo, dividido a conciencia yo diría que casi anti-constitucionalmente entre profes públicos, privados, concertados y semi-concertados (en tanto todos hacen el mismo trabajo que se remunera de formas diferentes), cada vez más arrinconado por la sociedad que nunca vacila en pasarles por las narices los inexistentes tres meses de vacaciones, se empeña en equiparar el acto del trabajo con el simple esfuerzo físico, y jamás valora el que tenga el profesorado que convertirse muchas veces en padre, madre, tutor, consejero familiar, agente social, memoria histórica, transmisor de valores a la contra en esta sociedad que nos deforma cada día, todo para ser blanco de críticas, incomprensiones, depresiones y síndromes de burn-out. Ahora ya nos dirán, con la anuencia de quien filtra la estadística (mismamente, quien paga las nóminas) que encima cobran más que la media del segundo mundo y que menos quejarse y más aprobar a los niños, y cualquiera les explica que se habla de la OCDE y no de la UE, y que así cualquiera.
Bien es cierto que ya los maestros y profesores no andan a la cuarta pregunta, como en décadas pasadas, pero no puede olvidarse que debe ser, también, el colectivo de carrera universitaria que está peor pagado de cuantos existen. En cualquier caso, no olvidemos tampoco que el problema de la enseñanza no se arregla con los sueldos: se arregla dotando de medios, apoyando al profesorado, escuchándolo, y reconociéndole la importancia que tiene en el entramado social y otorgándole una pizquita de prestigio. O sea, haciéndole caso cuando recomienda a los papases que los niños no jueguen tanto a la gameboy, ni vean programas de televisión hasta la madrugada, ni chateen hasta las tantas con el Messenger, y que si el acuerdo es comprarles la moto (con casco) si lo aprueban todo, no les compren igualmente la moto si les quedan nueve en junio.
La educación sigue siendo la cenicienta de nuestro sistema, y me sorprende mucho que nunca aparezca entre las principales preocupaciones de los españoles. Vamos de cabeza a convertirnos en un pueblo que no sabrá dónde está Roma en un mapa (¿les suena de algo esa acusación?), que será incapaz de comprender que si pagas con un euro y diez céntimos una cuenta de sesenta céntimos te tendrán que devolver cincuenta céntimos, y que nuestros negocios irían mucho mejor si supiéramos chapurrear medio decentemente el inglés, como los niños de la calle de Río o de Singapur. O sea, convencer a quien paga, sean padres o sean estamentos, que la vida es cara y cuesta desde el principio, que no repetir curso no significa empujar hacia arriba a quien no aprendió ni a escribir su nombre para que quien venga detrás que arree, y que esto de la educación y el aprendizaje es cuestión de esfuerzo y pundonor. Porque aunque existe siempre el factor suerte, no llegan a la docena los pardillos que entran en la casa del Gran Hermano o la Operación Triunfo.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 18-9-2005)
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