las faldas de la luna
Fue cuando Torre aprendió a leer por segunda vez, después de que Kid Levante le borrara toda la juventud de un puñetazo a mala idea y peor suerte. O sea, allá por los setenta, cuando él era un chavalito lleno de sueños que ahora no era capaz de imaginar siquiera. A la puta calle, a la casilla de salida, como si le hubieran legrado el coco: ni su nombre sabía, y hablar a lo justito. Se le olvidó leer y escribir y el nombre de las calles y las canciones que cantaban Los Brincos o Machín; por cosas extrañas, no se le fue la memoria corporal, o sea, como quien dice, el recuerdo de cómo se lanza un gancho de izquierda, ni cómo se faja un puñetazo, ni el juego de piernas uno dos uno dos para evitar que te vuelvan a romper en pedazos la ternilla, ni otros gestos y otros movimientos de peleas cuerpo a cuerpo que daban más gustirrinín, como la filomatic.

Pero se le olvidó leer, joé, o sea, que si le hubiera gustado, un poner, El Capitán Trueno o El Jabato de chico ahora enepei de si uno era romano o el otro rey vikingo, y lo mismo le daba que Marcial Lafuente Estefanía escribiera del oeste o Corin Tellado de amores con niñas pijas. Todavía, eso vendría luego, no había descubierto las novelas de marcianos de A. Thorkent que tanto le iban a entretener las décadas que vendrían.

Como se le olvidó leer, tuvo que empezar de cero, como el que empieza a cambiar el alicatao del cuarto de baño y al final se le cruzan los cables y dice esta ducha ya no pega, vamos a poner una bañera, y los grifos están más negros que los cojones de un grillo, a cambiarlos también. Y el lavabo, y el váter-váter, y ya puesto también los apliques y ponemos un bidé, que es una cosa mu fina pa lavarte los pies de la arena de la playa mientras te tomas tu cervecita a las tres de la tarde. O sea, como un poyaque, pues eso mismo: que no tuvo más cojones que aprender a leer, los números, su poquito de geografía (que nunca se le dio bien y no había más que verlo, que se perdía por carretera yendo de Cadi al Puerto), su mijita de historia, que lo mismo de ahí le vino la pasión por las fotos antiguas que compraba en la plaza o al gitano de la calle Sacramento, y hasta, fíjate tú, literatura.

Las cosas de la Chiruca, o sea, de la seño que le tocó en suerte, todas las tardes de cinco a siete menos los viernes, que se escaqueaba para hacerle algún apaño a Pepito Fiestas o a buscarse la compañía de algún guayabo en dura competencia con los quintos de allí de los cuarteles de Varela y los pelones de la Carraca. Buena gente, la Chiruca, con su poquito de morbo y to, la nariz respingona y la barbilla así como un poquito pa fuera, como una bruja buena que le enseñó de pronto que España limita al norte con el mar Cantábrico y los montes Pirineos que nos separan de Francia y que cinco por una es cinco cinco por dos son diez y que en un lugar de la Mancha vivía un nota que estaba como una regadera y cada dos por tres se quedaba sin dientes y sobre todo que la luna vino a la fragua con su polisón de nardos y un niño la miraba en plan morsegón mientras a lo lejos sonaba el yunque y la fragua que Paco Alba sacaba por aquellas fechas con aquel pedazo de comparsa donde él fue de postulante, Los Forjaores: cuando escucho el cante de alguna sonata...

A poquito a poco le cogió Torre gusto a aquella cosa de los versos de los guardiaciviles y los caballos que iban patrás y los gitanos de color verde y las señoritas del abanico y las mozas que tenían marío sin decirlo. Un poquito más de trabajo, sí, le costaba aquello de la aurora de Nueva York y las cuatro columnas de cieno, imaginaba que porque no había estado nunca en Nueva York, pero tampoco había estado en Córdoba que era verdad que estaba mu lejos, aunque imaginaba que allí alguien habría, digo yo, y a la hora de bañarse él nunca había ido a ningún río, que pa eso prefería la playa de Santa María del Mar y los chapuzones desde lo alto de la Piera Barco. Total, que allí lo tenías, leyendo el Romancero Gitano y el Poema del Cante Jondo y el Llanto a la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, que no quiero verla, justo en la época en que en Cadi decidieron, por los fusilamientos a lo mejón, dejar que la plaza de toros que estaba allí cerquita de su casa se terminara de ir cayendo y se fuera pa más pallá del carajo.

Y como en el fondo le daba corte que lo vieran allí, un tío hecho y derecho con pelos en los huevos y la vida borrá como si hubiera salido de un cascarón antié mismo, no pudo dejar de bromear con Pepito Fiestas que, joé, lo que le faltaba, con los tiros que tenía daos y ahora le había dado por leer mariconadas. Y Pepito Fiestas le dijo a ver trae pacá y vio el librito, que estaba gastado de tanto manoseo, y hasta subrayado en algunas partes, que lo había regalado la Chiruca por ver si lo enviciaba en la lectura (cuando quien lo envició de verdad sería, ya luego, A. Thorkent con sus novelas de marcianos), y en cuanto vio el título asintió así muy serio con la cabeza y dijo que claro, si precisamente lo habían fusilado por eso, por maricón, cuando la guerra, y Torre se quedó a cuadritos, porque joder lo que son las cosas, anda que no hay motivos pa matar a la gente, pero que uno fuera mona, pues como que no le entraba en el molondro. Con la de siesomaníos que hay sueltos por el mundo, ya hay que tener mala leche para querer joder en el mal sentido de la palabra a otra persona sólo porque le gusten los tíos y a ti no, carajo, que ya lo que faltaba es que algún día se enterara de que un grupito de hijoslagranputa se quisieran cargar al Mena, el mariquita del refino de la calle Brunete, el de la Montesa, ná más que porque tenía más venas que una caja de huevas, con lo gracioso que era el chavea, y lo bien que cantaba por Raphael, que era otro que tal a lo mejor, pero con tol arte del mundo.

Y por más que pensaba aquella confesión que le hizo Pepito Fiestas así a media voz, que en aquella época todavía no se podía largar ni a nadie se le había ocurrido escribir el tango de los dedócratas, mientras repasaba el libro y adivinaba los gustos de la Chiruca en los subrayados de algunos poemas, se dio cuenta de que bueno, vale, a lo mejor a aquel hombre, a Lorca, a quien luego todo el mundo iba a llamar Federico como si hubieran tomado café juntos (y a lo mejor leer sus libros era como tomar café toda la vida, qué sabía él, si de esas cosas no entendía ni la media), lo habían matado por maricón, como mataron a tanta gente, en la plaza de toros misma, por ser zurdo o ser masón o ser alto o ser del otro bando o pensar de otra manera, por rencillas personales disfrazadas de ideales políticos que se podían ir todos al carajo al ritmo de mambo, cagoenlamá, cachienlosmengue, pero pa él que lo habían matado por ser diferente pero de otra manera, independientemente de que le gustara empujar o que lo empujasen. Torre se dio cuenta de que lo habían matado los mediocres, como el que rompe un espejo pa no verse las verrugas y se afeita a ciegas la vida entera, porque hay quien no es hombre para aceptar que hay quien nace para caracol y quien vuela a las faldas de la luna.

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Comentarios

1
De: RM Fecha: 2006-08-18 11:52

Hace 70 años.

Me embarcó Teye en un acto a celebrar el lunes, para que hiciera cualquier cosa. Lo mismo leo este relatito improvisado esta mañana.



2
De: Zifra Fecha: 2006-08-18 15:54

fuuuu...

Gracias

¿Donde es lo del lunes?



3
De: RM Fecha: 2006-08-18 16:49

Plaza de Mina, delante del museo, nueve y media.



4
De: V. Fecha: 2006-08-18 22:13

Sí señor, enhorabuena.



5
De: Alfred Fecha: 2006-08-18 22:15

Hombre, el bueno de Torre. Ya se le echaba de menos por aquí, ya.

Un saludo.



6
De: Alfred Fecha: 2006-08-18 22:42

Y con permiso del anfitrión, como siempre, ahí queda el hermoso pasodoble que Luis Ripoll le dedicara a Federico García Lorca en el año 1998 con su comparsa "La Barraca", en la que precisamente venía a representar el célebre teatro de títeres fundado por el poeta granadino:

La luna gira en el cielo
sobre las tierras sin agua;
mataron a Federico, mataron a Federico;
cinco de la madrugada.
Yo me subí a un pino verde a ver si los divisaba;
el aire trajo la muerte del poeta de Granada.
En el café de Chinitas, entre Paquiro y Frascuelo,
y mirando fijo al cielo,
intentaba brindar por tí.
Un muñeco, yo sólo soy un muñeco,
que ha quedado en su Barraca con cien años de recuerdos.
Por los teatros del mundo, entre romances y cantes,
y entre aromas de canela,
siguen tus Bodas de Sangre,
siguen tu Bernarda Alba y Marianita Pineda.
Que yo me la llevé al río, creyendo que era mozuela,
pero terminé llorando con Rosita la soltera.
Preciosa tiró el pandero y buscó sin descansar
al Antoñito el Camborio para decirle al oído
que se llevan al poeta, que llevan a Federico
para enterrarlo con sus poemas, para su pluma borrar.
Verde que te quiero verde, verde viento verde rama,
siempre sonarán los versos del poeta de Granada,
al que rompieron el alma, al que rompieron el alma,
al que rompieron el alma una oscura madrugá.

Un saludo.



7
De: AMS Fecha: 2006-08-19 18:39

Emocionante y es que Torre es un gran hombre, si señó.
A ver cuando se encuentra cara a cara con A. Thorkent, y se pone a discutí con él de política :)



8
De: Vicente73 Fecha: 2006-08-20 23:15

Rafa a ver si el lúnes me acerco. ¿Eso que es en la calle?



9
De: RM Fecha: 2006-08-21 00:39

Creo que sí, delante del museo.