Todo el año esperándolo y se nos escapa sin que nos hayamos dado cuenta siquiera. Ley de vida. Ahora, al tajo. Un verano más caído al fondo de otros veranos, que diría el maestro Umbral. El presente que en un abrir y cerrar de ojos se convierte en melancolía y recuerdo.
Sin embargo, tal vez en Cádiz este verano no haya sido como suelen ser los veranos, o sea, una sucesión de días repetidos y de actividades lúdicas algo huecas que se calcan de un año para otro, la inercia nuestra y ajena de no menear lo que hay y sobrevivir hasta que asome septiembre y esperar con los dedos cruzados a que llegue el verano próximo.
Dos son los acontecimientos que han marcado este verano como distinto en nuestra ciudad, tan a la baja en ofertas de ocio y tan pavoneada de sí misma en su estupor. Por un lado, el gran éxito de la Regata. Por otro lado, el no menos grande reverdecer del Trofeo Carranza. Entre uno y otro eventos, apenas cabría reseñar la siempre insuficientemente publicitada y apenas atractiva oferta de los veranos del Pemán, y el concierto de Ana Torroja.
La Regata, lo han leído ustedes, nos hizo soñar a todos con pasados marineros, convirtió el muelle en una feria y, según dicen, atrajo un montón de gente foránea y produjo buenos ingresos a los que se dedican a estos menesteres, que son siempre los mismos y que (y ahí va la crítica) ya tendrían que haber previsto el pelotazo que aquello iba a ser y haber renovado personal de plantilla y no descuidado la intendencia, o sea, el papeo. Pueden pasar muchos años hasta que tengamos otra Regata de esa magnitud, y es de esperar que para entonces el sector hostelero se haya puesto las pilas y rellenado la despensa. Pasó lo mismo, a menor escala porque el acontecimiento fue menor, con el concierto de Ana Torroja, donde a nadie se le ocurrió instalar, allí junto a la larga tapia del cementerio, una barra de esas que proliferan por las esquinas en carnaval que vendiera refrescos y bocadillos, con lo cual los bares acabaron empetadísimos desde el Pirulí hasta Cortadura… eso, los que no cerraron puntualmente a las doce, que el convenio es el convenio y las multas son las multas.
El Trofeo ha vuelto a demostrar que puede valerse por sí mismo sin el adorno molesto que lo rodea. Es decir, si hay interés deportivo, todo lo demás pasa a segundo plano. La gran fiesta con la que cerraba el verano en Cádiz tradicionalmente, aunque se haya trasladado a mediados de agosto por imperativos ajenos, puede y debe ser el referente, y no convertirse en mera excusa para el botellón playero. Creo que es significativo que el indiscutible éxito deportivo y las ochenta mil personas menos que, según parece, asistieron a la barbacoa del sábado van cogidos de la mano. Dicho de otra manera, la gente de Cádiz estaba con el Cádiz y en el Carranza, o paseando por el paseo marítimo viendo cómo gente muy joven venida del quinto pino se adueñaba de la playa. Independientemente de la polémica con Costas, es evidente que empieza a haber entre los gaditanos una conciencia de que las barbacoas se han disparatado, que han dejado de pertenecernos a nosotros, y que hay que poner coto a todo esto que se nos ha ido de las manos. Soy consciente de que erradicarlas será imposible, por más que el año que viene vuelva la polémica, pero insisto en que habría que deslindar las barbacoas del Trofeo y, si no hay más remedio que celebrarlas, hacerlas al final-final del verano, cuando el impacto sobre las aguas y las arenas (que existe, y todavía queda por mucho y muy rápido que se limpie al día siguiente) tenga por delante muchísimos meses de reconstrucción natural y menos usuarios que extrañarse porque de pronto la arena está llena de colillas y trocitos de carbón y hasta de restos roídos de pinchitos.
Aunque vivamos de fiesta en fiesta y quedan sus buenos nueve meses por delante todavía, hay que ir pensando ya en otras ofertas de ocio para el año que viene, cuando no tendremos la Regata. Recuperar el carrusel carnavalesco para esos días, tontamente desperdiciado este año porque todo el mundo estaba mirando para otro lado, parece indispensable. Buscar ofertas musicales y teatrales, tres cuartos de lo mismo. Pese al mogollón de latas y botellines que vende, la Coca-Cola sigue gastándose una pasta en publicidad. “Hasta Dios necesita campanas”, que dijo el otro. Hay que reinventar cada verano. Hay que reinventar Cádiz, día a día, semana a semana, año tras año.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 4-9-06)
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