MIS GARITOS (II)
Me llamó la otra tarde mi amigo Rodri, con voz de ultratumba o más bien de ultrabahía, preguntándome un sitito donde tomarse un par de tapitas güeni-güeni en el Puerto de Santa María. Yo aquí asándome delante del ordenador y él a sus anchas, qué envidia.

Y le dije que, ay, hacía la mar de tiempo que no paraba yo por el Puerto de tapeo y charloteo con mi amigo Pepito y la jarca, pero que si tenía que ir a un sitio, y encontraba ídem, ya tardaba en intentar darse codazos para llegar al Bar del Puerto, o sea, a Casa Aparicio, allí mismito donde para el Vapor, gloria bendita.

Durante diez o quince años, cada sábado o como mucho en sábados alternos, ya digo, mi amigo Pepito, Antonio el cartero, nuestro llorado Fernando y toda la panda nos citábamos allí para cenar lo mejor que puede cenarse por aquí abajo. Exactamente, pescado frito, del bueno y recién sacado de la mar, blanco como encalado.

Es un sitio pequeñito donde apenas caben, dentro, unas cinco mesas. Hay otras tantas fuera, en la terraza. Es lo mismo. Hay que pedir hora porque es uno de esos lugares que están siempre a rebosar, a menos que llegues tempranísmo (por la mañana o por la tarde), o te conozcas el percal y pidas hora para dentro de un par de horas, que es lo que hacía yo cada sábado (mi suegra vive justo al ladito).

Impresionantes, en Aparicio, las tapitas de tapaculos (o sea, la japonesa o el fletán aquel que se hizo famoso en una de esas crisis de pescadores), los chocos fritos, los choquitos en su tinta (que ya no pruebo por, ejem, un luctuoso suceso que no puedo contar aquí), los muergos (o sea, las navajas), las gambitas al ajillo, el cazón frito y el cazón en adobo, las puntillitas. Y la ensalada y los guisos marineros. Y hasta el pescado a la plancha o la paella los domingos. Sirven la cerveza como tiene que estar siempre la cerveza, fresquita y sabrosona, y si son ustedes unos picaos de los picos, valga la redundancia, se pondrán jipatos antes de que llegue la comanda.

Allí estaba Mario, que era un fiera, uno de los hijos del dueño, Aparicio (es una empresa familiar donde la madre cocina y todos los hijos curran). Y Manolo, que tiene pinta de más serio y es gran aficionado al fútbol. Y Poli, siempre nervioso, simpático y eficaz, que emigró a Alemania a estudiar y volvió luego. Y Pablo, que estudiaba durante la semana y echaba un cable de viernes a domingo. Allí siguen algunos de ellos todavía. Siempre hago la comparación de que, siendo un bar chiquitín, no les dolían prendas, en Navidad, de invitarnos a una botella de champán, cosa que no hacen otros restaurantes de pitiminí ni aunque te dejes en una comida el sueldo de medio mes.

Si tienen ustedes un rato libre (y, sobre todo, si encuentran un hueco libre), no duden en probarlo y luego me lo cuentan. Voy a tener que empezar a montar una expedición madrugadora para rescatar esos sabores del recuerdo.

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Comentarios

1
De: jose antonio Fecha: 2006-07-27 19:03

Hola Rafa,
me encanta estrenar un post.
También me encantan estos post tuyos de medio nostalgia, medio guía para cadístas.
El verano que viene (que ya está a la vuelta de la esquina) iremos (los 5) una semanita a Rota, en plan hotel de pulserita-todo-incluído, y haré por pasar por ese lugar que cuentas (no para cenar ni comer, sino como sitio de peregrinaje de los Marín-Remenber-fans club)



2
De: Ron Brugal Fecha: 2006-07-28 10:58

Rafa, se nota que esta bitacora la has escrito con un poquito de hambre porque la descripción de las viandas es muy detallada, vamos que se hace la boca agua. Hace mucho que no nos vemos.



3
De: EMPi Fecha: 2006-07-28 12:45

La última vez que estuve en Cai, hace un año, recalamos en El Puerto. Buen sitio. Desde la mili, más de 20 años, recordaba con agrado La Venta de Vargas en San Fernando. Allí cenaba lenguado de estero con algún compi cuando nos daba bajón.