En el cine, las segundas partes tienen sus ventajas y sus inconvenientes. Se parte de un material que el espectador, los guionistas, el director y los actores ya conocen, con lo cual se ahorra uno un tiempo precioso de exposición y presentación de personajes, cosa que permite que la trama avance y vaya más fluida. Por contra, se corre el riesgo que hemos visto tantas veces de querer repetir la misma fórmula y ofrecer exactamente lo mismo que en la anterior entrega (handicap que, cuando se soslaya, suele trasvasarse al tercer episodio de la saga).
Un algo de las dos cosas se nota en Piratas del Caribe 2: El cofre del hombre muerto, la nueva entrega de la película que nos alegró el verano hace tres años y de la que todos hemos venido pidiendo más. Donde pierde el factor sorpresa, se compensa con la espectacularidad. No se repite demasiado la misma fórmula de la película anterior, los personajes están más definidos (con matices a esto), nunca se oculta el destinatario infantil (y disneyano) del producto, ni su cualidad de videojuego puesto en imágenes con los cambios de pantalla a pantalla y la consecución de piezas y talismanes que permitan a los personajes seguir tirando.
La película no aburre, pero le cuesta mucho arrancar y emocionar. Prácticamente pierde casi una hora tratando de encontrar un guión, por lo que se vale del viejo truco de separar a los personajes y hacerlos dar una y otra vez vueltas sobre sí mismos. Abundan ahí los chistes gruesos y el humor típico de la factoría, conjugado con las apariciones espeluznantes que ya vimos en la primera entrega. Los piratas de Davy Jones (¿hablará también en inglés con la voz de Homer Simpson, por Dios bendito?) parecen una versión biomolusca de los Borg de Star Trek (les diría que son los Burgaíllos, pero no me van a entender la alusión si no son de Cádiz), sorprenden y fascinan por su estética, pero no dan demasiado susto: casi diría que impresionan más los caníbales políticamente incorrectos y desfasados tantas décadas en el tiempo. Pese a la exageración de algunas escenas, los duelos a espada están bien resueltos, la pareja que forman Ragetti y Pintel roban cuantas escenas pueden al histrionismo del Capitán Sparrow, y en general todos los personajes se comportan unos para con otros como malnacidos sin escrúpulos capaces de cualquier villanía por salir con los pies en polvorosa. La última media hora de película tiene un ritmo trepidante y es, en efecto, de sobresaliente.
Se le acusa de ser igual que El imperio contraataca, sin reconocer que es normal que las segundas partes de las trilogías o tetralogías que nos han tocado vivir suelen dejar el final abierto (recuérdese Matrix o Regreso al Futuro). Ya comentábamos por aquí en su momento que estos piratas son, pese a su origen de atracción turística y saqueo de videojuego al uso, una versión siglo veintiuno de la trilogía galáctica, y los referentes a los personajes de Lucas (Indiana Jones incluido) y sus situaciones rocambolescas son constantes. Descubrirlos es otro de los alicientes de la película.
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