Convendrá conmigo el amigo Esparza, desde la penúltima, que si tenemos una tele que nos merecemos poco el resto del año, la que nos castiga en verano es para, literalmente, decir aquello de apaga y vámonos. Refritos, vidas santificadas de pecadores, famosotes que hacen su julio y su agosto en la costa y a nuestra costa, concursos tontos (este año no tenemos al bueno de Ramón García y sus recios gañanes pero ha vuelto su modelo de japoneses dándose trompazos), musicales de volverse sordos, malas películas a deshora y anuncios, muchos anuncios. Y, por si no nos hubiéramos empachado de fútbol con el mundial, ahora empiezan los torneos veraniegos, esos que, en contraposición con los tumultuosos frikis disfrazados que nos mostraban las emisoras desde Alemania, son poco más que un recital de pases aburridos, gradas semivacías y publicidad estática. Dicho en otras palabras: la tele aburre. La tele cansa.
Y justo cuando los medios técnicos son mejores que nunca, cuando en algunos sitios se está haciendo la mejor televisión de la historia. Entendiendo por televisión, claro, no los realities ni los siempre sesgados informativos (¿se quejan ustedes de la Primera? Pásmense si saben algo de inglés y pueden ver el canal americano FOX, para cuyo mandamás trabaja ahora el amigo Aznar: le ponen música de Wagner y acaba uno con ganas de invadir Polonia, oigan), ni los concursos cuyos formatos se exportan (quitando el célebre Un, dos, tres… creo que nosotros no hemos inventado un maldito concurso en cincuenta años de tele), sino la creación de historias por y para el medio. O sea, sí, eso que hemos olvidado desde que nos invadió el chafardeo y comprendimos que a los culebrones no hace falta doblarlos, íjole: las teleseries.
Uno no es tan ingenuo como para no comprender que la decadencia de las televisiones abiertas y el boom de los canales de pago (donde, curiosamente, las estrellas son esas series que hoy arrasan y que en otras partes ya ni se echan en falta) van cogiditas de la mano, y que esto es un negocio a dos barajas: un reality sale baratísimo, y si quieres ver una buena teleserie, te retratas en ventanilla, que los largometrajes llegan antes al videoclub. La ganancia por duplicado está hecha.
Lo que ni unos ni otros comprenden, ni les entra en la cabeza, es que llevan años vendiéndonos la moto de la tele a la carta y esa tele ya existe y cada día es más fácil de encontrar. Y, de momento, hasta que no diga quietos paraos Teddy Bautista, es gratuita. Porque la tecnología, algunos de cuyos aspectos acelerativos comentábamos aquí el lunes pasado, va por delante de los consejos de administración y los tejemanejes del sistema. Nos pintaron un futuro de color de rosa donde tú podías llegar a casa del trabajo y no tener que tragarte el rosco de Silvia Jato (un poner, aunque la idea no resulta demasiado desagradable), sino que podías saltar directamente a los informativos si te daba la vena sadomaso, o a las películas, o a los culebrones o los programas rosa, fuera cual fuese la hora (aunque los programas rosa, ay, están en antena sea cual sea la hora ya). El futuro según Truffaut, y sin bomberos dando la lata.
Desde ni se sabe cuánto tiempo nos tienen con esa miel en los labios, empeñados en vender anuncios y en hacernos picar con los televisores de plasma. Y resulta que esa tele inmediata, a cualquier hora, donde el espectador elige y ve lo que quiere y cuando quiere, pasando de anuncios y de otras milongas, está aquí ya, pero no en el salón de casa y con antena parabólica, sino en el ordenador y en Internet. Escarba usted un poquito y puede ver, casi en directo, o al día siguiente de su emisión en los USA (¡y subtitulado en español y todo!) ese episodio de su serie favorita… serie que no se emitirá aquí, si se emite, hasta dentro de seis meses o un año. Vamos, que la mitad de los internautas enganchados a Perdidos saben ya cómo termina la segunda temporada de la puñetera isla, y aquí la tele que pagamos todos sigue en la inopia, explotando Cine de barrio.
Hay canales americanos con visión de mercado que las han visto venir y ya permiten descargar, por apenas un par de dólares, los episodios de sus series emblemáticas. Aquí nuestras cadenas no se quieren enterar. Cuando lo hagan, por desgracia, será para prohibir este futuro que ya es de ahora.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 7-8-06)
Comentarios (49)
Categorías: La Voz de Cadiz