De Francia no sólo llegaban anhelos revolucionarios o turistas liberadas siguiendo la pista de toreros o flamencos. Desde hacía casi una década una revista consolidaba los conceptos del comic franco-belga con su apuesta por el humor y la aventura a partes iguales. René Goscinny, en series como Oum-pah-pah o Astérix, y Jean-Michel Charlier guionizando Michel Tanguy, Fort Navajo o Le Démon des Caraïbes, parecían haber dado en el clavo con su revista Pilote, un semanario destinado a todos los públicos en el que los comics habían ido adquiriendo cada vez un protagonismo más importante. El difícil equilibrio entre un guión sólido y serio, culto, y un dibujo bien acabado y atractivo, a menudo en color, parecía a este lado de los Pirineos algo todavía muy difícil de conseguir. Y aunque a partir de ese mismo 1968 que nos ocupa, como consecuencia del mayo francés, Pilote experimentaría una serie de cambios internos que lo alejarían del clasicismo y conservadurismo formal de sus historias y abriría la puerta a una serie de autores y propuestas que aún tardarían una nueva década en ver su publicación en España (todavía quedan muchas de ellas inéditas en nuestro país), lo cierto es que la influencia de Pilote en el mercado hispano sería decisiva a la hora de configurar el panorama tebeístico y ayudaría, de paso, a encumbrar como única editorial de importancia a Bruguera.
La tradición de revistas de comics se remonta en nuestro país a títulos míticos como Chicos, Leyendas, El Aventurero o Flechas y Pelayos, todas ellas enmarcadas en el ámbito inmediatamente anterior o posterior a la guerra civil. Desde mediados de los años cincuenta, apenas un título parecía consolidado en el mercado, Pulgarcito, semanario dedicado casi íntegramente al humor aunque en sus páginas hubieran aparecido personajes como El inspector Dan o El Capitán Trueno, tras la desaparición de otro título emblemático como fuera El Campeón. En 1968, la revista Gaceta Junior abre un frente ya explorado por la paupérrima versión hispana de Tintín, con la que acabaría por fusionarse, publicando material franco-belga (Dan Cooper, Michel Vaillant, Los Franval, Anna), algunos interesantes autores españoles (Carlos Giménez con su Dani Futuro o Carrillo con sus tarzanes de segunda fila como Sambhur, o El Tiburón, uno de sus muchos aventureros tropicales que, también en ese mismo año y en otros países más dados a experimentos, llegarían a su culminación creativa con Hugo Pratt y su Corto Maltese) y las típicas curiosidades y pasatiempos de toda revista infantil que se preciara en esos años. Una pequeña parte del material de Pilote se publica directamente en álbum: Michel Tanguy y Astérix, todavía sin convertir en el fenómeno de masas de años después, ven editadas sus primeras aventuras en España por Editorial Molino, logrando un impacto mínimo.
La adquisición por parte de Editorial Bruguera de los títulos más significativos de la escudería Pilote coincide con un movimiento de expansión de sus tebeos en el mercado. Olvidados los cuadernillos de aventuras cuyo ámbito ha dominado con series como El Cachorro, El Capitán Trueno, El Jabato o El Cosaco Verde, Bruguera vuelve la vista hacia el mercado infantil, quizás porque la censura y sus caprichosos requerimientos (1) hacía inviable en esos instantes nuevas incursiones en el terreno de lo heroico. De este modo, Bruguera potencia su línea de tebeos semanales, de los que el mencionado Pulgarcito ha sido hasta entonces adalid, y llega a reconvertir otros títulos, alguno dedicado a un público todavía más pequeño con la adaptación de series televisivas como la popular familia Telerín o Topo Gigio (caso de Din Dan), y otros con cierta aureola de revista más "adulta" y "picante" al estilo Can-Can (como si esa entelequia hubiera sido en realidad posible en una España mojigata y encorsetada), cual era el caso de El DDT.
En lugar de publicar una versión literal de Pilote, algo quizá imposible, Bruguera realiza una maniobra de fragmentación que amplía el atractivo de los títulos de la casa. Sin embargo, el ingente material publicado en Francia desde 1959 y su innegable calidad hacen que haya que crear un nuevo título que albergue a lo más florido del material francés. Nace así BRAVO, un semanario que acoge series francesas como Fort Navajo (embrión de las aventuras del luego famoso Lieutenant Blueberry) del todoterreno Charlier y un inexperto Gir; Aquiles Talón, de Greg; Michel Tanguy (2), de Charlier y Uderzo, que ocupan la parte en color de la revista a razón de serializaciones de cuatro páginas (dos o una en el caso de Talón, obviamente), siguiendo siempre el estilo original galo.
La otra mitad del título reposa en manos españolas. Galax el cosmonauta, con guiones del sempiterno Víctor Alcázar y magníficos dibujos de Fuentes Man, sigue la línea francesa y es presentada, también a color, con aventuras de "continuará". Galax es una serie a caballo entre Jeff Hawke y Flash Gordon, una historieta de ciencia ficción "realista" que ya tenía algún precedente hispano en Víctor, héroe del espacio o Vendaval, el capitán invencible, y que se asemeja levemente, en cuanto a composición del cuarteto protagonista, a los Fantastic Four, casi como si se tratara de una derivación de lo que habría sucedido al equipo de astronautas americanos si no hubieran conseguido los superpoderes que luego darían pie a todo un universo de cuatricomía. La bella poesía inherente a las historias y el buen hacer del dibujante convierten a esta serie, hoy semidesconocida, en uno de los momentos más interesantes del comic español comercial de los años sesenta. Resulta inexplicable que no haya sido reeditada nunca.
Menos atractivas desde un punto de vista gráfico, pero compartiendo estrellato sin ningún tipo de complejos con los personajes franceses, son las demás series que convirtieron a BRAVO en un título inaudito en el mundillo español del tebeo, en tanto que estaba dedicado en un noventa por ciento a historietas de aventuras: Grand Prix, de R. Martín (uno de los pseudónimos de Víctor Mora) y Spadari, que exploraba el difícil mundillo de las carreras de coches; Los comandos de Africa, de Martínez Osete sobre guiones de C. Valle (otra vez Mora), una especie de cruce entre la Patrulla de la Jungla de The Phantom y los cascos azules de la ONU. Ambas series serían publicadas con historias cortas autoconclusivas. La parte del humor hispano quedaba representada, y muy dignamente, con Topolino, del genial maestro Figueras, y las locas correrías de La familia Trapisonda, un grupito que es la monda, de Ibáñez. Las portadas, siguiendo la línea de los primeros Pilote, estaban ilustradas por Edmond y hacían alusión al contenido, aunque a mitad de la andadura de la revista, quizá por la popularidad conseguida por Blueberry, serían directamente las planchas de las aventuras del teniente de caballería (El águila solitaria) las que coparían la primera plana, con alguna aparición esporádica de páginas de Michel Tanguy.
Durante casi un año, 46 números, BRAVO se convierte en un título indispensable. Sin embargo, en los últimos tiempos de su corto periodo de vida algo se tuerce. Las series españolas desaparecen. Las francesas, también, dejando en suspenso en casos como Blueberry o Michel Tanguy la continuación de los álbumes El jinete perdido y Cañón Azul no contesta, quizá debido a las secuelas organizativas que el mayo revolucionario creó en la editorial de origen. En sus últimos números BRAVO se convierte en una revista dedicada a ser todo lo contrario de lo que antes era: historietas humorísticas de interés menor, reliquias en muchos casos rescatadas de Pulgarcito, ocupan sus páginas. Visto el desinterés de la empresa editora en renovar el contenido, la revista cierra.
El resto del material Pilote que bien podría haber sido incluido en las páginas de BRAVO, la temática aventurera de El demonio del Caribe, esa magnífica y rocambolesca serie de piratas de Charlier y Hubinon, y la humorística parodia del chauvinismo desde dentro del chauvinismo que es Astérix, de Goscinny y Uderzo, serían publicadas en DDT y Din-Dan. Si bien la segunda de estas series ganaría pronto fama y gloria en el mercado patrio con su publicación en álbumes y su trasvaso a otros títulos de más importancia por venir (Gran Pulgarcito, Mortadelo), las aventuras del pirata Barbarroja y su hijo Eric pasarían casi desapercibidas y apenas gozarían del favor que se merecen, siendo como son precursoras de los hallazgos narrativos de Blueberry años más tarde (la prisión, la huida, el vivir fuera de la ley, etc), de ahí que una iniciativa ya muy posterior de publicar esas historietas en forma de álbum (Glénat, 1995) haya acabado en fracaso (3). La injusticia parece una constante en el mundo del comic en España.
El movimiento expansivo de Bruguera, tras la repartición del material Pilote de éxito asegurado, empieza también a basarse en la producción de una serie de autores de la casa que ven aumentadas sus historietas de humor de una a dos páginas. Es, sobre todo, el primer gran momento de Francisco Ibáñez, uno de los dos monstruos creadores de la editorial (el otro, sin duda, es Manuel Vázquez), que explota su habilidad para exagerar situaciones en la mayor parte de los títulos: Pulgarcito, DDT, Din Dan, Tío Vivo. Es el momento de la potenciación de Pepe Gotera y Otilio, La familia Trapisonda, El botones Sacarino, Rompetechos, 13 Rue del Percebe y, sobre todo, Mortadelo y Filemón. Posiblemente, cualquiera de estas series habría podido dar el salto y convertirse en un boom prefabricado a poco que se les diera más cancha, sacándolas de la página o la doble página en que se desarrollaban sus simplistas historias. La popularidad de todas ellas parecía probada. Sin embargo, fue la pareja formada por el histriónico Mortadelo y su malhumorado jefe quien se llevaría el gato al agua.
NOTAS.
(1) La censura no sólo prohibiría unas relaciones amorosas que, de todas formas, ningún autor iba a atreverse a mostrar, sino que también alcanzaba cotas delirantes con la prohibición de mostrar armas. Resulta ridículo ver cómo en los últimos episodios de El Guerrero del Antifaz las peleas se desarrollan con espadas y puñales borrados o jamás dibujados, a pesar de las poses inequívocas de los personajes. Los superhéroes americanos, sobre todo Supermán, hacía tiempo que habían sido prohibidos en la España franquista pues se consideraba al personaje fascista (?)
(2) BRAVO publicaría las aventuras de Michel Tanguy a partir del cuarto álbum, La escuadrilla de las cigüeñas, si bien la segunda historieta serializada, una vez terminada la primera, volvería al tercero con Peligro en el aire. Los dos primeros álbumes, Escuela de águilas y Por el honor de la bandera habían sido publicados ya por Molino. Se da la circunstancia de que las aventuras de Tanguy y Laverdure extienden su popularidad a todo el mundo cuando la firma Dassault lanza sus Mirage III-C, de los que la serie será en todo momento ardiente propagandista.
(3) Tal vez el hecho de que las aventuras de Barbarroja y sus fuera de la ley no sean en nuestro país todo lo populares que por su calidad merecen se deba a que en muchas de las aventuras, situadas en el Caribe colonial, los personajes españoles sean presentados como villanos con características absolutamente negativas. Las secuelas de la leyenda negra siguen pesando a ambos lados de los Pirineos.
Comentarios (11)
Categorías: Historieta Comic Tebeo Novela grafica