Imagino que para un periodista, como aquí para un opinador, el verano debe ser tradicionalmente una estación peliaguda, en tanto toda actividad reseñable normalmente se va también de vacaciones y unos y otros se quedan al pie de la máquina de escribir, el teletipo o el ordenador estrujándose el coco a ver qué se le ocurre para llenar las páginas de, exactamente, el periódico que se disputan usted y el levante en la playa. Confieso que, si bien la observación de que nada ocurre alrededor puede llevar a hacer artículos costumbristas de discutible factura poética en algún caso (no, no busquen más lejos, aquí mismo) también es cierto que el subjetivismo tiene un riesgo, y es que lo que uno reflexione sobre niños perdidos en la playa, modas de baño, sofocos estivales y humo de caballas asás no tiene por qué levantar pasiones entre la concurrencia que lo lee (si es que queda alguien y no están todos vacacionando). O sea, que eso de que la falta de noticias sea una buena noticia en sí mismo vale para cuando se vive al otro lado de la barrera y el concepto de oficio es otra cosa.
De vez en cuando, de más niños, hemos soñado con un periódico o un telediario que sólo dieran buenas noticias. Un horror de aburrimiento, desde luego, pero con el regustito a desarrollo feliz que todos imaginamos después de los cuentos de hadas. Pasa en verano, no sólo en la prensa diaria, sino también en la semanal o mensual: artículos atemporales, lo mismo un roto que un descosido, sin novedad en el frente hasta que empiecen las hostilidades en septiembre. Es la época de rescatar al siempre fiable monstruo del lago Ness, de recordar la muerte de algún astro de Hollywood, de encontrar Atlántida más allá del faro de las Puercas o avistar todos los ovnis del mundo camuflados entre la tradicional lluvia de estrellas.
Menos este año, cachislamar. No sé qué ha pasado, que está uno fuera de contacto con la realidad una semana y media y cuando vuelve acaba recordando a Alfonso Guerra a lo grande, porque ni a este país ni a este planeta lo reconoce este mes de julio ni la madre que lo parió. Vale, las huelgas de Iberia, los retrasos, eso es ya tan tradicional como los sanfermines y las galas de las folklóricas, pero hay que ver la que hay armada este verano: incendios que antes veíamos por la tele resulta que nos están comiendo aquí, porque resulta que los aprendices de psycho no tienen por qué llamarse Lecter ni Leatherface y les mola mogollón contemplar las llamaradas o sueñan con un futuro bosque de ladrillo; el hilo de Marbella sigue que sigue, y al final van a tener que promulgar un nuevo plan urbanístico que les levante cárceles prefabricadas donde meter a tanta gente; los etarras en sus juicios respectivos continúan en plan desplante torero (¿se darán cuenta alguna vez de que esa actitud es ser más español que nadie, o más bien protoespañol, oigan?) y hacen dudar que ellos mismos tengan claro lo que significa una tregua; aquí en Cádiz sigue sin pasar nada aunque sepamos con seguridad que somos el centro del mundo, y allá por Palestina empiezan (o continúan) una guerra que se lleva por delante a inocentes y que consigue que todo el mundo mire para el otro lado mientras las vísceras no les salpiquen.
En todo el mundo menos en España, claro, que seguimos siendo tan tontos que aprovechamos que se matan otros para meternos el dedo en el ojo entre nosotros (bueno, entre nosotros no, que saben ustedes que estoy hablando de los políticos) y aprovechando cualquier excusa idiota para ametrallar verbalmente al contrincante, que tiene la gracia de que puede hacerse muchas veces y de momento ni mata ni nada de eso.
Lo dicho: lo ideal del verano era, precisamente, que toda esta caterva de irresponsables lenguaraces que no nos merecemos se iba de vacaciones y nos dejaba en paz un par de mesecitos, aunque los telediarios fueran tan aburridos como la retransmisión del Tour de Francia. Este año, de momento, no ha habido suerte y siguen unos y otros con las pilas puestas, que esto de la adrenalina tiene eso, que te pone como una moto y luego cuesta trabajo controlarse.
En fin, a ver si en agosto la cosa remite y podemos enterarnos de una vez de la verdadera personalidad de Jack el destripador, de la traducción del mensaje extraterrestre de Raticulí, que me tiene en un sinvivir, y de cómo nada en la oscuridad y desde hace tantos años el monstruo Nessie. Deseandito estoy, palabra.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 24-7-06)
Comentarios (21)
Categorías: La Voz de Cadiz