Antes de que existieran los videoclubes, la sección de dividíes de El Corte Inglés o la mismísima mula, antes que la tele incluso, compitiendo con los cines de verano, que existían en el fondo para eso, había una técnica de mercado cinematográfico que ya hemos perdido (aunque la recuperó brevemente George Lucas con su versión ampliada de la trilogía galáctica): el reestreno. Películas de cierto caché volvían a presentarse en la gran pantalla para disfrute de nuevas generaciones que no estaban allí cuando se estrenaron. Era lo habitual en Semana Santa, recuerden ustedes todas las vidas de santos y las pelis de gladiadores y las epopeyas de Cecil B. de Mille. Gracias a ese sistema uno pudo disfrutar, en pantalla grande y de adolescente, de toda la saga de Bond, de 2001, de Lo que el viento se llevó y de un montón más (obvio las pelis que recuperamos cuando dejó de existir la censura y el señor bajo el que se escudaba la censura). Ahora ya no hay reestrenos, que con toda la tecnología son claramente innecesarios (bueno, lo de claramente es una licencia poética: hay películas que tienen que verse en pantalla grande). Ahora existen los remakes.
Y de La aventura del Poseidón, que fuera adalid del cine catástrofe a principios de los años setenta acaba de hacerse un remake. Ya conocen la historia, imagino: noche de fin de año, tsunami improbable (en el Mediterráneo en la versión original, en el Atlántico ahora) que pilla al barco de costado y lo vuelca, ayes, gritos, explosiones, y un grupo de irreductibles borrachos que intenta escapar del naufragio escalando hacia abajo, que ahora está arriba, intentando salir por el casco del barco. O sea, como La Diligencia de John Ford pero con agua en vez de apaches: un retrato psicológico más o menos logrado de personajes y profesiones, y la quiniela de ver cuántos los consiguen... si lo consiguen. En la peli original, recuerden, con un jersey de cuello de cisne estaba Gene Hackman haciendo de cura protestón. La vi de jovencito, con una pata escayolá, y me gustó mucho. Hasta se hizo una segunda parte puramente alimenticia y aún más improbable, creo que con el gran Michael Caine (recuerdo que la prensa boba de la época anunció que Hackman aparecería en la segunda parte... haciendo de su hermano gemelo).
Aquí no sale Gene Hackman. Sale Kurt Russell haciendo de Rudolph Giuliani y aludiendo a su papel de bombero en Llamaradas (sólo que los dobladores no captan el chiste y hablan de "fogonazo"). Sale Richard Dreyfuss (que sobrevivió a Tiburón, a fin de cuentas la peli que puso fin a la moda catastrófica) haciendo de arquitecto gay desengañado y suicida. Y sale... pues eso, que pare usted de contar: un niñato, un guaperas que juega a las cartas, tres chicas morenas indiferenciables unas de otras, un niño repelente, un jugador que parece una caricatura de un personaje de Alex Raymond... Y agua, mucha agua. Explosiones, ahogamientos, muchos cadáveres despatarrados por los pasillos del barco en cuestión. Se nota, una vez más, que vivimos en un mundo post 11-S y además aquí se le añade el tsunami del 26 de diciembre de 2004 (me juego lo que quieran a que la casualidad de fechas es lo que potenció que volvieran a rodar esta película). Pare usted de contar: la peli no tiene tiempos muertos, pero a uno le da igual quién se muere o quién se salva, y aunque el fondo del agua es nítido (¿de dónde sale la luz?), nunca parece que el barco esté boca abajo: han destrozado demasiado las cosas. Yo diría, por cierto, que hacia donde ellos se dirigen es hacia la popa y el casco, no la proa, pero vaya...
Decía Richard Dreyfuss que había hecho esta peli por la pasta. Él y todos, me temo. Aquí, ya les digo, la poca chicha está en ver quién se salva, aunque nos importan poco los personajes. En la peli original, será que yo era jovencito, impresionable y tenía una pierna escayolada, la gracia estaba en que no sabías si iba a salvarse alguno.
Eso sí, aburrir no aburre. En una alucinación pirandelliana, llegué a preguntarme por qué no llamaban al rescate a Supermán, que estaba justo en la sala de al lado haciendo de las suyas.
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