El baile de máscaras que supone la profusión de títulos de similares contenidos al que tan dado es Bruguera llega a estabilizarse por fin con la aparición de Mortadelo en noviembre de 1970. Olvidados los supuestos anhelos reformistas o modernos del título inmediatamente anterior, Gran Pulgarcito, la nueva revista supone un bajón notorio en cuanto a calidad formal con respecto a su predecesora, aunque llega a sobrevivir en el mercado trece años, e incluso goza de una segunda reencarnación cuando Bruguera se reconvierte en Ediciones B en los años ochenta. El material francés, por lo pronto, se reduce Aquiles Talón, Astérix y Blueberry, éste último editado en un molesto bicolor justo cuando "La mina del alemán perdido" lanza a dibujante y personaje a su más interesante gama cromática. Hay material de la agencia I.P.C. de interés claramente secundario, como Cuervo loco y Los Rogers Rangers, mientras que los títulos de la casa continúan su tónica de siempre: Anacleto y La abuelita Paz, de Vázquez; La Panda y Pepe Barrena de Segura; Segis y Olivio de Rovira; Caco y Coco de Allué.
Aunque Mortadelo es la estrella de la revista, como demuestra su ascenso al título y su aparición en la portada, su interés queda en un relativo segundo plano ante la "resurrección" de Zipi y Zape, de Escobar, quien consigue modernizar a unos arquetipos de planteamientos tan clásicos como agotados hacía años, y sobre todo Sir Tim O´Theo, el tercer personaje de Raf en la revista (junto a Flash el fotógrafo y Manolón), una interesante y sobre todo inteligente aproximación al tema detectivesco británico, al que se parodia y homenajea a partes iguales con un claro conocimiento de causa y unos guiones que escapan a los burdos convencionalismos de la casa.
Pero la perla blanca de Mortadelo no se encuentra en las series de humor. Ni siquiera en el cada vez más escaso material francés. El bombazo de la revista es un personaje nuevo y antiguo al mismo tiempo, donde se aúnan la nostalgia y la expectación por lo novedoso. Mortadelo se apunta el gran tanto de su vida con la publicación de El Corsario de Hierro, que supone el reencuentro (tras algún extra aislado de Pulgarcito) de los autores originales de El Capitán Trueno, Víctor Mora y Ambrós.
Por uno de esos incomprensibles quiebros del destino, un autor de la categoría gráfica de Ambrós había desaparecido virtualmente del panorama tebeístico español tras su marcha de la serie emblemática que ayudó a crear, El Capitán Trueno. Desde entonces, el genial dibujante valenciano apenas producía para Jaimito las insulsas historietas de Héroes del Deporte, un trabajo menor donde el resultado gráfico descollaba sobre el guión. A partir de la creación de Mortadelo (1), Ambrós podría volver a regalar a los aficionados con lo mejor de su producción desde los tiempos de gloria del cuaderno de aventuras.
Cortado a imagen y semejanza de Trueno, El Corsario de Hierro sigue casi paso por paso la fórmula que varios lustros atrás renovara el género aventurero. Tampoco esta vez sabremos jamás el verdadero nombre del héroe, en cuyo origen parece haber puntos de contacto con El Hombre Enmascarado (un grupo de piratas lanza al mar a un muchacho y su padre para que sean pasto de los tiburones) y con Barbarroja (El Demonio del Caribe, salvaje pero menos, decidió adoptar al bebé a cuyos padres acababa de matar, acto compasivo que aquí no se produce tal cual). El físico del Corsario es bastante similar al del héroe prototípico de Víctor Mora, si bien habría que señalar que su diseño gráfico no llega a estar a la altura de su modelo. Mientras Trueno, El Jabato y demás héroes de los cuadernillos destacan por su catadura moral y su valor inquebrantable, El Corsario, sin renunciar a ninguna de esas características, se pasea por sus aventuras con un cierto pasotismo ausente. Es un héroe algo más despegado, menos constreñido por el peso de su leyenda que los anteriores productos Bruguera. Adelantándose a los tiempos que vendrían, El Corsario bien podría definirse como un Capitán Trueno light.
La serie goza de todas los defectos y todos los virtudes de la fórmula, convenientemente adaptada y puesta al día y al público infantil-juvenil que, teóricamente, es el consumidor de Mortadelo. El inevitable trío héroe-forzudo-muchacho/gracioso del cuadernillo clásico de aventuras se resuelve aquí con la variante del héroe, el forzudo-gracioso y el gracioso-gracioso, por lo que los planteamientos humorísticos llegan a veces a pesar como una losa sobre el desarrollo de las historias. El forzudo, un escocés rubicundo y tontorrón, Mac Meck (2), sólo vive obsesionado por el recuerdo de su mamá y apenas sirve de contrapunto al gracioso, un insoportable y patoso mago de segunda, Fideo de Mileto revisitado, aquí llamado Merlini Merlino, un supuesto personaje humorístico que habla en un italiano de andar por casa y llega a superar, por lo cargante, a su modelo de la lira. Hay momentos en que su jerigonza es, además de incomprensible, delirante: Cuando las historias se desarollan en Venecia, por ejemplo, y cuando otros personajes de la saga son claramente italianos (Bianca de Orsini, el Condottiere Nero) y se expresan en un castellano normal, el insoportable Merlini seguirá en su jerga italianizante y en sus trece.
Donde la serie se diferencia de sus predecesoras es en el plantel de villanos. Hasta entonces, lo típico había sido que el malvado de turno muriera tras la aventura de rigor, o fuera encarcelado, o se perdiera para jamás volver (3). En las aventuras del Corsario, el conjunto de villanos resulta de lo más atractivo: Lord Benburry, La Mano Azul, un ex-pirata que ha ascendido en la Corte inglesa; Sinau de Esmirna, un cadavérico hipnotizador que pondrá la nota fantástica (pero "racionalizada") de las historias; la Capitana Dagas y su perrillo faldero Des Brieux, siempre enamorado de su patrona y ambos en el atractivo límite del bien y el mal (4); el Condottiere Nero, un gigantesco y mellado sosias del popéyico Brutus capaz de propinar palizas de muerte al héroe; Hassan el eunuco; el Boyardo Tamaroff... Todos los villanos se reencontrarán con el Corsario repetidas veces, y lo someterán a terribles torturas y vejaciones que entran en curiosa contradicción con el tono generalmente aniñado de la serie.
Tampoco tiene El Corsario una novia eterna como pudieran serlo Sigrid o Claudia. Aunque en los primeros episodios de la saga la modosita Lady Roxana, sobrina del malvado Benburry, pareciera su futura pareja, pronto el reparto femenino se vería ampliado por Bianca de Orsini, una noble veneciana diestra en el manejo de la espada que supone todo lo contrario a la anterior. También la capitana Dagas muestra su atracción hacia el héroe, aunque de vez en cuando traicione sus sentimientos hacia su servil Des Brieux. Y la mulata Diamba, la china Loto Suave, la bailarina Sulanta, la rubia Aksinia... Prácticamente todas las mujeres que aparecen por la serie caen rendidas a los pies del héroe, y aunque la elegida de su corazón parece ser Bianca, jamás veremos al Corsario confesarlo ni mostrarlo. Jamás dará un beso, ni reconocerá su amor. Eso sí, lo veremos abrazar y frotar mejilla con mejilla su alegría tras los típicos reencuentros al final de las aventuras.
Quizá Víctor Mora rebajara conscientemente el nivel de sus historias, puesto que el tebeo donde se incluían era para niños, pero no puede dejar de ignorarse el hecho de que el comic español se aglutinó esperanzado en torno al personaje, y que los seguidores de Trueno de antaño esperaban una adaptación menos descafeinada del héroe clásico. Tampoco los niños de la década de los 70 eran iguales que los de 1956, detalle que parece ignorarse. El Corsario de Hierro, incluso dentro de su limitado planteamiento, podría haber abierto un nuevo camino, puesto que su público pertenecía a todas las edades. Sin embargo, no parece que el guionista se tomara a su criatura demasiado en serio. Un primer intento de situar la acción en un momento histórico concreto (El Gran Incendio de Londres en 1666), apenas sería continuado con la aparición del venal Carlos II de Inglaterra... y acabaría siendo anulado cuando, en el devenir de la saga, aparezcan personajes históricos claramente anacrónicos, desplazados varias décadas de su tiempo, como el cardenal Richeliu o el conde de Buckingham, en un curioso crossover fuera de lugar con Los tres mosqueteros. No hay por tanto referencias históricas válidas, ninguna alusión a Francia, a España. El Corsario casi tarda más tiempo que El Capitán Trueno en poner el pie en América. El siglo XVII donde se desarrollan sus aventuras es tan irreal y falso como la Edad Media de su antecesor. Otro hecho cuanto menos extraño se da en los textos de apoyo, a menudo escritos en pasado, como si fueran la labor de un principiante o un autor balbuceante de los años 30 y no de 1970. La aparente superación del maniqueísmo, al "reconvertir" a Lord Benburry en personaje bueno al final de la saga deviene en movimiento falso que, todo lo contrario, parece cargado de moralina desfasada y fuera de lugar.
Durante once años, El Corsario de Hierro supuso el principal baluarte del comic comercial de aventuras en España. Pese a sus defectos, su longevidad es una prueba feaciente de su éxito. Sin duda, por encima de la encorsetada labor del guionista, destaca la visión de Ambrós, con un estilo absolutamente entregado, donde no sobra ni falta detalle. El nivel gráfico siempre se mantiene a un mismo tono de sobresaliente. Lástima que el color, chapucero y tendente a profusión de verdes y rojos oscuros generalizados en rostros y figuras, destroce buena parte de lo conseguido por el dibujante. Más que ninguna "Edición Histórica", haría falta ver la saga del Corsario de Hierro en blanco y negro, sin la rotulación mecánica, para poder apreciar bien el trabajo y la entrega de Ambrós.
Las historias de El Corsario de Hierro pronto fueron recopiladas en tebeos de 32 páginas, de lanzamiento casi instantáneo tras su aparición serializada en Mortadelo. A imagen de las Joyas Literarias Juveniles, la nueva colección quincenal Grandes Aventuras Juveniles vendría a publicar alternativamente las historietas de El Sheriff King y El Corsario de Hierro, cuyas aventuras llegarían a rebasar el medio centenar, incluyendo las historias cortas de 6 u 8 páginas de los Almanaques y Extras de Mortadelo y el nuevo título Super Mortadelo. Pese a sus defectos, pese a lo que pudo ser y no fue, pese a haberse quedado a medio camino entre un tebeo ñoño y la renovación que pudo apuntar y no concretó, El Corsario de Hierro puede considerarse el último gran héroe del tebeo español. Una proeza que el tiempo demostraría irrepetible.
NOTAS
(1) Mortadelo, como parte de su lanzamiento, inicia su numeración con un número cero, regalo de otros títulos de la casa. Un detalle curioso de la historia de este y otros tebeos de la época es la inclusión de "mortadelos", billetes de banco con la efigie del personaje que podían ser canjeados por diversos regalos cuando se alcanzaba la cifra necesaria.
(2) El primer "Mac Meck" era uno de los miembros de Los comandos de África, aunque este personaje suponía todo lo contrario de su homónimo: delgaducho, cobardica, siempre tocando espantosamente la gaita. Pese a lo poco agraciado del nombre, el gigantesco escocés de El Corsario de Hierro acabaría por hacerlo famoso.
(3) Los enfrentamientos con villanos del pasado como tema recurrente, tan comunes en los comics norteamericanos, apenas habían sido explorados por el propio Víctor Mora con la saga de "El Pulpo" para El Capitán Trueno, donde un malvado enmascarado se revelaría, tras muchos números, como un antiguo enemigo del héroe, precisamente aquel de quien menos se sospechaba, el conde Kraffa.
(4) La Capitana Dagas tiene claros precedentes en la mujer pirata Singhi-Lai (?homenaje a Shangai-Lil?) y en Zaida, la cruel comerciante de esclavos luego esposa del príncipe Gundar en El Capitán Trueno.
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