Un año antes de que los sueños de toda una generación acabaran bajo los pisotones de Neil Armstrong, su predecesor como héroe y símbolo de la carrera espacial, Yuri Gagarin, moría en accidente al probar un nuevo prototipo de avión. En el resto del planeta los acontecimientos parecían conchabarse para hacer de esa fecha uno de los años más importantes y emblemáticos del siglo veinte: En el lapso de apenas dos meses, Martin Luther King y Robert Kennedy caían asesinados, dando paso libre a la proclamación de Richard Nixon como presidente del país más poderoso del mundo y sepultando la cara más liberal de una década de tumultos y experimentaciones no siempre provechosas. Para sorpresa y decepción de sus seguidores, Jackeline Kennedy se casaba con Aristóteles Onassis y renunciaba a verse convertida en la perpetua viuda de América. Morían León Felipe, Menéndez Pidal, Giovanni Guareschi y John Steinbeck. Las olimpiadas de México se saldaban con una matanza indiscriminada en la plaza de las Tres Culturas, en Vietnam del Sur se sobrevivía o no a la Ofensiva del Thet, la primavera de Praga tenía pronto final con la invasión soviética a finales de agosto, y en París un puñado de obreros y estudiantes ponían en jaque al gobierno y al establishment con una acción que por sí sola ha querido acaparar las revisiones de ese año.
En España, quienes no hicieron una escapadita a las barricadas para luego deleitar a sus nietos con sus andanzas revolucionarias asistían algo atónitos a la independencia de Guinea Ecuatorial el mismo Día de la Hispanidad, o a la negativa de Joan Manuel Serrat a cantar una balada tartamuda e infumable en el entonces renombradísimo Festival de Eurovisión y su sustitución in extremis por Massiel, quien se alzaría con el triunfo para estridencia del régimen y pavor de catalanistas. Manolo Fernández, el teclista del grupo más moderno y exótico del panorama musical hispano, "Los Bravos", decidía morir de amor y poner fin a su vida de un disparo. ETA empezaba a matar, y el diario Madrid vivía una serie de cierres y sanciones que acabarían con su voladura literal poco más tarde. Las revueltas estudiantiles en oposición al régimen se solucionaban con los cierres de las facultades, la pérdida de derechos de matrícula y exámenes a los alumnos y la suspensión a los profesores. Nacía el infante Felipe de Borbón-Grecia. Bonnie & Clyde, West Side Story (estrenada con los diálogos doblados con varios años de retraso), 2001 Odisea Espacial, El planeta de los simios eran las películas del momento. Hacía tiempo que la televisión se había asentado como indiscutible reina y señora de los hogares españoles.
En el campo del comic, en 1968 desaparecía El Capitán Trueno, y con él toda una forma de entender los cuadernos de aventuras que marcaron una época.
Con guiones de Víctor Mora, que firmaría su trabajo con el ubicuo pseudónimo de Víctor Alcázar, y dibujos de Miguel Ambrosio Zaragoza, el inimitable Ambrós, El Capitán Trueno, creado en 1956 para la Colección Dan de Editorial Bruguera, apenas se distinguía en factura y hechura de la pléyade de cuadernitos apaisados que invadían los kioscos con mayor o menor fortuna desde el final de la Guerra Civil y aspiraba a imitar el éxito ininterrumpido (y, para generaciones posteriores, inexplicable) de otras series ya maduritas como El Guerrero del Antifaz o Roberto Alcázar y Pedrín.
Sin embargo, a pesar de seguir aparentemente una tradición importada de Italia y fijada desde hacía más de una década en el tebeo español de aventuras, El Capitán Trueno partía con una serie de elementos que lo diferenciaban claramente de los otros títulos. Inspirado posiblemente en el físico de Gary Cooper en Las aventuras de Marco Polo, Trueno se presenta como un héroe en estado puro, noble, idealista, sincero y amigo de sus amigos. Mientras la venganza siempre insatisfecha o el melodrama de nunca acabar, retorcido y rebuscado, fueron el leit motiv de las series más emblemáticas del pasado (baste repasar la lista de los sufridos personajes de Manuel Gago, llámense Purk el Hombre de Piedra, El Mosquetero Azul o El Pequeño Luchador), El Capitán Trueno, de quien jamás sabremos nombre o apellidos, ni origen siquiera (1), no necesitará para justificar sus acciones más que la intervención de la casualidad y el hecho de recorrer el mundo en un improbable globo de nulo aspecto aerodinámico, o en barcos capaces de trasladar al héroe y sus comparsas de un extremo al otro del planeta sin que sean necesarias más manos que las del trío protagonista (2).
Trueno no es un precursor del psico-héroe, como hasta cierto punto pudiera serlo El Guerrero del Antifaz, sino un caballero andante que como tal se guía y nos guía por unas muy claras leyes éticas que, pese a todo, la censura se encargaría de domesticar con el paso de los años. Sus dos compañeros, el gigante tuerto Goliath y el adolescente Crispín suponen un contrapunto perfecto al hidalgo de recta moral que es el Capitán. En el pasado, el héroe del tebeo español ha sido un solitario (Doctor Niebla, Silver Roy) que apenas se relaciona con un mundo que no comprende y que, quizás, no le interesa, o en efecto cuenta con unos secundarios (El Capitán Misterio, El Guerrero del Antifaz) que nada añaden a la historia o que sólo sirven para embrollarla. Trueno, Crispín y Goliath (y en menor medida Sigrid, que sin ser ni mucho menos una mujer liberada está a años luz de la condesita Ana María y otras dignas heroínas del tebeo hispano) son una piña indivisible que asegura el humor, la ingenuidad, la acción, la peripecia. El sentido del peligro inminente, y el cliffhanger continuado que es norma de los cuadernos de aventuras no se diluyen con la creación de un héroe con un código de conducta intachable, ni siquiera cuando, andados los años, el Capitán encabece revoluciones campesinas (su especialidad a la hora de desfacer entuertos) a golpe no de hoz y martillo, sino de plagas de puercoespines.
Todo parecía novedoso en la presentación del personaje: Un entorno exótico y real, la Tercera Cruzada, con la aparición como secundario de lujo nada menos que de Ricardo Corazón de León; cálices de plata donde no es aventurado rastrear influencias del Santo Grial; piratas vikingos y abordajes en mitad de la tormenta, circos en plena jungla, caníbales, trasuntos del ku-klux-klan en los señoríos españoles, magos con nombres de resonancias artúricas, el cambio brusco de escenario propiciado por el globo casi mágico que arrastraría a los personajes a la Gran Muralla China, a una lucha a puñetazos con Genghis Khan o a encontrar en el Tibet una raza de monstruosos hombres primitivos con sus sacrificios humanos al dios de las llamas...
No resulta complicado rastrear en esos primeros episodios del personaje las influencias de los grandes clásicos del comic, desde el Tarzán de Harold Foster en todo lo relativo a África y el coliseo en la selva, al combate entre los enmascarados Flash Gordon y el príncipe Barin en el Torneo de la Muerte de Mongo, y que revivirían Trueno y Goliath en su primera aventura en China, hasta la más evidente de Príncipe Valiente, dado su entorno medievalista: el gran pulpo en la mazmorra, la lucha de los pretendientes por la mano de la hermosa Sigrid, quien de ser hija de un pirata acaba por revelarse como heredera del trono de Thule, tierra natal de Valiente, para ocupar en la serie un papel semejante al de la reina Aleta (3).
La frescura en el tratamiento de personajes y aventuras, junto con el altísimo nivel gráfico impuesto a la serie por el maestro Ambrós justifican su éxito. Reediciones, aparición en las páginas centrales de Pulgarcito, una nueva revista con su nombre (El Capitán Trueno Extra), recortables, clubes Trueno, novelas, incluso la comercialización de muñequitos (una circunstancia inimaginable en la España de los sesenta... impensable todavía en la España de hoy), y sobre todo la influencia en una nueva hornada de títulos, alguno de ellos guionizados por el mismo Víctor Mora: El Jabato, El Cosaco Verde, El Sheriff King...
La estilización de una tradición tebeística acabó por crear un planteamiento estereotipado y viciado, otra fórmula. Es sabido que Ambrós acabaría por ser sustituido por otros autores, Beaumont, Angel Pardo, Martínez Osete o Fuentes Man, y que en una maniobra tan cutre como cochambrosa se acabaría recortando y pegando sobre dibujos extraños los físicos dibujados por el maestro valenciano, para lograr una pretendida unidad artística, tan zafia como aberrante. También Víctor Mora se vería sustituido en ocasiones en la creación literaria de las historias. El Capitán Trueno producía dinero, y es sabido que las editoriales, en una época en que ni siquiera se cuestionaban los derechos de autor, van siempre a tiro fijo, caiga quien caiga.
Los condicionamientos de mercado, las imposiciones editoriales, la misma censura que añoña y simplifica los ya de por sí sintéticos planteamientos del tebeo, terminan por pasar factura. Las situaciones se repiten, el humor simplón acaba por hacerse insoportable, los malos dejan de ser individuos peligrosos para convertirse en estereotipos ridículos, la habitual verborrea del Capitán o de sus compañeros ya nada añade a unas historias cuyo final feliz no sólo se adivina de inmediato, sino que parece el camino obligado para terminar cuanto antes. Aún peor, esos mismos defectos producidos por el cansancio o la desilusión se repiten casi sin variantes en todos los otros personajes epigónicos nacidos al socaire del éxito de Trueno, sin que a veces los diferencie más que un leve cambio de entorno físico o histórico. Por otra parte, la televisión no tiene ya rival: Un nuevo tipo de héroe ha invadido el mercado juvenil: a los músicos pop en alza se añaden El Santo, el apuesto Troy Donahue de Rompeolas o cowboys como El Virginiano, Bronco o Cheyenne; incluso las marionetas de las series británicas como Los Guardianes del Espacio son más novedosas e interesantes que unos familiares personajes de papel que no pueden o no saben ponerse al día (4). Por eso, a pesar de momentos esporádicos de lucidez (la aventura del gigantesco ajedrez mecánico, la trama del malvado Pulpo y su desconocida identidad, la aparición de los vikingos prehistóricos, el rapto de Sigrid por parte de El Halcón y su huida a América, en un nuevo guiño al Príncipe Valiente), y al buen hacer de Angel Pardo o Fuentes Man, El Capitán Trueno es un tebeo que ya no tiene sitio en el panorama español... o eso parece.
En 1968, después de doce años de aparición ininterrumpida en los kioscos, Trueno cesa su andadura. No parece haber un título capaz de sustituir al héroe de héroes. ¿O sí lo hay? A las continuadas reediciones del personaje se suma ahora un movimiento original: la reedición por primera vez en color. Con TRUENO COLOR, la serie que le sustituye apenas un año más tarde, el personaje acaba siendo heredero de sí mismo. Con las páginas remontadas a formato vertical, rotulación mecánica y dibujos y textos censurados para estar acorde con los tiempos más light de un régimen que en otros campos pretende simular una apertura, la magia del héroe creado por Ambrós y Víctor Mora continuaría encandilando a los lectores españoles durante las décadas de los setenta y ochenta (5). Y lo sigue haciendo hasta nuestros días.
NOTAS:
(1) Una de las novelas del personaje publicadas durante los años sesenta le adjudica un origen aragonés, en base a su tozudez. El levísimo toque izquierdista que pudiera achacársele al Capitán quiso ser reforzado en una historieta publicada en Historia de los comics (Toutain editor, ya en 1984), donde prácticamente se le convierte en revolucionario adalid de causas proletarias y se menciona a un supuesto hermano (jamás presentado antes) a quien el héroe cede todos sus derechos de sucesión, pues Trueno no desea vivir "como un parásito a expensas del sudor y la sangre de los siervos". El revisionismo histórico tampoco ha impedido que el escudo que el Capitán luce en el pecho, tres franjas que en las portadas de los cuadernillos solían mostrarse con los colores rojo y amarillo de la bandera española, hayan acabado por mutarse en las cuatro barras de la senyera catalana.
(2) En los primeros números, cuando todavía parecía imponerse un estilo más realista, El Capitán Trueno sí contaba con una tripulación propia que sucumbió a manos de los nativos africanos tras un naufragio. Después de llorar durante una viñeta la muerte de sus compañeros ("Nuño, Pablo, Diego"), Trueno pareció decidir ahorrarse los jornales de nuevos marineros y reducir su tripulación al mínimo de tres indispensable.
(3) Podría verse una influencia muy tardía de un personaje norteamericano, DOCTOR DOOM, en uno de los villanos de las postrimerías de la serie, EL CONDE HIERRO, un individuo enmascarado y forrado de metal con un físico coincidente con el enemigo de los Fantastic Four.
(4) Mucho se ha hablado de convertir las aventuras de El Capitán Trueno en película primero, y en serie de televisión después. La explicación dada a que nunca se haya realizado, el hecho de que los personajes apenas sean conocidos fuera de España, condición casi sine qua non para su comercialización, parece entrar en contradicción con el hecho de que otra serie de éxito probado internacionalmente, CURRO JIMÉNEZ, adaptara a la pantalla pequeña muchísimos de los planteamientos creados por Víctor Mora para Trueno.
(5) Curiosamente, Editorial Bruguera ignoró el trabajo de Ambrós a partir de la segunda de sus muchas reediciones en color, quizá debido al pleito existente ya entre los autores y la empresa, por lo que el título TRUENO COLOR puede encontrarse con numeraciones distintas. Sólo a principios de los 80 se publicaría un pequeño álbum en tapa blanda y rotulación original con los primeros números del maestro valenciano. La "Edición Histórica" de Ediciones B sí incluye todo el material primitivo, a partir de la primera historia, reuniendo dos números del original Trueno Color por cada entrega y heredando de paso sus múltiples defectos. Las ediciones piratas y el reconocimiento de los derechos de autor a Víctor Mora impulsan, por una parte, una reedición facsímil y la creación de nuevas aventuras del personaje que se comentarán más adelante.
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