Reconozco que no salgo de mi asombro. Que vivo instalado en el pasmo, la pura idea de que vivo sin haberme dado cuenta en un universo alternativo, dentro de una máquina de realidad virtual, personaje de Philip K. Dick dominado por medicaciones y trastornos bipolares. Pero resulta que no: hay vida más allá de mis narices, lo que pasa es que se camufla como el Predator o yo tengo que revisarme la vista.
Antes de que se me empiece a escandalizar nadie, a tergiversar lo que yo vaya a escribir en este artículo, a acusarme de endiosamiento o de caduco: bienvenidos sean. Todos. Cuantos más seamos, mejor. Ahora y siempre. Vive la diference y la competence. Arrieritos somos y en el camino nos encontraremos. De la cantidad, lo hemos dicho toda la vida, saldrá la calidad.
Pero verán ustedes, uno creía que formaba parte no de una elite (risas de lata aquí, plis), sino de un grupo de pobres diablos que escribíamos ciencia ficción, fantasía, terror (eso que yo vengo llamando literatura fantástica por darle una pátina de culturilla al asunto) y que nos habíamos quemado los pelos de las piernas en el humo de cien batallas, desde hace treinta años algunos (otros incluso más), cabeza de león en un mundo de cola de ratón. O sea, sí, como Juanmi Aguilera, como Angel Torres Quesada, como Domingo Santos, como León Arsenal, como Rodolfo Martínez, como Elia Barceló, como Javier Negrete, como Félix J. Palma. O sea, como los de mi generación y los de la generación anterior y los de la generación ligeramente posterior. Sé que hay una nueva generación aún más joven que viene pisando fuerte (algunos, como el gran Eduardo Vaquerizo, son mis amigos): gente como Joaquín Revuelta, como Jose Antonio del Valle, como Santi Eximeno, como Ramón Muñoz, como Alfredo Alamo, como Víctor Conde, como un puñado de autores que me voy a olvidar de mencionar seguro. Y otros autores que pujan en esto con brío y ganas como Tobías Grum o Andrés Díaz. Si el grupo al que más o menos pertenezco empezamos en puntos distintos del mapa y más o menos hemos ido configurando una generación literaria (lo que Alfredo Alamo llamó "generación de la quimera"), ahora hay detrás, semi-desconocidos pero conocidos entre sí no uno ni dos ni tres, sino un puñado de gente, de edades diversas y calidades que desconozco, que son la nueva hornada de lo fantástico.
Y aquí empieza el problema (e insisto en que no quiero que se me tergiverse, plis): hay una brecha enorme entre unos autores y otros. Ni los veteranos conocemos a los nuevos ni los nuevos conocen a los veteranos. Y esto sí me parece un tanto preocupante: no se puede estar inventando la rueda todos los días; en todo caso hay que mejorarla. En literatura existe la tradición y la ruptura de esa tradición. En literatura española, que es el caso que me preocupa, hay que aprender de quienes escriben en nuestra lengua, porque esa es nuestra herramienta. Todos hemos incorporado cosas de fuera, y es lógico que así se haga, pero creo que todos los que ahora somos ya maduritos hemos ido aliñándolo con cosas de nuestra cosecha y de nuestra tradición española.
Visitar algunos foros de internet hace que uno se encuentre con, literalmente, docenas de jóvenes autores con obra inédita o con obra publicada y con un nutrido grupo de lectores que se cierran en torno a ellos y, me temo, aplauden sin demasiado rigor crítico cualquier iniciativa fantástica con tal de que salga una espada de nombre bonito, un par de guerreros a ser posible andróginos, una maga, un animal de compañía y muchas muchas generaciones de avatares que se cruzan y entrecruzan en legados literarios. Ojo, insisto que eso está muy bien. Que todos hemos empezado con parámetros más o menos por el estilo. Existe el riesgo de no ir más allá, de querer que se escriba siempre el mismo libro y de desear leer siempre el mismo libro: quienes de verdad valgan para escribir pronto dejarán atrás la etiqueta y buscarán cosas nuevas. Dicho de otra manera: quizá hemos saltado de generaciones sin una hilazón intermedia, y el género fantástico se ha rejuvenecido, pero en demasía. Ahora mismo los límites entre literatura fantástica y literatura juvenil se soslayan: se escribe para adolescentes desde parámetros adolescentes. Y está bien que se haga. Pero no todo tiene que ser de esa manera. Es más, dentro de cuatro o cinco años ese lector adolescente y ese escritor para adolescentes desde dentro de la adolescencia monogámica tendrá que crecer. O la siguiente generación volverá a partir de cero.
Los más viejos le echábamos la culpa a internet de esa falta de baremo crítico, el no pasar por el filtro de una editorial o los parámetros de calidad que impone un editor. Hay otro peligro más, y aquí sí que quisiera que se me tome en serio antes de que me salte nadie a la yugular: ojo, amigos míos, con los editores a quienes encomendáis vuestras obras. Porque hay mucho desalmado que os va a pedir dinero por publicar vuestros libros. Sí, así como lo estáis leyendo.
Y no, no se puede publicar a cualquier precio. No podemos publicar a cualquier precio. En los treinta años que uno lleva metido en este veneno ha publicado gratis, ha publicado sin cobrar unos mínimos anticipios, y sólo desde hace unos diez años la cosa se ha normalizado y cobramos anticipos por nuestros libros, y royalties después, si se venden. Nos hemos sometido a una norma, al criterio de otra gente que ha decidido si lo nuestro se publica o no (y, creedme, todavía tengo un par de libros aquí en el cajón virtual, ¿o son tres?). Pero no hemos publicado pagando.
Es algo que desaconsejo. Primero, porque pueden estar timándoos. Segundo, porque nunca sabréis si os publican por vuestra calidad o por el color de vuestros euros. Tercero, porque se sienta un precedente peligroso, para quien lo hace y para quien no lo hace. Es lo que nos faltaba ya, en este campo doloroso de la literatura fantástica que vende más o menos lo mismo que la poesía, sin serlo.
Así que, bienvenidas sean las nuevas generaciones. Siempre hay un sitio a la mesa. Pero cuidado con el vino envenenado que os puedan dar. No todo el monte es orégano en esto de escribir, no os creáis cantos de sirena de decenas de miles de ejemplares vendidos de libros que nadie ha visto más que en referencias por la red: no es verdad, son un reclamo.
O será entonces que vivo de verdad en un mundo alternativo donde ni yo ni los muchos y buenos escritores que he mencionado más arriba se han comido jamás ni las sobras.
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Categorías: Literatura