Oficialmente, desde las dos de la tarde y un minuto de hoy estoy de vacaciones, aunque la mayoría de mis compañeros, los pobres, tienen todavía que seguir con el cursillo de formación del profesorado hasta el viernes. ¿El motivo? Que uno tiene la inmensa fortuna de escaparse a la Semana Negra, o sea, de quitarse el disfraz de profe y de traductor y ponerse durante unos cuantos días el de escritor.
Un montón de actos me esperan en la Semana Negra y la Asturcón, desde una conferencia sobre mis experiencias como traductor a una mesa redonda (el domingo a las diez de la noche, haciéndole la competencia a la final de la Copa del Mundo de fútbol) sobre blogeros, pasando por la presentación de La leyenda del Navegante y una serie de tertulias sobre ucronías e historia de España alternativa.
Es bueno ir a la Semana Negra, no imaginan ustedes cuánto, entre otras cosas porque vuelves a ver a los amigos y te pones las pilas a nivel creativo. Cosa que, por cierto, vengo necesitando como agua de mayo. Me puede la vagancia, tener la cabeza puesta en otras cosas (los finales de curso, como bien nos recuerda Juaki Revuelta en su bitácora son un coñazo para los profesores, que nos convertimos a la fuerza en burócratas). Me puede la vagancia y no sé cómo voy a contestarle a Paco Taibo II (PIT para los paneles informativos de la SN), cuando en la tertulia del tren negro nos pregunte qué estoy escribiendo ahora... porque escribir, lo que se dice escribir, relato, novela, ensayo, no estoy escribiendo nada.
Supongo que saben ustedes, porque me hago mucha propaganda yo, que tengo así como en cartera cuatro, cinco, seis libros por venir, y que no me decido por ninguno, en parte porque alguno de ellos necesitan un montón de investigación para que salgan como yo quiero que salgan, y en parte porque, tras alguna experiencia creativa reciente, no sé si voy a ser capaz de escribir sin esa sensación de posesión ("en estado de gracia", lo describió Marcial Souto en Madrid allá por febrero) que se hizo dueña de mis dedos y mis teclas cuando escribía "Juglar" (en octubre, por cierto) o cuando he escrito, por ejemplo, las historias de Torre. O sea, sí, que son excusas y ni siquiera válidas, pero esa sensación de pertenecer a otro mundo, de tener un complemento vitamínico-mental a la hora de escribir, ese mono de contactar con las partes más recónditas de tu cerebro son lo que a la vez me da miedo y me atrae, y como de momento no me sé en ese estado de gracia tan característico, me puede la vagancia.
Pero bueno, nunca digas nunca. El año pasado, tal día como hoy, estaba igual, pensando que iba a tirarme todo el veranito a la bartola y al final acabé escribiendo como un locuelo. Lo mismo otra vez la Semana Negra y lo que allí cocemos me pone las pilas necesarias y me ayuda a decidir qué nueva historia me descubro y me cuento.
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