El verano, quiero decir. Las vacaciones, oiga. El sueldo, la paga extra, eso que nos creemos cuando dejamos el currelo hasta más ver, el descanso.
No te me quejes, me dirán ustedes, que tienes dos meses de vacaciones. Pues me quejo, vaya por Dios, yo sí que soy solidario: ojalá las tuvieran ustedes también, ojalá las tuvieran todos. También a mí, pluriempleado, me gustaría que Hacienda me tratara como si en casa trabajáramos los dos para ganar lo mismo que yo gano. No me vistan un santo para desnudar a otro, o como se diga, leches.
Pero es que verán, entre que es mentira que uno coja las vacaciones el uno de julio (un estúpido convenio colectivo nos obliga a los profes a permanecer castigados en los colegios vacíos la primera semana entera de ese mes, haciendo cursillos de puesta al día que deben tener la misma efectividad que un martillo contra un misil balístico intercontinental), pero si encima le sumamos que nada más escapar del centro me monté en un avión, me tiré una semana en la Semana Negra y la Asturcón, que son actos muy divertidos pero que cansan muchísimo, y luego el cursillo de la UCA en San Roque, y ahora dentro de diez días cortos el otro cursillo sobre cómics con Carlos Pacheco (y Ana Miralles, y Horacio Altuna y Kurt Busiek), pues resulta que se me va el mes de julio enterito y no he podido decir qué aburrido y qué soso es esto de las vacaciones. Tres días nada más he pisado la playa, y eso que la tengo a cien metros.
Y ahora, para agosto, empiezo a Dios gracias a acumular traducciones sobre la mesa. O sea, que no me va a dar tiempo ni de escribir cosas propias (mi cuenta corriente en ese aspecto me insiste con toda la razón del mundo para que no me queje), y me estoy viendo ya en septiembre, cautivo y desarmado y examinando a los chavales y preparando el curso nuevo sin haber suspirado de placer por el puro descanso.
Y encima hace un calor sofocante y por las noches no hay quien pegue ojo. Y hay huelga de basuras. Y gran regata para que los marineritos cumplan aquello del amor en cada puerto y luego las chirigotas se cachondeen de los bombos que dejarán en la escala.
Como humo se va, que decía mi primo Cheech antes de que lo reconvirtieran en coche dibu. Pasa la vida, que flamenquitoteaban en el programa de la Campos.
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