Son ya piezas de museo y como a tales se les empieza a entronizar en diversas salas, virtuales y reales, por todo el mundo. Me refiero a los ordenadores “antiguos”, pero lo mismo está pasando con la moda en el vestir o con todo el puñado de electrodomésticos que sirven para hacernos la vida más cómoda. Fugazmente, eso sí. La aceleración tecnológica y vital en la que nos movemos convierte inventos potentísimos de hoy en cáscaras vacías que uno aparta, cual burgaíllo sabrosón, en cuanto saca lo de dentro y ve que por el mismo precio puede hincar el diente en una buena cañaílla. Tal es el signo de los tiempos que pasaron hace un momentito.
No sé si recuerdan ustedes su primer ordenador. Yo sí, y la fortuna que me costó, y la maravilla tecnológica que creía que era con sus veinte megas escasos y su pantalla de fósforo ámbar. No hace ni veinte años, y desde entonces ya han pasado por mis manos (literalmente) al menos otros seis, sustituidos porque se escoñan por un quítame allá esta placa base, abatidos por el ataque de algún virus, o caídos en combate simplemente porque los componentes ya no se fabrican. Tal fue el caso de mi primer portátil, al que tuve que dar de baja porque la batería que le daba vida dejó de existir en el mercado… dos años después de haber comprado el aparato. Imaginen ustedes que nos pasara lo mismo con los televisores, o con los frigoríficos, o las lavadoras, o los microondas o las tostadoras, que a los dos o tres años de comprados, zas, pasen a englobar el camino de los justos porque se quedan viejos y obsoletos y no merece la pena la reparación ni la aventura arqueológica de buscar las piezas. O mejor, no imaginen nada, porque eso es justamente lo que pasa.
No hay nada que pase más rápido de actualidad, o de utilidad, que un cacharro informático. Primero, porque cada vez son más rápidos, más potentes y necesitan más memoria para cargar programas que antes eran cintas larguísimas que el espía de turno en las películas tenía que cargar con camioneta y ahora son discos plateaditos que ni abultan. Segundo, porque también cambia toda la quincalla periférica que los acompaña, y las impresoras, los ratones, las pantallas se van volviendo todavía más estilizadas y, sí, ocupan menos espacio, y ni necesitan cable. Hace un segundito los disquetes eran grandes y cuadradotes y endebles, y hoy existe una memoria externa en forma de lápiz de labios donde cabe poco menos que la Biblioteca de Alejandría y puedes llevarla en el bolsillo sin más molestias.
El televisor que mis padres compraron cuando la muerte de Kennedy nos duró hasta después de la muerte de Franco. Sólo recuerdo que en los treinta años que viví en mi primera casa cambiáramos una vez de lavadora, y porque llegó al mercado el canto de sirena de la lavadora automática. La radio negra estaba allí antes que yo, y si al final la quitamos de su sitio de dominio fue porque inventaron la FM y con ella no se sintonizaba Radio Rota.
La aceleración se nota en los móviles, y en los videojuegos. ¿Conservan ustedes su primer móvil, aquel cacharro pesado que se cortaba bastante? Ahora los móviles traen de todo, incluso cámaras de fotos, y sirven para cualquier cosa que no sea llamar por teléfono y quedar con la panda. Son máquinas de escribir iniciales, agenda, cámara de video y consola de juegos al mismo tiempo (y más cosas). No extraña que los ciudadanos de la tercera edad los vean como una cosa ajena donde llamar por teléfono resulta complicadísimo. Respecto a los videojuegos, hoy mis hijos se carcajean cuando en cualquier película “antigua” aparece aquel juego de tenis (dos rectángulos blancos y un cuadradito, recuerden) por el que hacíamos cola en los futbolines de la calle Sacramento.
Y lo mismo pasa con los libros, que no duran en el mercado más de tres meses (intente usted buscar uno publicado hace tres años, anda). Y con las películas de video que atesoramos primero en Beta, luego en 2000 y por fin en V: se han borrado porque nadie nos advirtió que se desmagnetizaban.
Lo que no se desmagnetizan, dicen, son los DVDs. Pero ojo, que no uno sino dos recambios no compatibles están ya a la vuelta de la esquina. A ver qué hacemos dentro de cinco años con todo ese montón de películas que tenemos en el salón ocupando el sitio de los caballitos que comprábamos en Ceuta.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 31-7-06)
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