Está recuperando Sci-Fi (el canal heredero de Calle 13) un montón de series de televisión dedicadas a la cosa fantástica, desde Dark Skies a Tierra 2 o Galáctica, pero de todas-todas, yo me quedo con ésta, que siempre ha sido un punto flaco propio, Quantum Leap, conocida entre nosotros por A través del tiempo gracias a su emisión en algunos canales autonómicos... circunstancia que hizo que la serie no tuviera jamás el reconocimiento que se merece.
Heredera sin duda de Regreso al Futuro, la serie creada y producida por el prolífico Donald P. Bellisario nos cuenta la historia de un científico cuántico improbablemente llamado Sam Beckett (interpretado por Scott Bakula) que, en la mejor tradición de túneles del tiempo y enredos fantacientíficos, se extravía durante un experimento cuántico de cosecha propia y se encarna brevemente en las vidas de personas ajenas, guiado siempre por una fuerza quasi-divina que no puede explicarse científicamente y lo obliga (aunque el buenazo de Sam lo acepta de buen grado) a desfacer entuertos y enmendar para bien el curso de la historia. Controlándolo, ayudándolo, y poniéndolo muy mucho de los nervios está Al Calavicci (un genial Dean Stockwell), militar algo crápula, mujeriego impenitente y contrapunto humorístico y Pepito Grillo inverso del héroe que fuma enormes puros, viste de la manera más estrambótica imaginable y es, además, un holograma que sólo Sam puede ver.
Con esta premisa, la serie enlaza la teoría de cuerdas con la propia vida de Sam Beckett, por lo que los viajes en el tiempo de éste sólo podrán alcanzar el lapso de su propia vida. Esta excusa evita por un lado tener que gastarse una pasta en escenarios y visitar el Titanic, la caída de Troya, la revolución francesa o cualquier otro momento histórico de gran calado, y permite por otro centrarse en la historia norteamericana del último tercio del siglo veinte, ahondando en sus habitantes, burlándose en ocasiones de sus modas y, conforme la serie va avanzando, reflexionando sobre los acontecimientos que configuraron nuestro presente.
Cada episodio sigue un esquema más o menos fijo: Sam aparece como por arte de magia dentro del cuerpo de un huésped (que, según nos dicen, ocupa su propio cuerpo en la sala del experimento) y a partir de ahí tiene que improvisar sobre la marcha y adivinar qué se pretende que debe hacer para enmendar la línea temporal. Las situaciones son jocosas, dramáticas, absurdas, burlescas, y aunque el espectador nunca tiene duda de que Sam conseguirá su propósito, los guionistas y directores sí son capaces de ir rizando el rizo una y otra vez y ofrecer divertidas variantes a las peripecias del holograma y el científico. Así, aunque Scott Bakula domina siempre cada episodio, es divertido esperar el momento en que lo veamos reflejado en cualquier espejo a mano para saber cómo es el personaje que habita y que los demás ven; y Bakula, que es un actor excelente, es capaz de adoptar tics diversos que son herencia del cuerpo que ocupa, y lo veremos a lo largo de la serie convertirse en actor, piloto de pruebas, embarazada negra, quinceañero marginado, detective, superhéroe, incluso chimpancé. Cada episodio termina, resuelto el enredo, con Sam que vuelve a saltar y aparece en el caso del episodio siguiente, siempre una situación más o menos límite que le hace exclamar "¡Dios mío!" ("Oh, boy!" en la versión original).
La serie duró cinco temporadas y nos ofreció una química perfecta entre los dos actores principales. Hay episodios memorables, en especial cuando los guionistas empiezan a jugar con la premisa y experimentan con la fórmula: Sam ocupando el cuerpo de Al en el pasado, o relacionándose con el asesinato de Kennedy o la muerte de Marilyn Monroe (uno de estos episodios, además, nos revela al final que el continuum temporal de donde proceden Sam y Al no es precisamente el nuestro). En el recorrido por la historia americana desde los años cincuenta a los ochenta, un jugoso juego recurrente es el encuentro con actores, cantantes, escritores o personajes populares con los que Sam se encuentra brevemente, aunque sin nombrarlos: Michael Jackson muy niño, Sylvester Stallone (a quien Sam da la idea de entrenarse con la carne del matadero) y hasta cierto escritor de terror en un episodio que, al parecer, da mal fario.
Se viene hablando de hacer nuevos episodios o incluso de llevar Quantum Leap al cine. Los actores están ahí todavía, el potencial de la premisa quedó en el último episodio más abierto que nunca, y es divertido ver que pueden hacerse series de ciencia ficción que apelen a la humanidad, los sentimientos y la ternura.
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