Starlord fue sin duda hijo de la era de Acuario.
El Universo Marvel había roto moldes, o establecido moldes nuevos, en la década de los sesenta. Pero si hemos de ser sinceros gran parte de ese empuje primero, de ese afán deslumbrante del principio se perdió, al menos en la línea editorial primigenia, con la llegada de los años setenta, y no fue hasta 1977 (con la irrupción de ciertos mutantes sumados al carro de cierta película de ciencia-ficción rompedora en taquilla) cuando volvió a despegar de nuevo, llegando a las que para mí son sus cotas más altas: los primeros años ochenta y el momento en que la primera generación de lectores marvelianos asume las riendas de las historias de los personajes.
Quizá fuera porque la magnitud de nombres como Jack Kirby, Steve Ditko o Stan Lee pesaba demasiado. Quizá porque tras la marcha de los tres grandes (a distinguidas competencias unos, a asumir papeles administrativo-públicos el otro) el concepto de autoría que estaba en el aire queda en manos de quienes están aún deslumbrados por la labor de sus maestros. Y, posiblemente, porque la generación que inmediatamente toma el relevo en la editorial tiene deseos de contar sus propias historias y crear sus propios personajes.
Los años setenta quizá no fueron el mejor momento del Universo Marvel como tal, pero --al contrario, ay, de hoy en día-- las condiciones del mercado permitían desarrollarse en otros frentes, explorando otros géneros narrativos y otros formatos de publicación. El superhéroe parecía haber cumplido su ciclo de expansión, y sólo quedaba desarrollarse en otras direcciones, sumándose al carro de las modas que iban modelando la década desde el cine y las mismas calles. De ahí surgen títulos imprescindibles como Master of Kung Fu, con su acercamiento doble a la moda de las artes marciales y el bondismo; la adaptación al cómic de personajes pulp como Doc Savage, Gullivar Jones o el mismo Conan (y La Sombra o el Tarzán de Joe Kubert en DC); el terror con obras maestras indiscutibles como Tomb of Dracula o Tales of the Zombie (¿los rescataremos alguna vez?); o la ciencia ficción que aún no había despertado en el cine a pesar de títulos como 2001, El planeta de los simios, Naves misteriosas o la gran Rollerball: ya en 1968 Arnold Drake y Gene Colan introdujeron un sui generis grupo de superhéroes galácticos en el número 18 de Marvel Super Heroes: los Guardianes de la Galaxia en lucha con los feos baddoon que asomaron poco antes en un tebeo del gran héroe galáctico marveliano por excelencia, Estela Plateada.
A principios de los setenta, los personajes y títulos de ciencia ficción, sin duda debido a la afición de los nuevos creadores, empiezan a florecer dentro de la escudería diversa y deslumbrante que era la Marvel de entonces: Killraven y su continuación de La Guerra de los Mundos de H. G. Wells; la adaptación-lifting continuado que el mismísimo Jack Kirby haría de 2001 y su epígono, Machine Man; el acercamiento a las teorías misteriosas del triángulo de las Bermudas con Skull the Slayer o las adaptaciones (y explotaciones) de El planeta de los simios o La fuga de Logan. De entre todos esos acercamientos a la ciencia ficción antes de que la ciencia ficción se pusiera de moda hasta en la sopa, sin duda que los dos mejores ejemplos fueron Unknown Worlds of Science Fiction, o cómo adaptar a la historieta relatos cortos de maestros de la literatura fantacientífica y presentar antes de su época una revista que destacaba muy por encima de los títulos que vendrían luego a explotar el tema... y este Starlord que ahora nos ocupa.
Presentado en la revista adecuadamente titulada Marvel Preview (y que luego se convertiría en Bizarre Adventures), Steve Englehart al guión y Steve Gan a los dibujos presentan un héroe de ciencia ficción al uso... o más bien de para-ciencia ficción, pues la primera gran baza de este Señor de las Estrellas está en unir su origen y sus poderes a los signos zodiacales, al horóscopo y los cultos perdidos que remiten a Mitra o al mismo Cristo. La era de Acuario que mencionaba al principio estaba en todo su esplendor, y el personaje retomaba desde otro prisma la concesión de superpoderes que ya era común en los tebeos desde el Capitán Marvel original a Linterna Verde o incontables personajes Marvel: el hippismo había dado su primer héroe independiente en una editorial mainstream. Englehart planeaba una trilogía de historias, pero la misma naturaleza de la revista (donde sólo se continuaban aquellos personajes que habían gozado del fervor popular... obviamente varios meses después de haber sido presentados) hizo que cuando las altas esferas marvelianas dieran el visto bueno a continuar las aventuras del peculiar Peter Quill los autores anduvieran en otros proyectos.
Un año antes de la revolución de Star Wars, dos jóvenes genios retomaron Starlord. El número 11 de Marvel Preview mostraba la que es para muchos la mejor historia del personaje, un punto de inflexión en la carrera de su trío creador: Chris Claremont, John Byrne y el insustituible Terry Austin a las tintas. Lo curioso es que gran parte de esos mismos conceptos iban a ser explotados en el cine por George Lucas y su saga galáctica. Claremont, gran fan de las space operas de Robert A. Heinlein y en especial de Tropas del Espacio, retoma a Starlod y obvia los elementos pseudomágicos para desarrollar una intriga galáctica que es, sin saberlo o tal vez conscientemente, la puesta al día de las viejas historias de Flash Gordon, fantasía cubierta de efectos tecnológicos, razas extraterrestres a mansalva, pistolas de rayos y monstruos submarinos, duelo de espadas y padres e hijos que se encuentran sobre las dimensiones incomensurables de un imperio estelar. Todo, ya digo, antes de que la Guerra de las Galaxias pusiera ese concepto de moda y Byrne y Claremont tomaran las riendas de la Patrulla-X y trasvasaran a los mutantes esa misma estética y una buena parte de los conceptos galácticos aquí explotados bajo la forma del Imperio Shi´ar.
A partir de ahí, quizá se repitió la historia, y la suprema calidad de esa entrega pesó sobre una losa sobre las continuaciones a las que el personaje estaba abocado. El efecto sorpresa de Star Wars, en cualquier caso, no pilló desprevenida a Marvel, que publicaba la continuación de la aventura cinematográfica en su propio sello. Quizá explotar a Starlord no se convirtió en objetivo prioritario, o se consideró que, dados los precedentes, era mejor realizar historias que tuvieran una calidad más allá del inevitable continuará mensual. No puede ser casualidad, de todas formas, que el grandísimo Carmine Infantino, autor de los tebeos de La Guerra de las Galaxias, fuera también el encargado de realizar alguna de esas historias que vinieron luego. Historias donde, si no me fallan los datos, se presenta además el primer desnudo en un tebeo Marvel.
Starlord es Supermán sin Krypton, Flash Gordon sin Zarkoff ni Dale Arden, un mosquetero solitario acompañado de una nave sentiente que lo ama más allá de lo imposible. Mitad monje mitad soldado, tal vez, héroe a la fuerza y explorador de un cosmos que -y ahí tal vez esté el error- no tiene nada que ver con el interesante escenario cósmico del Universo Marvel.
Eran otros tiempos, cuando los superhéroes no se habían comido aún todo el pastel. Cuando había otros superhombres disfrazados de héroes espaciales, cowboys tecnológicos de un futuro que por fin, lejos de los arcaicismos de tebeos anteriores, tenía una pátina de modernez, de las maravillas que habrían de venir, para configurar ese mundo real y esos mundos de ficción que poco a poco hemos ido conociendo.
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