Tiene todos los ingredientes para ser un bodrio: un argumento que habría chirriado incluso como fill-in de cualquiera de los muchos títulos mensuales dedicados al personaje; un script que causa rubor entre frases hechas, chistes tontos y diálogos tomados de la película de Richard Donner; una más que discutible elección de actores; efectos especiales que no sorprenden ya y que, a toda leche, no se ven como uno quisiera; una dirección que tampoco va mucho más allá (¿soy el único al que Bryan Singer le ha parecido siempre un director discreto, muy discreto?); una música que sólo luce cuando retoma los temas clásicos de John Williams; lagunas argumentales donde todo va a tiro hecho; un niño, por Dios; es lenta en su exposición y tiene un doblaje atroz que contradice el tono épico-mesiánico que se pretende...
Y sin embargo a mí me funciona.
Decía Orson Welles que el cine era el tren eléctrico más caro del mundo. Y aquí Bryan Singer (y uno de sus alter-egos, Kaiser Sose, digo Lex Luthor) bien que nos muestra en escena cómo se mueve y descarrila ese tren. Singer juega con el mito posiblemente tal como él haya conocido el mito, o sea, no a través de los cómics donde el mito surge y donde todavía sobrevive, sino a través del cine y, ya se ha dicho por activa y por pasiva, de la película de Richard Donner de 1978, cuya estructura narrativa parafrasea y continúa (no se trata tanto de un remake, como se ha dicho, sino de seguir una plantilla), adaptándola pero sin pasarse a los tiempos que corren y proponiendo un nuevo Superman a la vez más divino y más humano que el de Reeve/Donner. La (mal) explicada ausencia del personaje durante cinco años puede servir (igual que el año que Bond James Bond pasó en la prisión de Corea) para justificar la existencia de los atentados del 11-S (es significativo que uno de los secuaces de Luthor sea claramente árabe) y, sobre todo, para explicar por qué el mundo todavía necesita a Superman. Fruto de una crisis económica y social que eclosionó con la Segunda Guerra Mundial y la supremacía norteamericana en el mundo, Superman es un superhéroe de tiempos de crisis, un salto de fe, y Singer parece estar diciéndonos que los milagros todavía son posibles.
Entre elementos tontos de argumento que no chirrían demasiado (al menos no te paras a pensar en ellos: cómo Kal-el tardó miles de años en llegar a la Tierra desde Krypton y ahora hace el viaje de ida y vuelta en cinco años; cómo se chuta Jason semejantes pelotazos de broncodilatador en aerosol con cinco añitos cortos; la facilidad de Lois para no partirse la crisma varias veces en el avión en plena descompresión y atmósfera cero, sólo comparable a cómo se mete en la boca del lobo y resuelve la película; de dónde saca Luthor la información sobre la existencia de la Fortaleza de la Soledad; por qué ahora Jimmy Olsen es gay), se justifica la tensión sexual imposible entre Lois Lane y Kal-El, en tanto ella está relacionada ahora con otro hombre (un James Marsden que, albricias, logra caer simpático y es aquí mucho más Cíclope que en las películas de los X-Men, donde ni él ni los guionistas supieron entender su personaje)y eso plantea ahora una barrera ya superada en los cómics y las series televisivas más recientes.
Ese es el pero más grande que puede ponérsele a la película: obvia los veinte años largos que han transcurrido desde Superman II (ignora olímpicamente las otras películas) y todo lo que ha sucedido desde entonces: Clark Kent, lo sabemos, ya no es un manazas. Luthor no es una asustaviejas, sino hijo de un multimillonario y hasta presidente de los USA. Lois y Clark están felizmente casados desde la serie del mismo título. O sea, sí, que lo que uno puede reprocharle a la película es lo que habría que reprocharle a DC Comics: que dejen de hacer y rehacer de una puñetera vez su multiverso multimedia y se decidan por una biblia que seguir. Porque, vale, lo mismo Bryan Singer no ha visto un solo episodio de Lois y Clark, por ejemplo, pero hoy por hoy Superman es conocido por Smallville (donde Martha Kent desde luego no usa la tartana que vemos en la puerta de la granja), y hay una tensión latente entre un Luthor que no necesita peluquines y un Clark que lo conoce de toda la vida.
Los aficionados a los comics, imagino, habrán disfrutado con las dos o tres escenas de pose donde se homenajea al número uno de Action Comics, la muerte de Superman, el plano cenital del Supes en la camilla de Superman Vs Muhammad Ali, e imagino que hasta el crossover con Batman, puesto que los noticiarios citan a Gotham.
Lo dicho: uno esperaba algo muchísimo peor y se entretuvo bastante en el cine. Como episodio piloto de una serie por venir, abre la puerta a un montón de posibilidades. Sobre todo si, ya puestos a citar a Neal Adams, recuerdan aquel viejo número (¿del 71?) y acuerdan aquello de "Kryptonite never more!" y se estrujan un poquito las meninges con el guión y las peripecias de la segunda parte.
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