En formato más grande que los semanarios comunes de la casa (30 X 21,5) recuperando y amplificando un título que todavía en aquellos tiempos tenía una fuerza de la que hoy carece, Gran Pulgarcito asoma a los kioscos en 1969. En ciertos aspectos, es un BRAVO remozado, puesto al día, casi mejorado.
La parte francesa, la continuación de los episodios inconclusos y tan largamente demorados de Michel Tanguy y Fort Navajo, se ve acompañada y reforzada por Astérix, que de ser el único adorno en DDT pasa a convertirse en el gran aliciente de este nuevo título. Los álbumes que Bruguera ha editado del material galo, en imitación del mismo movimiento realizado fuera de nuestras fronteras por Dargaud, no han tenido con el western de Blueberry o la aviación de Tanguy más que una leve presencia testimonial. La falta de respuesta del público o la desidia tan característica de la editorial hacen que sólo dos o tres volúmenes salgan a la venta. El caso de Astérix, sin embargo, viene precedido por la fama, la buena prensa, el éxito de sus adaptaciones al cine... incluso una marca de chicle (Dunkin) empieza a comercializar muñequitos minúsculos con los más destacados personajes de la serie. Es el principio de un boom que aún se extiende hasta nuestros días.
El califa Harun-el-pussah, más conocido por Iznogud, es la nueva serie francesa que ocupa las páginas de Gran Pulgarcito, pese a lo repetitivo de sus planteamientos y su relativo interés, junto con lo más light de un artista provocador como Gotlib, alguna historieta secundaria realizada ex-profeso para Francia por autores españoles como Bielsa, y un recuperado Aquiles Talón, más pequeñoburgués que nunca.
Pero la apuesta de Gran Pulgarcito por material español, material siempre "de la casa", es clara. Vázquez crea para este título las aventuras más hilarantes y surrealistas de su genial Anacleto agente secreto, y aumenta los personajes de su particular universo para este y otros títulos con Feliciano, Don Polillo, Los casos del inspector O´Jal, El fakir Ali-Oli, La abuelita Paz y Los cuentos del Tío Vázquez, curiosa serie de tintes biográficos donde el autor hace jocosa publicidad negativa de sí mismo. Raf (pseudónimo del gran Juan Rafart), todavía sin dar rienda suelta al genio que llevaba dentro, y que se consolidaría de forma clara un año después con el título que vendría a sustituir a Gran Pulgarcito y, más tarde, con sus colaboraciones para El Jueves, pone su granito de arena con Flash el fotógrafo y Manolón, conductor de camión, típicas series Bruguera de la época sin más interés que el puramente anecdótico. Figueras aumenta las páginas de su Topolino, ahora subtitulado El último héroe, e inicia con sus aventuras un curioso crossover con otro personaje propio, el inepto Colodión compañero de Aspirino.
Pero la parte del león se la llevan Mortadelo y Filemón, que ven ampliados los estrechos horizontes de sus páginas a aventuras más largas, casi de "continuará", que luego son recopiladas en álbumes a imitación del material francés, como también sucedería brevemente con la reedición en color de El Capitán Trueno y El Jabato.
Mortadelo y Filemón, agencia de información había sido hasta ese momento una serie creada en 1958 para Pulgarcito, donde una pareja de esquizofrénicos personajes, subordinado y jefe, compartían una nunca del todo definida agencia de detectives y acababan sus historietas de una o dos páginas con el manido recurso del cachiporrazo y la persecución, secuelas de un cine mudo que por fuerza tendría que haber resultado ajeno ya a sus lectores. El éxito de la serie, sin duda, habría que explicarlo en la cuasi-mágica habilidad de Mortadelo para expresar sus diversos estados de ánimo cambiando de forma, asumiendo los más variopintos y disparatados disfraces... herencia tal vez de Sherlock Holmes y su habilidad para introducirse en los más diversos ambientes gracias al mismo recurso.
Afianzados lo suficiente entre el público lector y con la habilidad gráfica de Ibáñez en un momento culminante, los personajes son sometidos a un aparente lavado de imagen que, de entrada, suprime la "agencia de información" que rima en pareado con el título y traslada a jefe y subalterno a una red de espionaje, la TIA, parodia algo burda de la CIA americana y de las películas de James Bond o las series televisivas como El agente de CIPOL o Misión Imposible. Al parecer, poco importaba que en la misma editorial hubiera ya otro agente secreto, igualmente patoso pero muchísimo más experimentador y surrealista: Anacleto. El casting de la serie, hasta ahora reducido a los dos personajes, se amplía al superintendente Vicente, el típico exponente del principio de Peter que ya Ibáñez desarrollaba en series paralelas como Pepe Gotera y Otilio (desde 1966) o El botones Sacarino (1963), una inutilidad andante que basa en la autoridad y la violencia toda su supuesta gracia, y al Profesor Bacterio, especie de druida Panorámix calzonazos y torpón, cuyo físico da miedo, y cuyas continuas meteduras de pata y experimentos fracasados serán el móvil de las aventuras por resolver.
Con una más que casual inspiración en el estilo de Franquín (cuyo Spirou se mezcla con Gaston Lagaffe para dar vida al Botones Sacarino), Mortadelo y su jefe de los dos pelos dan el gran salto y se introducen en el mundo de las aventuras de 44 páginas que luego son recopiladas en álbum. Más o menos. Imposiciones editoriales, deseos de jugar sobre seguro o la incapacidad para guionizar argumentos más largos y complicados, hacen que las "nuevas" aventuras se presenten en segmentos de cuatro páginas, y que se estire al máximo un hilo lógico que poco tiene de complicado. En realidad, esas historias largas no son más que las sempiternas historietas cortas adosadas hasta conseguir la magnitud necesaria para colocarles dos tapas de cartoné blancas y lanzarlas al mercado. El sulfato atómico es la innovadora aventura que abre fuego, para ser seguida por otras como Contra el gang del Chicharrón o Valor y al toro. Hay algunos ligeros intentos de experimentación temática, pero muy pronto la serie se convierte en una pura fórmula de éxito cómodo que explora una y otra vez, hasta la saciedad, los mismos postulados simplones: caídas, equívocos, persecuciones, torturas, carreras, violencias son el pan nuestro de cada día de un universo desquiciado donde todo se resuelve por la tremenda.
Mortadelo es el primer personaje del comic español que se traslada al cine, en maratones de cortometrajes al estilo Tom y Jerry, muy populares entre la chiquillería cinéfila de la época. La animación es simple, las voces chirriantes, los guiones deslavazados. Pero el éxito de la serie es continuo, incluso fuera de nuestras fronteras (1).
El producto se convierte en una cadena de montaje, como ya había sucedido con El Capitán Trueno, y al final, como también sucediera con Trueno, el recurso acabaría abriendo un conflicto entre Ibáñez y Bruguera. Manos anónimas sustituyen al dibujante con las historietas "cortas" que en modo alguno habían abandonado el Pulgarcito original. Los planteamientos son los mismos, el humor igual de burdo, pero la resolución gráfica sigue estando a años luz de la de su creador. Los sustitutos no están a la altura de quien, gráficamente, es un maestro. Lástima que su capacidad como guionista se agotara tras las primeras aventuras (2).
No puede dejar de advertirse, en el desarrollo de la serie durante las décadas siguientes (cuesta trabajo hablar de "evolución") el deseo de Ibáñez de estar al día y reflejar una especie de crónica de la realidad contemporánea: Sucesivas olimpiadas, mundiales de fútbol, expos, roldanes y demás sucesos de la historia española son reflejados en las aventuras de sus más populares héroes. En cierto modo, Ibáñez podría estar pretendiendo hacer un comic de crítica social; títulos como "La Gomeztroika", "El atasco de influencias", "El quinto centenario", "La crisis del golfo", "Maastrich... Jesús", "La prensa cardiovascular" o "El pinchazo telefónico" así parecen sugerirlo. Pero el público infantil al que van destinadas las historias no parece el más indicado para tal intento. El humor grueso, las situaciones violentas repetitivas y la limitada capacidad de crítica válida del autor o del medio en el que Mortadelo y Filemón se mueven coartan ya de entrada cualquier intento satírico. Para que esa pretensión hubiera surtido efecto, Ibáñez habría tenido que tirar por la borda mucho del bagaje que ya llevaba a sus espaldas y haber apuntado hacia un público más adulto (como hicieron Vázquez y Raf con sus colaboraciones en El Papus y El Jueves). Instalado en el éxito, no es de extrañar que no supiera o no quisiera empezar de cero (3).
Inexplicablemente, como sucediera con el caso de BRAVO un par de años antes, la editorial deja languidecer a Gran Pulgarcito cuando la revista apenas lleva poco más de año y medio en el mercado. El protagonismo de las series francesas se reduce, Mortadelo y Filemón, consolidado su éxito, se convierten en secundarios. Gran Pulgarcito publica durante sus últimos números, posiblemente con el mismo éxito o más que antes, a pesar de su notable bajón de calidad, las "aventuras" de Félix Rodríguez de la Fuente, el televisivo odontólogo convertido en precursor de ecologista que ya empezaba a ser conocido como "el amigo Félix", hasta tal punto que el título de la revista se colapsa y pasa a ser, o a leerse al menos como FELIX el amigo de los animales, Gran Pulgarcito edición especial. Las portadas, hasta entonces dedicadas a historietas, se convierten en anuncio de las historias con animales que esperan en el interior, e incluso una foto del malogrado profesor comparte el logotipo.
El interior es desigual. Historias donde Félix tiene una participación secundaria (donde los protagonistas "cuentan" al profesor sus historias o éste las relata a su vez a los lectores), y en las que se potencia el parecido físico con el personaje real y la plasmación más o menos adecuada de los animales protagonistas, sean leones, tigres o elefantes. Presentadas como "una realización de Jesús Durán", cuya firma adorna al menos las portadas, las aventuras se deben a varios dibujantes, entre los que destacan Usero y J. Peña, corriendo la "adaptación literaria" a cargo de E. Sánchez y Pascual.
Mayor nivel gráfico, de la mano de L. Blasco y siempre con Félix Rodríguez de la Fuente como hilo conductor, tiene la otra serie complementaria, "Gran Fauna", donde en cuatro páginas se presentan al lector datos y curiosidades de los animales tratados, sin la excusa de la aventura exótica de por medio.
Quemada una etapa, Gran Pulgarcito desaparece del mercado tras 84 números, sin dar más explicaciones. Pero la fórmula Bruguera dista mucho de estar agotada. Pocos meses más tarde aparece el relevo con Mortadelo.
NOTAS
(1) Sorprende que la más reciente adaptación animada televisiva de Mortadelo y Filemón, dejando a un lado su cuestionable calidad, no haya despertado las iras de los padres respecto a su violencia, máxime en un periodo en que las sensibilidades están a flor de piel aunque las tintas se carguen contra las series animadas japonesas.
(2) La enorme maestría para el dibujo y el chiste gráfico de Ibáñez queda bien patente en las portadas de revistas como Super Mortadelo o los álbumes de la colección Olé, donde la controlada acumulación caótica de detalles (casi siempre en los disfraces de Mortadelo) indica una capacidad para el humor absurdo que ha sido pasada por alto en los comics.
(3) Cuando Bruguera desaparece y los derechos de los personajes quedan en el aire, el dibujante tiene que empezar de nuevo. Contrariamente a Vázquez o Raf, que exploran nuevos caminos en el humor para adultos e incluso adoptan pseudónimos (Sappo y Dino respectivamente), Ibáñez crea unos nuevos personajes como Chicha, Tato y Clodoveo, de profesión sin empleo o 7 Rebolling Street que retoman o parafrasean sus creaciones anteriores, aportando bien poco a la trayectoria del autor hasta la recuperación de sus títulos clásicos y emblemáticos.
Comentarios (20)
Categorías: Historieta Comic Tebeo Novela grafica