Ahora que se acerca el FIT, quiero contarles una batallita que viene a cuento con esto tan bonito de las tablas y el teatro. Debió ser por el 78, en el salón de actos del instituto Columela (porque los teatros-teatros estaban para otra cosa). La compañía Dagoll-Dagom representó su montaje “No hablaré en clase”, un repaso entre ácido y tierno a la educación durante el franquismo y que luego tuvo su continuación, muy tardía, en el libro “El florido pensil”, que también fue llevado a escena y hasta al cine.
Uno recuerda que los actores tuvieron que excusarse previamente (no estaba el horno para bollos) porque una escena de la obra se representaba en catalán. Una escena mínima, de apenas dos o tres segundos, pero por si acaso. La niña estaba subida en una silla y la madre, arrodillada, le echaba el dobladillo a la falda. La niña preguntaba, en catalán, ya digo, la lengua que los personajes hablaban, de verdad, en la intimidad: “Mare, què vol dir verbigracia?”. Y la madre, los alfileres en la boca, contestaba: “Per exemple, filla, per example”. Para el adolescente que yo era entonces aquello fue la demostración más sencilla, más poética y más sensible de que existía el bilingüismo y no era demoníaco; uno de esos momentos de epifanía que, lo quieras o no, te educan en eso tan difícil de la tolerancia. Uno de los actores de aquella humilde compañía, por cierto, se llamaba Pepe Rubianes.
Hoy, casi treinta años después, el fantasma de aquel personaje caricaturesco que Rubianes interpretaba, el fantoche de correajes, himnos y clases de FEN que vituperaba a Lorca y se desesperaba con Alberti le ha dado alcance. Como si no hubiera pasado el tiempo, con lo que nos ha caído encima desde entonces.
Parece que en España hoy no tenemos otro problema sino perseguir a un cómico. Vale, sí, sus declaraciones en la tele catalana son un despropósito, una grosería fruto de un calentón, el histrionismo típico del actor que puede ofender y de hecho ofendió a mucha gente. Independientemente de que lo que se está publicitando en algún periódico y algún portal de Internet son apenas 35 segundos de una entrevista de un cuarto de hora donde las cosas quedan, adrede, fuera de contexto. De ahí a iniciar una cruzada contra el actor media un mundo.
El actor sólo cuenta con la palabra. Ha estado mal visto siempre. Tiene que ser bufón y meternos el dedo en el ojo para que podamos ver mejor con el otro. A veces, en su lucidez, ve más allá que nosotros, nos deforma y se deforma para que, desde el esperpento, sepamos que hay cosas importantes y cosas secundarias en la vida, que la gente de a pie pisa por un lado y quienes nos dirigen vuelan sin motor ni timón por otro, y no les importa arrollarnos.
Le pasó al viejo Moliére, cuyo Tartufo sufrió las iras de los jesuitas en la corte francesa. En tiempos más recientes, hemos tenido el ejemplo de Albert Boadella (enfrentado al régimen y luego a Jordi Pujol), y hace pocos meses de Leo Bassi, cuyo boicot en otras ciudades también se intentó, sin éxito, en la nuestra. Son ganas de matar al mensajero, dotar a un humilde cómico de más importancia de la que se merece. En democracia, también tiene que existir el derecho a la disidencia. Recordemos a Voltaire: “No estoy de acuerdo con lo que dice, pero daría mi vida por defender su derecho a decirlo”. Nos escandalizamos por una salida de tono de un actor y no por la continua búsqueda de greña de los políticos, o las alusiones a la pena de muerte y el asesinato en directo por parte de todos esos otros mindundis que aparecen en las teles a cualquier hora vendiéndonos unas intimidades que tampoco nos importan. Nos asustamos de los talibanes y no nos damos cuenta de que usamos sus mismas tácticas muchas veces.
Pepe Rubianes no es Quevedo, por seguir con la actualidad de la decepcionante Alatriste, ni parece que nadie pueda hoy arrogarse el nicho del conde-duque de Olivares. La opinión bruta, exagerada y sin reflexionar de un señor particular no tendría que desencadenar una caza de brujas ni contra su trabajo ni contra sus colegas de profesión. Lo dejaba claro Victor Hugo, en aquella vieja cita que empleé en mi primera novela, a fin de cuentas lo mismo que se llevó por delante al Lorca en quien se centra la obra de Rubianes: “¿Qué es un poeta? Si se trata de alabarlo, nada. Pero si se trata de perseguirlo, entonces lo es todo”.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 11-9-2006)
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